EL BURRITO DE JUAN MARSÉ

Como el aire y el dolor dibujados por Lorca

Lo mataron, pero no cesa de estar Lorca en cada lágrima, en cada grito, del flamenco que se canta por debajo de la Península Ibérica, más allá del sitio en el que ya no está porque está en todos los sitios.

Un momento de la 'cajoneada' flamenca organizada por el Ayuntamiento de Cádiz y el Instituto Cervantes.

Un momento de la 'cajoneada' flamenca organizada por el Ayuntamiento de Cádiz y el Instituto Cervantes. / EFE

Juan Cruz

Lo mataron, pero no cesa de estar Lorca en cada lágrima, en cada grito, del flamenco que se canta por debajo de la Península Ibérica, más allá del sitio en el que ya no está porque está en todos los sitios.

Esta noche del lunes, ante académicos y escritores, entre extranjeros del mundo y entre paisanos de la lengua española, esa magia de Lorca se manifestó como las luces de Cádiz en un espectáculo que parecía diseñado por él. Todas las luces, el azul cielo, el cárdeno, esa zona sin fin que tiene el azul de la última ciudad de Europa. Todo correspondía a lo que uno se imagina que fueron las lorquianas cuando éstas eran canciones felices, o tristes, pues ambas calidades las tenía en su cara.

Los músicos, los cantantes, las guitarras, hasta los tobillos y las gargantas y los reflejos del aire de los bailarines, respondían a una felicidad rara, recóndita, como azul tierra, y la gente (el público, y ellos también) pareció sentirse transida por un ventarrón que despedía esas palabras entrecortadas, oblicuas, que el flamenco ofrece como la zona de dentro de una renuncia de amor, de una ruptura.

Lorca otra vez. El suspiro es un aire que domina como nadie ese poeta de las casas vigiladas por los celos, o por el amor que aún no es celo. Y desde que los artistas empiezan con sus ay de todas las gradaciones, el ay que no acaba nunca, el ay que parece de lluvia urgente, se sabe que no es imprescindible saberse, palabra por palabra, lo que están diciendo.

Porque la queja es como una nube rota que el poeta (vuelvo a sentir que es Lorca) ha dispuesto ahí para que la literatura (y aquello estaba lleno de literatos) fuera un misterio que no precisa la abundancia, ni la claridad, de la letra.

Surrealismo del sol, las guitarras, parecían mil guitarras, aliadas con el brillo de los abanicos. Esos tobillos hablando, y cómo hablan los tobillos, cómo cantan, cómo los ven cantar los músicos admirados de que esta mujer que vuela no se caiga al suelo con el ay que ellos explican como si vinieran solo de una partida de amores.

En ese momento especial de felicidad del aire no es extraño sentir que por ahí está también, baja y sube Lorca para descubrir que nada de lo que se mueve en este escenario de mar (y de todos los colores del mar) le es ajeno al poeta al que mataron para enterrar, y no lo han hecho, la inspiración más bella de la tierra y de su sangre.

Las sillas parecen inmóviles, pero detrás de donde se desarrolla la danza, el baile cantado, son como esqueletos que sobrecogen. Es, todo el tiempo, una lección de gramática de las gargantas andaluzas, estas sillas iluminando el aire jondo del arte. Como si se subiera al escenario del atardecer de Cádiz “un ruiseñor que busca sus heridas”.

Es el poema total del cante, como dibujado por Lorca.

La química que aproxima al llanto de la poesía. “Y aunque estoy lejos/ de ti siempre te tengo presente/ y sin ti no puedo vivir”. A veces se escuchan, nítidos, los dolores, y hay heridas de plomo o de madera, y reconciliaciones que terminan en la simetría de las cabezas que al fin encuentran paz y despedida. Y ay.

Ay, ay, ay, ay. Bulerías. Ay, ay, ay. Ay. El dolor respira por la alegría. “La vida que tanto amamos, el dolor y la alegría”. No importa tanto decir, o escribir, la letra. Lo imperioso es el silencio lleno de aire y de sol. “De vez en cuando la vida parece una fantasía”.

Cualquier cosa que dijeron en este concierto de silencio y rabia y azul y cárdeno y mar del cielo de Cádiz parecía una flor rota, un bosque de bellas pantorrillas, un sol regalado por el cielo para que no haya otro llanto que él que se enjuga con la alegría del baile.

Pero hay dolor, claro que hay dolor. Ay. Dolor como dibujado por Lorca.

[Este texto está inspirado por el espectáculo flamenco (Tiempo de luz) celebrado anoche en el Teatro Manuel de Falla de Cádiz y organizado por el Instituto Cervantes. El baile de Ana Morales, las guitarras de Miguel Ángel Cortés y José Quevedo ´Bolita` y la percusión de Pakito González (dice la nota de prensa) completan este programa encabezado por tres referentes: Carmen Linares, Marina Heredia y Arcángel].