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Depeche Mode impone su 'carpe diem' en el Primavera Sound

La banda británica exprimió su repertorio en un Fòrum lleno de un público más variopinto

El vocalista del grupo británico Depeche Mode, Dave Gahan, durante el concierto en el festival Primavera Sound.

El vocalista del grupo británico Depeche Mode, Dave Gahan, durante el concierto en el festival Primavera Sound. / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

La poco dicharachera advertencia “recuerda que morirás”, que, según la leyenda, el siervo propinó sin despeinarse al general romano, marcó el camino a Depeche Mode al titular su último disco: en el latín original, ‘Memento mori’. Y de eso va esta gira, de tener presente que esto no durará siempre y que se trata de apurar la espuma de los días. Un ‘leitmotiv’ de lo más realista para el grupo británico, que exprimió su repertorio, este viernes, como si no hubiera un mañana en un Fòrum lleno de un público más variopinto de lo habitual, algo más adulto también, en la segunda jornada del Primavera Sound.

La muerte, hace poco más de un año, de Andy Fletcher dejó a Depeche Mode convertido en un dúo, reforzado en directo por un teclista y un batería, y reconstruyendo a la postre, y sin fisuras, la catedralicia sonoridad de un grupo que se abrió paso en los 80 abanderando el primer synth-pop para evolucionar luego hacia un corpulento rock electrónico. De esto último hubo en abundancia en el Fòrum desde la oscura pieza de apertura, ‘My cosmos is mine’, proa de ‘Memento mori’, a la que Dave Gahan imprimió su voz más grave, camino de otro tema nuevo, ‘Wagging tongue’, con citas a ángeles de panteón funerario como los que ilustran la portada del álbum.

El grupo británico ofreció un aplastante concierto a lomos de su nuevo álbum, ‘Memento mori’, y de sus éxitos de los años 80 y 90

Mística y carnalidad

El blanco y negro dio paso al color a partir del rescate de ‘Walking in my shoes’, con Martin Gore cambiando el teclado por la guitarra y aplicándose en su preceptivo solo con ‘slide’. Canción de 1993, abriendo la veda de las citas pretéritas, con un texto sobre una materia hoy tan actual como es la empatía. Y de ahí a las cavilaciones sobre la naturaleza (y los espectros) del amor en ‘It’s no good’. Y una incursión en el pop electrónico ochentero de su primera etapa con ‘Everything counts’.

Pero ‘Memento mori’ es el disco mejor recibido de Depeche Mode en muchos años, y ahí estuvo ese álgido ‘single’, ‘Ghosts again’ (compuesto con Richard Butler, cantante de Psychedelic Furs), ganándose su puesto en el repertorio, justo antes de que Gahan se desgañitara entre las pulsaciones sexuales de ‘I feel you’. Carnalidad y mística, siempre fundiéndose en el universo del grupo: en otro extremo, ‘World in my eyes’, con la imagen del añorado Fletcher en las pantallas. 

Hitos y ceremonia

Llega un momento en que los conciertos de Depeche Mode acaban derivando hacia la ceremonia religiosa, con capas de trascendencia empaquetadas en artefactos pop, y ahí estuvieron ‘Enjoy the silence’ y ‘Personal Jesus’, cruzadas con ‘Just can’t get enough’ y ‘Never let me down’, dejando una estela como hitos duraderos, capaces de hacer bailar incluso al público más inquieto y atento a los ‘flavours of the month’.

Depeche Mode fue uno de los grupos que en su día demostró que las canciones hechas con utensilios electrónicos también podían emocionar. Y ahí, Sparks enseñaron que, además, podían asombrar, divertir y chiflar. Suyas fueron, seguro, algunas de las canciones que más cejas hicieron arquear en el Fòrum por su abundancia de descaro melódico y tonadas con giros poco canónicos. El de estos caballeros septuagenarios, Russell y Ron Mael, es un caso insólito de creatividad e ingenio infatigables, como ilustraron en un centelleante concierto en el que contaron con una banda (dos guitarristas, bajo y batería). 

Siniestros pero adorables

Lejos del ‘revival’ propio del artista de edad provecta, Sparks, que nunca han dejado de sacar discos, presumieron de presente: desde el tema de apertura, ‘So may we start?’ (del filme musical ‘Annette’) a las canciones de su macanudo nuevo álbum, ‘The girl is crying in her latte’, como la titular, ‘Nothing is as good as they say it is’ o ‘We go dancing’, síntesis esta del doble fondo siniestro y adorable. Se agradece su ubicación en un escenario grande, digno de esos ‘hits’ que nunca fueron, como ‘Shopping mall of love’, y de, digámoslo también, éxitos de verdad, como ‘When do I get to sing ‘My way’’, ‘The number one song in heaven’ (con Ron Mael, hierático teclista, marcándose unos pasos de baile sin inmutarse) o ‘This town ain’t big enough for both of us’.

Y luego, no podían faltar en la jornada conexiones notorias con aquel ‘indie’ que vio nacer al festival hace más de dos décadas. Mención para The Delgados, apreciado combo de Glasgow que dejó huella en los 90 y que ha vuelto a la vida con formas esbeltas (aunque sin canciones nuevas por ahora). Fue un placer reencontrarnos con esa noción pop acogedora, con la voz de Emma Pollock y la sensible arquitectura de guitarras (y flauta travesera), desplegada en un repertorio que recuperó ingenios como ‘Accused of stealing’, ‘I fought the angels’ o ‘Thirteen gliding principles’, con su abrupto trayecto coronando la sesión.

Enjundia ‘indie’

Aunque, en materia de enjundia ‘indie rock’, honores para The Wedding Present, orgullo de Leeds, grupo que en los últimos años ha seguido rotando personal, siempre bajo el liderazgo de David Gedge. Ofreció dos conciertos, el primero de ellos en el minúsculo escenario The Vision by Pull & Bear, que no era sino un islote con aforo para cien personas (y bastantes más siguiendo el concierto desde la orilla), a lomos de algunas de sus recientes ’24 Songs’ y de rescates de ‘A million miles’ o ‘My favourite dress’ con su imbatible mezcla de músculo y melodía. Algunas cosas no cambian nunca, y para bien.

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