La pluma y el diván

Jugar

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Nuestra capacidad para jugar es ilimitada desde el principio hasta el fin de la vida. Jugar se convierte en un instrumento de desarrollo infantil que ayuda considerablemente a la formación de la personalidad de los niños, pero también es uno de los principales motores por los que se adquieren nuevos aprendizajes a lo largo de toda la vida.

En la infancia es mucho más profuso e importante, porque pueden conseguirse grandes avances con pocos esfuerzos en todas las áreas de desarrollo infantil, desde el lenguaje hasta la motricidad, pasando por las emociones y las normas.

Desde la primera infancia, después en la adolescencia y la juventud, se va diversificando y aumentando el abanico de posibilidades en este escenario de divertimento y aprendizaje, enriquecido en los últimos tiempos por una cantidad inabarcable de posibilidades mediante ordenador, video-consolas y otros soportes informáticos que, en general, hacen las delicias de los más jóvenes, pero que hay que controlar y modular al máximo.

El laberinto de los juegos viene a ser comparable con la televisión, donde elegir la programación más adecuada para poblaciones en formación se hace tedioso, complicado y demasiado farragoso para padres trabajadores con baja conciliación familiar, que suelen ser la mayoría.

Con la archiconocida frase de «la violencia engendra violencia» nos adentramos en los patrones de aprendizaje que siguen muchos niños y jóvenes que se apoyan en juegos y programas cargados de violencia gratuita y desaforada que normalmente es el epicentro de los mimos.

La asunción de la secuencia de aprendizaje y juego es bastante sencilla si seguimos la multitud de estudios y trabajos que demuestran fehacientemente que se moldean los comportamientos con el visionado de películas con contenidos de agresión y violencia o con los juegos que simulan acciones de ultra violencia.

Posiblemente tenga mucho que ver con los problemas de violencia que tienen que enfrentar los docentes y los alumnos en los colegios e institutos, donde los porcentajes de agresiones verbales y físicas son desafortunadas e intolerables y aparecen de forma indiscriminada en la comunidad escolar.

El colmo de estos patrones es cuando son los padres quienes provocan intencionadamente este tipo de agresiones a profesores, porque consideran que se está cometiendo algún tipo de injusticia con su hijo, sin tener el más mínimo escrúpulo de llevarlo a cabo delante de los propios menores.

Es difícil calibrar el volumen de responsabilidad de cada uno en temas educativos, pero me parece sobradamente explícito el hecho de que la regulación legal en estas cuestiones tendría que ser mucho más estricta y, los fabricantes, comerciantes y demás implicados a la hora de comercializar productos peligrosos, menos imprudentes.

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