Notas al programa

La Novena de Bruckner por la Filarmónica de Munich

El israelí Lahav Shani dirige a Esther Yoo en el concierto para violín de Mendelssohn

Esther Yoo, violinista.

Esther Yoo, violinista. / ADDA

José María Perea

José María Perea

El programa

Alicante, ADDA, 5 febrero 2025. A las 20 horas

Filarmónica de Munich.

Esther Yoo, violín.

Lahav Shani, director.

Se cierra en la presente temporada sinfónica del ADDA la conmemoración del doscientos aniversario del nacimiento de Anton Bruckner con la última de sus sinfonías, la inacabada número 9, en los atriles de la Filarmónica de Munich, la orquesta con la que el recordado Sergiu Celibidache, director en Munich desde 1979 hasta su muerte en 1996, divulgó con pasión el sinfonísmo del compositor austriaco en los años finales del pasado siglo XX.

Felix Mendelssohn-Bartholdy

(Hamburgo,1809-Leipzig, 1847)

Concierto número 2, en mi mayor (opus 64)

En 1822, Mendelssohn, cuando sólo tenía trece años de edad, compuso su primer concierto para violín y orquesta inspirándose directamente en los conciertos de Juan Sebastian Bach. Un tiempo después, en 1838, inició la composición de su Concierto número 2 que no finalizó hasta 1844, durante una estancia de vacaciones del músico en Sonden, cerca de Frankfurt. El estreno tuvo lugar el 13 de marzo de 1845 en la Gewandhaus de Leipzig, con el violinista Ferdinand David como solista y dirigido por el compositor danés Niels Gade. Mendelssohn, enfermo, no pudo asistir al estreno de esta composición a la que había contribuido Ferdinand David con sus consejos, y a quien dedicó la obra. Mendelssohn, sin embargo, pudo escuchar más tarde su concierto, soberbiamente interpretado por un joven Josef Joachim, el 3 de octubre de 1847 en Leipzig, unos meses antes de morir el músico hamburgués.

A partir del segundo compás del primer movimiento es el instrumento solista quien expone el tema inicial, en un matiz piano y suave; la orquesta lo repite hasta que el segundo tema es expuesto por las maderas que introducen al violín. Es un momento musical que alcanza una gran perfección de sus engranajes. El segundo movimiento tiene la forma de lied, de una gracia soñadora, que da ocasión al violín a concertar en largas y delicadas ondulaciones. En el último movimiento, con un estilo clásico de rondó, el diálogo de la orquesta y del solista se hace cada vez más cerrado, a partir de un motivo rítmico lleno de fuerza. El desarrollo final, de gran virtuosismo, exige por parte del violinista una ejecución perfectamente controlada tanto en la expresión como en los de brillo que requiere la partitura.

En opinión de Tranchefort, «esta partitura, de una maravillosa inspiración, ha conquistado su fama mundial gracias a una equivocación: muchos virtuosos del arco han brillado con ella para su mayor gloria, mientras que la obra, tanto por su naturaleza como por los refinamientos de su estilo concertante, exige una interpretación llena de sobriedad». Para el musicólogo francés: «No hay duda que este concierto de Mendelssohn reeditó el excepcional éxito de El sueño de una noche de verano y ratifica sin duda el lugar escogido que la obra ocupa en la literatura romántica para violín».

Este concierto lo escuchamos en el ADDA en mayo de 2014 con Julia Fischer como solista y la Orquesta Filarmónica de la BBC dirigidos por el español Juanjo Mena. Hoy, la joven estadounidense Esther Yoo será la solista en sustitución de la anunciada Hilary Hahn, que por enfermedad ha debido cancelar todas sus actuaciones en los primeros meses del año.

Anton Bruckner

(Ansfelden, Alta Austria,1824-Viena, 1896)

Sinfonía número 9, en re menor (A 124)

La Novena de Bruckner es su sinfonía del Adiós como lo prueban los múltiples recuerdos que contiene de fragmentos o motivos de obras anteriores, como el Kirie y Miserere de la Misa en re menor o el Benedictus de la Misa en fa, además del tema fugado del Finale de la Quinta sinfonía, del tema principal de la Séptima (que escuchamos en septiembre pasado abriendo la presente temporada) o del Adagio de la Octava. La tonalidad, en re menor, es la del Requiem de Mozart y el de la Novena de Beethoven. Tanto es así que Bruckner dedicó su obra Ad maiorem Dei gloria, una idea muy presente en los compases finales, como un mensaje de paz eterna, esa paz a la que Bruckner aspiraba ardientemente.

Los primeros bocetos datan del verano de 1887. El rechazo de su Octava, tras el gran éxito cosechado desde el primer momento por la Séptima, desalentó tanto al músico austríaco que no volvió a retomar la composición de la Novena hasta el mes de abril de 1891. El 30 de noviembre de 1894 Bruckner terminó el tercer movimiento, el Adagio. Enfermo de pleuresía y declinando poco a poco no llegó a terminar el cuarto movimiento, Finale, que quedó en simples bocetos, por lo que su Novena Sinfonía es La incompleta, tanto que recomendó hacer oír en concierto su Te Deum como cierre cuando presentó acabados los tres primeros movimientos. Así se hizo ante el público de Viena el 11 de febrero de 1903, siete años después de la muerte de Bruckner, por Ferdinand Löwe. A partir de 1932 se volvió a tocar la Originalfassung, la partitura incompleta, dejando de lado tanto el Te Deum como los bocetos del Finale, unos cuatrocientos ochenta compases de un total de seiscientos, que varios directores habían intentado incorporar para rematar la obra. La composición concluye, pues, con el Adagio, indicado como «muy lento y solemne», que se inicia con un primer tema de carácter doloroso en los violines, sostenido inmediatamente por el resto de la cuerda y las trompas. El segundo tema es confiado a las cuerdas agudas seguidas de un amplio motivo de los metales. Finalmente, indicado en la partitura autógrafa como Abschiewd vos Leben (Adiós a la vida), viene un coral que hacen resplandecer las tubas y que conduce al segundo grupo temático que contiene dos ideas: una, amplia y lírica, en los violines, y la segunda provista de diversas variaciones. En el desarrollo alternan libremente los dos temas hasta que «en un último y poderoso tutti que cubre la casi totalidad cromática, el mundo terrestre parece abolirse y se entreabren delante del menestral de Dios las puertas de la Eternidad», en juicio de François-René Tranchefort.

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