ENTREVISTA | Paloma Sánchez-Garnica Escritora

"El miedo es un instrumento muy poderoso en manos de quienes quieren controlar a un grupo"

La ganadora del Premio Planeta 2024 con la novela Victoria será la protagonista de las Veladas Literarias de Maestral el viernes 14 de marzo

Paloma Sánchez-Garnica: “Pensamos que los males del pasado no nos van a ocurrir… y puede pasar”

Europa Press

Juan Fernández

Juan Fernández

Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962), ganadora del Premio Planeta 2024, será la protagonista de las Veladas Literarias de Maestral el viernes 14 de marzo, un evento exclusivo organizado por ASISA y Vectalia que fusiona literatura y gastronomía. La velada, que ya ha agotado sus entradas, ofrecerá a los asistentes una inmersión en Victoria, su aclamada última novela, que transporta a los lectores al Berlín devastado de la posguerra. En esta cita, los asistentes podrán disfrutar de un menú inspirado en la historia de la protagonista, Victoria, mientras se sumergen en la tensión emocional y los desafíos de su lucha por encontrar su lugar en el mundo. Un evento único que combina el arte literario con los sabores más emblemáticos de la época.

Una novela que se asienta en Berlín recién terminada la Segunda Guerra Mundial. Es en ese contexto histórico, marcado por la destrucción, donde las protagonistas sobreviven entre un mar de incertidumbre marcado por la presión del comunismo y del surgimiento de un nuevo modelo de guerra, más silenciosa y estratégica, que posteriormente sería conocida como la Guerra Fría. La autora atiende vía telefónica a INFORMACIÓN para desgranar todos los entresijos de una novela con la que ha conseguido su ansiado Premio Planeta.

Victoria es un nombre muy pretencioso para una novela focalizada en la pérdida.

El título fue una de las primeras cosas que tuve claras cuando la nebulosa de la época se me planteó en la cabeza. Quería posicionar a mis personajes y ver cómo gestionaban su vida en ese Berlín destruido, humillado, vencido, en los primeros años después de la guerra. Me atraía el significado de la palabra, porque en toda guerra siempre hay un vencedor y un derrotado. Es una palabra potente, llena de complejidad. Y esta novela busca mostrar esa complejidad, reflejando cómo detrás de una victoria siempre hay pérdidas. Hay gente que pierde, y pierde mucho.

¿Berlín le debía una victoria?

En ese momento no lo pensaba (ríe). Decidí presentarla porque mi marido me dijo que era mi mejor novela. Textualmente me dijo "inténtalo otra vez, no pierdes nada". Y luego vino todo lo que vino. Berlín ha sido una constante en mis tres últimas novelas: La sospecha de Sofía, Últimos días en Berlín y esta última. Pero también he logrado dar el salto a Norteamérica con Victoria. Después de terminar Últimos días en Berlín, sentí la necesidad de entender cómo siguieron adelante los personajes, sobre todo las mujeres, en ese Berlín destruido y ocupado por los rusos, marcado por el sufrimiento y la tragedia. Quería mostrar cómo reconstruyen sus vidas, cómo se posicionan de nuevo en el mundo que les tocó vivir y cómo avanzan entre tanta destrucción.

Paloma Sánchez-Garnica gana el Premio Planeta 2024 con 'Victoria'

Europa Press

Se habla mucho de la Segunda Guerra Mundial, incluso de la Guerra Fría y el levantamiento del muro de Berlín, pero poco de esos primeros años de división de la ciudad.

Y son unos años cruciales, en los que el mundo estuvo a punto de estallar varias veces en un conflicto inimaginable. Ahí ya estaban las bombas atómicas de Estados Unidos en 1945 y las de los soviéticos en 1949. Es el cierre a una época, desde los años 30 hasta la caída del muro de Berlín, una trayectoria que permite entender el mundo solo con lo que sucedía en aquella ciudad. Todo pasaba por Berlín. Era la ciudad más peligrosa del mundo, con más espías por metro cuadrado. La ciudad que Stalin deseaba y que Estados Unidos protegía de formas bastante poco ortodoxas.

En una nota final dice que "el Berlín del siglo XX tiene tantas posibilidades de novela como personas lo habitaron". Era una ciudad fragmentada, un drama para las familias que vivian allí, más allá del terror que gobernaba, y antes incluso del muro.

Siempre tenemos muy presente el muro físico, cuando ya no dejaban pasar al otro lado, pero hubo un tiempo en que esas fronteras eran más difusas. La gente podía moverse entre las diferentes zonas, y la única diferencia eran unos cartelones con mensajes como "está usted abandonando la zona norteamericana" o "está usted entrando en la zona soviética". Podían transitar entre zonas. De hecho, mucha gente de la zona este, de la zona soviética, trabajaba en Occidente porque allí les pagaban mejor y tenían mejores condiciones. Eso generó una crisis en la RDA, pues todo el capital humano se les iba a Occidente.

La autora Paloma Sánchez-Garnica en una imagen promocional

La autora Paloma Sánchez-Garnica en una imagen promocional / Arduino Vannucchi

Esa gente vivió primero el poder de Hitler y, después, el de Stalin.

Stalin y Hitler han sido las dos personas que han establecido el totalitarismo en toda su amplitud. Puede haber dictaduras y autocracias, pero el totalitarismo, tal como lo entendemos, lo representan estos dos personajes. Hitler fue vencido, el nazismo fue juzgado y condenado en todos los ámbitos: judicial, político, económico, social... Pero no ocurrió lo mismo con Stalin. Él murió de forma natural y su régimen perduró mucho tiempo. Ahora no sabemos qué queda de eso. No sabemos qué tiene en la cabeza Putin, pero no podemos obviar la condescendencia que ha existido hacia el comunismo, también por la falta de conocimiento. Todos conocemos el horror del nazismo porque hemos visto imágenes de lo que ocurrió, pero las condiciones infrahumanas de los campos de concentración soviéticos, esos Gulags, han trascendido menos. Gracias a Aleksandr Solzhenitsyn y su Archipiélago Gulag, Occidente conoció la existencia de esos campos.

¿El fantasma soviético era tan grande como parecía o lo engrandeció el rumor y el terror del macartismo?

El miedo es un instrumento muy poderoso en manos de quienes quieren controlar y presionar a un grupo. Eso es lo que ocurrió en Estados Unidos con el fantasma del comunismo, del espía y del traidor. La figura de McCarthy fue manipulada por J. Edgar Hoover, el director del FBI, que movía todos estos hilos. Pero antes de McCarthy, ya existía el macartismo. No empieza ni termina con él. Comienza con la persecución a Hollywood. El cine tiene un potencial impresionante para manipular la mente de los norteamericanos. Desde ahí se controlaba todo lo que se pudiera asociar con el comunismo, desde ser de izquierdas hasta ser sindicalista. Fue una época dura que causó el sufrimiento de muchos inocentes. Se instaló un miedo tremendo a tener contacto con alguien que fuera comunista o que simplemente fuera etiquetado como tal.

En el supuesto país de las libertades.

En un país amparado por leyes como la Comisión de Actividades Antiamericanas, llevadas a cabo por personas como McCarthy, que se atrevían a acusar sin pruebas y con el apoyo de una parte del periodismo oscuro. El periodismo tiene un poder brutal, para bien y para mal, y hubo una parte del periodismo que alentó, filtró y publicó señalamientos directos a individuos que eran absolutamente inocentes.

En su novela, algunos periodistas de la época salen también reforzados por su labor en pos de la veracidad.

Por supuesto, hubo otros como Edward R. Murrow que plantaron cara, a pesar de las consecuencias. No hay que olvidar que a partir de ahí, Edward R. Murrow perdió su máxima audiencia porque cambiaron su programa a un horario mucho más bajo. No se quería que la gente estuviera informada, sino que la televisión se convirtiera en entretenimiento. La prensa es considerada el cuarto poder: crea opinión e informa. Pero ese poder puede usarse de manera perversa o para informar con todas las consecuencias.

Victoria, la protagonista de la novela, refleja también esa labor social periodística.

Aporta información que es fundamental, como cuando informa a la gente de Berlín sobre los lugares a los que ir durante el bloqueo. Es crucial para su prevención, y los periodistas son los que tienen esa capacidad. O el caso de su amiga Eszter con la revolución húngara. Si no existiera el periodismo libre, no se hubiera sabido lo que estaba pasando allí. Pero también se necesita el respaldo del medio de comunicación. Edward R. Murrow lo tuvo, y pudo enfrentarse a McCarthy a pesar de los problemas, porque la cadena sabía que perdería publicidad. Eso ayudó a acabar con el macartismo y a que muchas personas se dieran cuenta de la injusticia que se estaba llevando a cabo. El periodismo es un derecho que tenemos, es fundamental protegerlo, pero el destinatario también tiene una obligación y una responsabilidad. No debemos quedarnos solo con lo que nos gusta. Tenemos que contrastar la información con otras fuentes, y más ahora que tenemos acceso a tanta información. Todos somos subjetivos, incluso los periodistas, pero la responsabilidad del ciudadano es no caer en la tentación de aceptar lo que nos gusta y rechazar todo lo demás.

Ahora hay acceso a muchos contenidos y eso hace que la gente se acabe refugiando en tendencias afines a la suya. En el libro se refleja el caso de Rebecca, que lo pasa muy mal con la Unión Soviética, pero sigue defendiendo el régimen hasta el final por vivir en un lugar donde la información está sesgada. Sin embargo, actualmente es el propio usuario el que se boicotea a sí mismo.

La libertad de poder acceder a toda clase de información implica un esfuerzo. Como ciudadanos, debemos filtrar la información que nos llega, porque lo fácil es aferrarse a lo que confirma nuestras creencias. Una sociedad responsable debe ir a la información, cribarla, analizarla y pensar qué es cierto y qué no. A partir de esos elementos, formarnos nuestra propia opinión. No hace falta ser todos titulados. Es necesaria una sociedad que no se conforme con lo que le viene, que esté atenta a lo que pasa a su alrededor y no asimile los mensajes fáciles. Si no, la frase de Murrow se hará realidad: "una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos".

"Victoria" narra un contexto histórico de Berlín entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la construcción del muro de Berlín

"Victoria" narra un contexto histórico de Berlín entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la construcción del muro de Berlín / Arduino Vannucchi

Hemos hablado mucho de historia en esta entrevista, pero le he oído decir varias veces que lo suyo no es novela histórica.

Porque es la verdad, no hago novela histórica. En mis textos, la historia no gira en torno a un hecho histórico. Mis personajes son personas corrientes, gente común, que trata de gestionar su vida dentro de un contexto histórico concreto. Un contexto con leyes definidas por un momento determinado, que condiciona la capacidad de vivir, actuar y relacionarse. Mis novelas permiten ver cómo las normas sociales y los prejuicios han cambiado. Trato de entender al ser humano: por qué actúan de una manera, por qué hay perversidad o maldad. No justificarlo, pero sí entender por qué alguien actúa de determinada forma, dentro de un contexto histórico que tiene unas normas específicas. Y eso se encuentra en la literatura.

¿Y evitar así un juicio de valor por parte del lector?

Por supuesto. No puedes juzgar cómo actúan los personajes de una novela situada en un contexto histórico pasado. El otro día una lectora me reprochaba que los personajes fumaban mucho... ¡Es que en esa época se fumaba mucho! El concepto que tenemos ahora del tabaco no es el mismo que el de entonces, porque en esa época todo el mundo fumaba y bebía mucho. ¿Cuántas personas han muerto de cirrosis y cáncer de pulmón? De hecho, Edward R. Murrow, que está constantemente fumando en la novela, murió de cáncer de pulmón. Cuando lees, tienes que ponerte en la piel de esa gente, con esas circunstancias sociales.

Victoria se reencuentra con su hija Hedy, de 18 años, y lo primero que le ofrece es un cigarro.

Claro, porque en esa época era un acto social. Mira, yo voy a cumplir 63 años, y empecé a fumar para estar en sociedad. Estamos hablando de finales de los años 70. En esa época fumaba casi todo el mundo. Mi marido no fumaba y era como una rara avis. A los soldados de la Segunda Guerra Mundial les daban tabaco antes que alimentos. Y en ese Berlín, el tabaco era la moneda de cambio más importante que tenían. Eso es la grandeza de la literatura: cuando te metes en la lectura de una novela de una época determinada, debes tener la capacidad de tolerancia para ponerte en el mundo de esos personajes y aceptar que hemos evolucionado en algunas cosas y en otras no. Entender cómo la gente vivía en ese momento y cómo gestionaba su vida. Esa es la verdadera grandeza de la literatura.

¿Qué pasa por la mente de una escritora cuando ha conseguido llegar a la cima? ¿Cuál es ahora el siguiente paso?

Mi primera novela fue la única que escribí sin ninguna responsabilidad. Empecé a escribir porque sentía que quería contar una historia, sin pensar en publicarla. La segunda, como disfruté tanto con la publicación de la primera, fue la que me metió miedo. A partir de la tercera, me ha mantenido aquí la ambición de escribir mi mejor novela. Y eso es lo que estoy haciendo ahora: pensando que la novela que estoy empezando me apasione, y luego ya veré si le gusta al lector tanto como a mí. Pero nunca he pensado en el lector ni en seguir una moda. El proceso creativo, para mí, es una forma de estar en el mundo, de perfeccionar mi propia imperfección.

Pero es una meta con la que soñaba desde hace tiempo.

Te puedo decir que ayer por la noche, cuando mi marido y yo estábamos preparando la cena, le dije: "¿te das cuenta de que he ganado el premio Planeta?". Todavía me cuesta asimilarlo. Llevo 20 años en esto, haciéndome un espacio sin conocer a nadie del mundo literario. He ido acercándome al lector poco a poco, sin tener un éxito arrollador con una novela. Ha sido un proceso de avanzar poco a poco, con paciencia. Una progresión ascendente hasta que, de repente, te encuentras en esa cima, miras atrás y piensas: "pues ahí quedan mis pasos". Ahora veo un horizonte muy gratificante, respaldada por un reconocimiento que antes no tenía.

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