Magic Johnson, Michael Jordan, Kobe Bryant y LeBron James definen las cuatro décadas del baloncesto de élite transcurridas desde los ochenta.

Todos ellos jugaron con los Lakers salvo Jordan, que sin embargo emparenta con los californianos a través del entrenador Phil Jackson, autor de franquicias ganadoras de larga duración en Chicago y Los Angeles, además de emparejarse en la segunda ciudad con la hija del propietario.

Magic es el artista y Kobe el autista, Jordan es el asesino virtuoso que vence o muere, y LeBron es un hulk enfurruñado porque no se le reconoce su innegable cerebro. No hay mitos vigentes, la mitificación es una labor retrospectiva de la memoria, pero las leyendas citadas configuran una dinastía. Cada uno de ellos apadrina y sirve de faro a su sucesor, que tendrá como misión primordial matar al padre. Son autocontenidos hasta el punto de que Kobe nace un año antes de que Magic debute en la NBA.

A Magic le cuadra por tanto la definición de patriarca, hasta el punto de que atemperó incluso el salvajismo competitivo de un Jordan nacido para liquidar a su progenitor. Cualquier espectador que haya visto un partido del 23 de los Bulls y de Kobe advierte que el segundo se inspira en el repertorio de fintas de su predecesor. A saber, desplazamiento lateral, ausencia de miedo a una suspensión elegante pedro heterodoxa en cuanto apartada de la vertical y sobre todo, la bala en la recámara de asaltar el aro con un mate atronador si el defensor se pone impertinente.

En cuanto al influjo de Kobe sobre LeBron, fue confesado el pasado sábado por la estrella de los Lakers, que homenajeó a su antecesor al arrebatarle el título de tercer máximo encestador de la NBA. "Kobe me ayudó incluso antes de conocerme, por las cosas que era capaz de hacer".

Cada miembro del cuarteto ensancha la libertad de maniobra de sus sucesores.

En efecto, estamos postergando la pregunta definitiva. ¿Quién es el mejor de los cuatro mejores de la historia? Michael Jordan, sin duda, no solo por sus seis anillos sino porque inventó un baloncesto nuevo. Le sigue Magic Johnson, con cinco anillos y el perfeccionamiento de la asistencia poética. Inmediatamente después vienen los cinco anillos de Kobe y la cuenta de LeBron está en tres. Todo ello sin entrar en los intangibles.

Jordan es el deportista más grande de la historia en disciplinas con un mínimo de relevancia, desde una hegemonía que solo pueden disputarle Merckx, Messi o Federer antes de Nadal. Sin embargo, el solo hecho de que tengamos que desplegar su currículum defiende la grandeza de Kobe.

Los cuatro citados son atletas sobrenaturales, en el deporte más exigente. Y a todos les acompaña un episodio oscuro. La sexualidad de Magic divulgada tras confesar que tenía sida, la ludopatía de Jordan, la acusación de violación de una menor contra Kobe después retirada, y la furia de Los Angeles contra un LeBron más preocupado por Hollywood que por su rendimiento. Ninguna consideración empañará el genio de un cuarteto comparable a los Beatles.

Dicen ahora que Kobe ha sido el primero de los cuatro en fallecer, pero solo ha cumplido con el mandato de Nietzsche, cuando retiraba a sus héroes la vida eterna para insuflarles a cambio la vitalidad eterna. Y su desempeño de la belleza repetitiva del baloncesto no solo se sometió al escrutinio de los cuarenta mil ojos del pabellón de los Lakers, sino sobre todo a la mirada impenetrable de Jack Nicholson. Se puede vivir más tiempo que Kobe Bryant, pero no con más intensidad.