Toda gran leyenda que se precie incluye a un héroe de inusitada puntería. Ese que, con un tirachinas, un arco o una ballesta, es capaz de dar en el blanco a yardas de distancia o encender un pebetero olímpico con una flecha de fuego. Y nos encanta porque, a menudo, ese gran talento suple otras carencias que dan más valor a su destreza. Hace tres mil años, en aquella guerra entre israelitas y filisteos, un valiente David, que salió al campo de batalla sin armadura porque no tenía fuerza ni envergadura para sujetarla, se encomendó al dios de los ejércitos y a las cinco piedras que llevaba en los bolsillos para derrocar con su honda al enorme Goliat de Gat, ataviado con yelmo, cota de malla, espada y jabalina. Una sola piedra bastó para conseguir la victoria en el valle de Ela. A los filisteos les faltó campo para salir huyendo.

A dos mil kilómetros de esa batalla, por las mismas fechas, hubo otra famosa contienda, aquella que le valió la inmortalidad a Homero. El principal héroe de aquella guerra de Troya, el más fuerte, rápido y bello guerrero griego, Aquiles, no pudo soportar la certera flecha de Paris, el príncipe troyano que acabó con su vida. Eso sí que fue un flechazo.

El personaje del arquero tiene siempre un halo especial, de rebeldía y desafío al poder. Unas veces se esconde en los bosques de Sherwood como proscrito que, gracias al talento de su arco, roba a los ricos para repartirlo entre los pobres, como el mito medieval inglés; otras veces, se niega a rendir pleitesía al señor de turno y se ve obligado a disparar su ballesta para acertar la manzana verde que descansa en la cabeza de su hijo, a cien pasos de distancia, como en la leyenda suiza que inspiró una de las músicas más famosas de Rossini. En la mitología lucentina, el arquero viste de blanco con el número tres a la espalda y pasea su 1'78 de punta a punta deslizándose entre torpes defensores que no pueden frenar sus mortales flechas. Tensando su arco desde todas las posiciones, el Légolas del HLA Alicante tiene, como el elfo de Tolkien, una vista prodigiosa que encuentra huecos donde el común de los mortales solo ve un muro, y una agilidad y velocidad que, unidas a su letal puntería, lo convierten en leyenda en cada partido.

De Robin Hood a Guillermo Tell, de la Katniss Everdeen de Los juegos del hambre a la Ygritte de Juego de Tronos, las flechas del arquero tienen una manera muy singular de conquistarnos. En las filas lucentinas, desde la línea de tiro libre, en bandejas o bombas de dos puntos y con decisivos triples a muchos metros de distancia, la artillería de Justin Pitts no falla.

Provisto de un invisible carcaj y un enorme repertorio de flechas que disparar a los rivales, su presencia en el campo de batalla es un seguro de vida. Pueden verlo armar el brazo en cualquier punto de la cancha y ya saben lo que va a pasar. No hay filisteo, por muy gigante que sea, que se le resista. Siempre da en la diana.

Verlo en directo es un espectáculo. Yo de ustedes no me lo perdería, pero ya les advierto que igual les alcanza alguna flecha en la grada. No, no son las de Pitts. Son las de Cupido. Porque este equipo y su legendario arquero enamoran.