No queda otra. Mientras escribo, la cifra de fallecidos por causa de la maldita pandemia, se eleva en nuestro país a casi 9.500, por lo que no es descabellado pensar que habremos superado con creces los 10,000 cuando el manido pico llegue a su cénit.

Una auténtica goleada como visitante que habrá que remontar como local. El miedo escénico que propulse esta victoria a domicilio contra el maldito coronavirus, no es más que el muro defensivo con el que se estrelle la pandemia, junto a la depurada técnica y arte de los capacitados para driblar al virus y marcar los goles necesarios para la victoria final.

Muro confeccionado con la argamasa de los millones de ciudadanos en confinamiento, que escoltan con su aliento y soledad acompañada a los que configuran la vanguardia encargada de destruir al virus, que son los sanitarios, acompañados por legiones de trabajadores que conforman la esencia vital para que el tejido social siga activo y no se detenga.

La lucha es de todos, todos vestimos la misma camiseta, esa rojigualda que fue capaz hace diez años de hacerse con el campeonato del mundo en las lejanas tierras sudafricanas. El espíritu de la remontada terminará por expulsar de nuestras vidas esta auténtica pesadilla que se está llevando con la inestimable ayuda de la parca a miles de personas.

Los jugadores estamos preparados, dispuestos, con ganas de saltar al terreno de juego para vencer al hideputa coronavirus, únicamente falta que el seleccionador y su equipo técnico nos comuniquen su táctica, nos informe de las añagazas, de las artimañas del enemigo a batir, nos dirija hacia el éxito en esta empresa de todos, y nos provea de la vestimenta propia para competir, incluidas botas, espinilleras y demás complementos que nos protejan del juego sucio.

Habrá remontada, seguro. Costará, nos dejaremos muchos pelos en la gatera, pero esta eliminatoria la vamos a sacar adelante. No necesitamos espectadores, no necesitamos más ánimos que los que nos damos todos los días a las ocho de la tarde, con esos aplausos que atronan la piel de toro y esas terrazas que se han convertido en escenarios improvisados para el arte escondido de gente anónima.

Hemos de coger el balón y hacerlo nuestro, dejar nuestra portería a cero, encerrar al enemigo hasta su definitivo óbito, hasta que desaparezca, hasta que abandone el terreno de juego por intolerancia con el rival.

Cuando todo haya pasado, y nos recuperemos de nuestras heridas en el combate, volviendo sin prisas pero sin pausa a nuestra bendita rutina de antes de esta pesadilla que nos abruma, habrá tiempo de reconstruir equipos, de recuperar aficiones, de volver a llenar los estadios, de animar desde las gradas, de volver a oler a hierba fresca cuando acudamos a los campos de juego, de sentir nuestros particulares colores.

Una vez finiquitados los ertes, una vez recuperemos nuestra economía familiar, podremos volver a gritar voz en cuello en cada estadio los gritos de ánimo a nuestros respectivos conjuntos. Aquí, en Alicante, en el Rico Pérez, el de siempre, nuestro "Macho Hércules".