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Un gol al arco iris

Deporte, espectáculo y negocio

El fútbol ha pasado desde sus orígenes por esos tres estadios. En sus inicios, a finales del XIX y principios del XX, los británicos lo fueron extendiendo allá por donde pasaban. En España entró por el sur. En las minas de Río Tinto, que los ingleses explotaron, se reunían para darle al balón, animando a los autóctonos hasta la fundación del Recreativo de Huelva, decano del balompié patrio. Echando una ojeada a las alineaciones de equipos del norte de la península de aquellos tiempos, como el Atlethic de Bilbao, se observa la profusión de apellidos británicos que eran titulares en la alienación. Eran tiempos del llamado «amateurismo», que poco a poco fue desterrado por el profesionalismo, también exportado desde la Gran Bretaña con el anglicismo los «pross».

El fútbol pasa a ser un espectáculo de masas en el que se comienza a cobrar entradas por ver partidos. Algunos afortunados futbolistas empezaron a ser remunerados por sus clubes. El camino para convertirse en un negocio era una realidad. Sin prisas pero sin pausa, el dinero fue llegando al deporte más popular y se convirtió en el detonante principal para que los diferentes clubes alcanzaran los niveles que les ha ido deparando el curso de la historia. Tantos los más potentes como los menos, y las organizaciones nacionales, e internacionales se dejaron seducir por quienes manejaban los dineros. Hoy en día fondos de inversión, fortunas personales, empresas intermediarias que compran los derechos televisivos, y hasta estados, condicionan el deporte que genera más movimiento de dinero a nivel mundial.

La rueda no ha parado de girar alegremente hasta que una pandemia ha frenado en seco toda actividad, todo el deporte, incluido, como no, el balompié. Ingresos y ganancias cayeron al vacío. En buena parte los ERTE han suplido las necesidades de muchos modestos. Sueldos millonarios, sueldos para vivir mes a mes han sido tocados por la aparición del hideputa coronavirus que se ha llevado vidas a millares en nuestro país. Las ligas se pararon, los campeonatos estaban sin decidir, todo en el aire viciado del bicho. Pero la economía debía seguir su curso o el caos absoluto azotaría nuestras sociedades. Así que empresas y negocios volvieron a abrir sus puertas. Trabajadores desde casa o presenciales continuaron para que la rueda no dejara de dar vueltas. Y el fútbol no iba a ser menos. Como cualquier otro negocio, como cualquier otra empresa se puso en marcha. Tras tres meses de paro, la competición se reanudó y en algo más de un mes el calendario se completó. Un esfuerzo sin precedentes. Tenemos nuevo campeón: el Real Madrid, el club con más entorchados ligueros de España, 34 le contemplan. Sin duda el club merengue será recordado como el ganador de la liga del maldito coronavirus. Aficionados, televisiones, radios, resto de medios, clubes y profesionales todos contentos por el éxito de la competición. Ni un caso positivo entre tantos jugadores, técnicos, utilleros, sanitarios, encargados de estadios, cámaras, profesionales del micrófono, que cada jornada, sin público en los campos, nos han llevado la pasión del fútbol a nuestras casas, hasta la última jornada en segunda con los positivos en el Fuenlabrada, la excepción que ha confirmado la regla y que ha dejado un mal sabor de boca.

El deporte, el espectáculo, el negocio, ha vuelto para quedarse, y aunque los rebrotes nos acompañen hasta la aparición de una vacuna, al fútbol, como a toda actividad del ser humano, no hay quien lo pare.

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