Nadie, ningún jugador, por muy bueno que sea, debe estar por encima de la institución, por encima del club. Me comentaba este razonamiento un buen amigo hablando de Cristiano y su extemporánea salida del Real Madrid.

Y tenía razón, la historia se la da. Don Alfredo cambió la historia del club blanco, lo hizo grande, reinó en Europa durante más de cinco años, con cinco títulos y dos subcampeonatos en la Copa de Europa. Pero tras la debacle del Prater ante el Inter de Suárez, Bernabeú no le dio opción y la Saeta cogió las maletas y recaló junto a su amigo Kubala en el Español. El Madrid se renovó, surgió aquél equipo ye-ye, y siguió ganando ligas y otra copa de Europa en el 66.

Un club como el Barcelona, igual que el Real Madrid, que no es sociedad anónima deportiva, es propiedad de los socios, y lo dirige la directiva, con su presidente a la cabeza. En estos momentos, y desde hace ya unos años, el presidente de facto del club catalán es sin duda Messi.

Hace y deshace a su antojo, pone y quita a entrenadores, condiciona las alineaciones para que jueguen los de su cuerda, sus amigos, los de su círculo íntimo, hace declaraciones institucionales cuando le conviene, cuando no entra en sus obligaciones. Todos le dejan hacer por un miedo atávico a que coja las maletas y cambie de aires.

Reconociendo que ha sido el mejor jugador de la historia del barcelonismo, con títulos por doquier, tanto a nivel colectivo como personal, los últimos cinco años marcan claramente otra tendencia pues los años no pasan en balde, aunque muchos culés no lo quieran admitir.

En estos últimos cinco años, en la competición que todos quieren tener en sus vitrinas, en la más importante a nivel mundial, mientras Messi y los suyos hacían el ridículo con Atlético, Juventus, Roma, Liverpool y el bochorno más humillante contra Bayern en Lisboa, su máximo rival ganaba tres títulos seguidos, récord del formato Champions para la Copa de Europa, mientras que en la competición doméstica, las cosas se igualaban ganando tres títulos por dos del Real Madrid.

El declive es evidente menos para los hinchas más "hooligans", ciegos que no quieren ver la constatable realidad. Que tanto el argentino como el equipo van a menos es indiscutible, no sólo en la consecución de títulos, sino en el desarrollo del juego sobre el césped, que ya casi todo el mundo admite que es cada vez más ramplón con únicamente los destellos de su líder.

La gestión pésima de la directiva ha llevado a que el club se encuentre al borde de la ruina con unos sueldos millonarios a jugadores que tienen contratos por años y rebasan la treintena, con fichajes estrellas millonarios que o tienen que ceder a otros equipos, para que contribuyan con goles a masacrar a su club, o no dan el resultado apetecido como en el caso de Griezzman, por el mero hecho de que juega en la misma posición que Messi, lo que era de dominico público, y además no es de la pandilla del pibe.

Así las cosas, o el argentino toma las de Villadiego, junto a la actual directiva y algún que otro jugador de la plantilla, y permite una renovación tranquila, o el problema seguirá enquistado, con un presidente en los despachos y otro en los vestuarios.