No hay mayor sacrificio para una pareja que separarse de su único hijo, destinado a una misión muy especial en un lugar lejano. Bien lo saben Pedro y Pilar, padres de Alejandro Galán, para quienes los casi mil kilómetros de distancia entre Calamonte y Badalona parecían tantos como de Krypton a la Tierra. Como si lo hubieran lanzado en una nave espacial confiando en que una familia adoptiva lo recogiera cuando, con doce años, dejó su pueblo natal para abrirse camino en la cantera del Joventut. 

Hay un viejo dicho kryptoniano que nos recuerda que para hacer un camino largo hay que dar pasos pequeños. Antes de poder ponerse en pie y comenzar a caminar, Álex ya gateaba detrás del balón en esas pachangas que montaba su padre con los amigos aficionados al básket. Como niño deportista, jugaba al fútbol y baloncesto en el colegio, pero a los siete años tuvo claro que su destino iba ligado a un balón naranja. Y como aquel joven llegado de otro planeta, pronto vio que, para cumplir sus sueños, tendría que dejar el campo y marchar a la ciudad. De su particular Smallville a la metrópolis. Aquel niño absolutamente tímido que jugaba en la canasta de su casa quiso probar suerte en el club verdinegro, que le había echado el ojo en unos campeonatos de España. Y con una madurez que asombró a su familia, dijo: «Papá, sí me quiero ir». Apostaban por aquel niño que cumplió los 13 años en su primera semana en Barcelona y que pronto se vio desarrollando sus superpoderes entre clases, entrenos y concentraciones con la selección española. Nuestro hombre de acero con medalla de plata y juego de oro fue aprendiendo a volar sin capa para hacer espectaculares mates y alley-oops, dominar la zona como señor del poste o jugar el «pick and roll» y rebotear y taponar como si le fuera la vida en ello. Con una fe ciega en su entrenador, su sueño es devolver al HLA Alicante a la élite del baloncesto español. Una gran misión para la que este pívot está más que preparado. Sus padres apenas pueden disimular el orgullo. Tan grande sacrificio ha merecido la pena por verle triunfar en lo que más le gusta.

Cuando tengan la oportunidad de ir al pabellón Pedro Ferrándiz, fíjense bien. Con el número 57 a la espalda, hay un chico llamado a ser el mejor extremeño del baloncesto (siguiendo los pasos de otro gran exlucentino). Abran bien los ojos. No es un pájaro. No es un avión. Es… Galán en acción.