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Fútbol

El hombre que se quedó solo en Italia

Una historia retrata el carácter y el talento de Giampiero Boniperti

Boniperti trata de regatear a un portero rival.

Una historia retrata el carácter y el talento de Giampiero Boniperti. En 1953, para celebrar el noventa aniversario de su federación, Inglaterra organizó en Wembley un amistoso entre su selección y un combinado de futbolistas europeos en el que apenas había tres o cuatro jugadores realmente sobresalientes.

Giampiero Boniperti, leyenda de la Juventus de los años cincuenta, siempre vivió con la amargura de no haber podido compartir la selección italiana con los futbolistas del Torino que perdieron la vida en la Tragedia de Superga

A efectos propagandísticos y en un evidente ejercicio de optimismo los organizadores lo bautizaron como el “partido del siglo” y más de cien mil personas acudieron al templo londinense a presenciar el homenaje que el fútbol inglés se concedía a sí mismo. Pero la fiesta estuvo a punto de estropearla un italiano con cara de niño travieso que volvió locos a los ingleses.

Mientras el resto de futbolistas se dejaba hacer, siguiendo la norma no escrita sobre esta clase de “homenajes” y, en parte, como agradecimiento al trato que los anfitriones les habían dado aquellos días en Londres, Boniperti atropelló a los ingleses y despertó en parte el orgullo de sus compañeros aquella tarde. El jugador de la Juventus anotó dos goles e intervino en los dos que marcó Kubala. El combinado europeo ganaba por 3-4 hasta que en el descuento el árbitro galés del partido –consciente también del papel que jugaba en aquella opereta– se inventó un penalti para que Inglaterra anotase el empate y no saliesen de su propio homenaje con el honor mancillado. Wembley no sabía si homenajear a su fútbol o a aquel rubio descarado que había dejado a sus internacionales con la lengua fuera.

Así era Boniperti. Tan bueno como irreductible. En 1953, cuando se disputó ese partido en Wembley, Giampiero ya era la estrella indiscutible de la Juventus a la que llegó cuando solo tenía 16 años procedente del Barengo, el equipo de la ciudad piamontesa en la que había nacido. Pero habitaba casi solo en ese mundo. En la década de los cincuenta el fútbol italiano vivió una de las mayores crisis de su historia motivada en parte por la desaparición en 1949 del espléndido Torino en la Tragedia de Superga cuando el equipo regresaba de jugar un partido en Lisboa. Allí se fue el equipo más grande del país y también la selección italiana, cuyo equipo titular formaban de manera regular diez futbolistas de aquella alineación: Gabetto, Menti, Loik, Ossola, Grezar, Maroso, Castigliano, Rigamonti, Ballarin, Mazzola y Bacigalupo.

Boniperti era el undécimo hombre, la guinda de aquel pastel casi perfecto que era la máquina grana. Tenía 21 años cuando se produjo el accidente, pero ya se había instalado en la élite y alcanzado el título de máximo goleador de la Liga italiana tras superar al gran Valentino Mazzola. Pero todo se fundió a negro en el fútbol italiano. La tristeza se contagió por rapidez y el campeonato se empobreció. Boniperti lo sufrió más que nadie porque quería tocar la gloria con la Juventus, pero al mismo tiempo sentía el deseo de devolver a la selección italiana la felicidad de volver a ganar después de años marcados por la desgracia y la guerra. No podía hacerlo solo, no sin Mazzola, sin Bacigalupo, sin Rigamonti…En 1950 se fue al Mundial de Brasil –en barco porque el recuerdo de la Tragedia de Superga estaba muy próximo y se descartó el avión– por el que Italia pasó sin pena ni gloria; cuatro años después la “nazionale” fue un desastre en Suiza y a Suecia en 1958 ni tan siquiera llegaron a clasificarse. Boniperti había nacido para jugar con aquellos genios, pero el destino se lo había arrebatado. Esa herida le acompañó toda su vida.

La selección italiana de finales de los cuarenta eran 10 jugadores del Torino y él

Mientras, en la Juventus las cosas funcionaban de forma regular. Había conseguido un par de títulos de Liga al comienzo de los cincuenta aprovechando la ausencia del Torino, pero el equipo tampoco era una fiesta. Era Boniperti y poco más. Los rivales solo tenían que preocuparse de frenarle a él. En esos años de estrechos marcajes los defensas trataban de provocarle llamándole “Marisa” por sus inconfundibles rizos rubios, una argucia que hay que atribuir al interista Benito Lorenzi, famoso por dominar todo aquello que quedaba al margen del reglamento y cuyo principal objetivo era sacar de quicio al rival de turno.

Pero avanzada la década se produjo un cambio importante en la carrera de Boniperti. Gianni Brera, el periodista más célebre del país y amigo personal del futbolista, escribió un artículo en el que, además de pedirle disculpas por su atrevimiento, le recomendaba que debido a su infinita calidad retrasase su posición para armar el juego y que su responsabilidad no fuese solo la de marcar goles, algo que hacía con evidente facilidad, y que de este modo su importancia como futbolista crecería con seguridad. El periodista bautizó además esa posición como la de la centro-campista (la primera vez que alguien usaba ese término públicamente). A Boniperti esa idea no le pareció descabellada. Además, en verano de 1957 la Juventus contrata al gigantón galés John Charles y al argentino Sívori. Juntos formarán lo que se conoció como el “Trío mágico”. Boniperti se dedicó durante los últimos años de su carrera de alimentar a la pareja de delanteros. Fue la primera gran Juventus de la historia. Ganaron tres Ligas y dos Copas para acabar con unos años de insultante dominio de los dos equipos de Milán que se repartían los títulos como si aquello fuese una fiesta privada en la que nadie tenía derecho a entrar.

En 1961 las aventuras del Trío Mágico se acabaron porque Boniperti decidió que con 33 años ya era hora de colgar las botas y dedicarse a otras cosas. Su último partido lo jugó contra el Inter de Milán que aquella tarde, por un conflicto con la Federacion, alineó a su equipo juvenil. Ganaron los turineses por 9-1. Ese día debutó con el Inter un joven llamado Sandro Mazzola, el hijo de Valentino. En el día de su despedida Boniperti, viendo a aquel muchacho, volvió a revivir el drama personal que para él supuso no haber podido compartir más experiencia con aquel Torino fabuloso que capitaneaba Mazzola padre. Al finalizar el partido se acercó a él, le dio la mano emocionado y solo le dijo: “Hazte digno del apellido que llevas”. A nadie le había dicho que sería su última tarde. No le gustaban los homenajes que consideraba entierros en vida. Se fue en busca del utillero y al entregarle las botas con las que había jugado y le comentó:

“Tómalas Crova, aquí he terminado”

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Boniperti se retiró como el futbolista que más goles había marcado en la historia de la Juventus y quien más veces vistió su camiseta, registros que duraron más de cincuenta años hasta que los batió Alessandro Del Piero. Aparte de la blanquinegra solo se puso una vez la camiseta de otro club: la del Torino en el homenaje que se organizó tras el accidente con el objetivo de recaudar fondos para las familias de los fallecidos.

Tras abandonar el campo la familia Agnelli, dueña del club, le hizo un hueco en la directiva antes de promocionarle a la presidencia en 1971. Allí surgió otro Boniperti. Tan inteligente como el del campo. Al frente del club impuso normas clásicas, las del fútbol que él había mamado; y abrió la puerta a avances importantes que cambiaron la entidad y la colocaron en lo más alto del continente. Boniperti se hizo famoso por recomendar a los futbolistas casarse y tener hijos muy pronto; envió a alguno a la peluquería antes de firmar un contrato; renovaba en una mañana a toda la plantilla y tenía también la manía de marcharse del estadio cuando jugaban en Turín en el descanso porque no podía soportar la tensión sentado en el palco.

Pero agarrado a su mano sabia la Juventus cambió el panorama italiano. Diecinueve años estuvo como presidente en los cuales el club añadió a sus vitrinas nueve Ligas, dos Copas, una Copa de Europa, una Intercontinenal, una Recopa y una Copa de la UEFA. Después de ese tiempo tuvo un breve periodo de tres años como gerente y en 2006 la familia Agnelli, siempre agradecida con él, le nombró “presidente de honor”. Desde ese instante Giampiero Boniperti pasó a ser para el mundo de la Juventus el “presidentissimo”. Hace dos días su corazón, que él aseguró que tenía rayas blancas y negras, se detuvo.

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