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El ángel de Llompart

Llompart.

Solo podía ocurrir la noche de Halloween. El momento del año en que el velo que separa a los vivos de los muertos es más fino y aquellos que ya se fueron se sienten más cerca. Notamos su energía, su invisible presencia. Nos acompañan de una manera mágica. El destino había querido que esa noche el Lucentum jugara en Palma, ciudad natal de nuestro capitán, de la que se marchó con 14 años para dedicar su vida al baloncesto. Tras cuatro jornadas sin ganar, el equipo necesitaba el triunfo por una cuestión de moral, orgullo, rabia, supervivencia. Pedro Llompart lo sabía. No era un partido cualquiera para él.

Cerca del final de su carrera, quizá fuera la última vez que pisaba el parqué mallorquín como jugador. Por su mente pasaban otros momentos de gran responsabilidad con sus equipos. Las temporadas en Zaragoza, donde vivió los mejores años del club. La experiencia en Italia, su gran oportunidad europea, donde llegó a semifinales de la Eurocup, meses maravillosos con su mujer y sus hijos en Reggio Emilia. Su sueño de devolver al Lucentum a la élite. Así que salió a pista dispuesto a plantar batalla, a tirar del carro del HLA Alicante todas las veces que hiciera falta, hasta la extenuación, siempre llevando cerca el amuleto de su madre que le acompaña. Fue a ella a quien le había dedicado uno de los momentos más épicos de la historia del Lucentum: aquel triple en el último segundo que nos dio la victoria contra Baskonia en 2012. Ese ángel que protege al capitán se sentiría más cerca que nunca en Mallorca.

Su talento no se hizo esperar: desde el primer minuto asistió a placer a Van Zegeren para empezar a sumar esos puntos que nos devolvían a la vida. Esas canastas que celebran sus hijos con la mayor ilusión cada día de partido, que no le permiten retirarse todavía de este oficio que le ha llevado de aquí para allá, siempre con su familia. Palma tenía clarísimo quién era el jugador al que había que marcar, y las defensas se cebaron con el 9 lucentino. Una y otra vez, Llompart aguantaba los dos contra uno que le asediaban. El partido no podía estar más igualado. Gonzalo se desesperaba por la banda; el balón volaba en larguísimos pases y Pilepic salía al rescate a base de triples. Empate tras empate, llegamos al último cuarto con una desventaja de siete puntos casi letal. «Otra vez no. Siempre igual», se lamentaba el «coach». Pero ese ángel al que Llompart se había encomendado no iba a permitir que se marchara de Son Moix con las manos vacías, y el equipo forzó la prórroga. Cinco minutos de auténtico sufrimiento donde el HLA Alicante a punto estuvo de repetir el guion de jornadas pasadas.

«Papá, hoy hay que ganar». El acierto de Llompart al tiro libre, cuando más lo necesitábamos, nos condujo a una segunda prórroga. Alguien, desde arriba, enviaba energía al equipo para que siguiera luchando y no se rindiera. Sacando faltas, anotando en momentos clave y regalándonos treinta minutazos vitales, Pedro Llompart, a sus 39 años, hizo lo imposible en Mallorca para volver a Alicante con la primera bajo el brazo. No tengo ninguna duda de quién nos echó una mano para que el equipo aguantara los cincuenta minutos de intensa pelea y sufrimiento que nos deparó la noche.

De Vitoria dijo en rueda de prensa que hubo una energía especial en el banquillo que nos hizo creer en el triunfo hasta el final. La primera victoria cayó del cielo y Llompart subió a los suyos a la grada a celebrarlo con la Kali Nord. Solo podía ocurrir la noche de Halloween.

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