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TRIBUNA

El Padrino

Gerel David Simmons, en una rueda de tiro en el calentamiento previo a un partido con el HLA Alicante

Hay algunas ofertas que uno no puede rechazar. En el mundo del deporte es habitual que, si tienes un juego vistoso, si metes muchos puntos o demuestras gran olfato goleador, las ofertas lleguen para tentarte. Uno puede usarlas para renegociar las condiciones del contrato, para lanzar un órdago o, simplemente, para cambiar de banquillo. Es el mercado, amigos. Aquí no hay lealtades de «famiglia». Somos un equipo de baloncesto, no los «Corleone», y esto es Alicante, no Sicilia. Los fichajes de invierno son inminentes porque en pocos días se cierra el plazo de inscripción de nuevos jugadores y el parón por las ventanas FIBA ofrece el momento idóneo para realizar cambios. 

Todos los rumores apuntan a la marcha de Simmons, el escolta americano que recaló en Alicante procedente de Alemania, en cuya liga era el máximo anotador. El «killer» de Maryland ha tenido actuaciones muy destacadas con HLA Alicante (21 puntos en la victoria contra Lleida; 23 en la derrota contra Gipuzkoa, y así muchos otros partidos… la veintena es su promedio), que no pasan desapercibidas para el resto de equipos y ligas. Ya nos sucedió, en otra vida, con Kyle Singler. Hace dos años lo temimos con Bamba Fall. Lo de Simmons se confirmará en breve.

Cuando vean marchar a Simmons, recuerden: «No es nada personal. Solo son negocios».

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El aficionado entiende perfectamente que los jugadores, los entrenadores, vienen y van de un equipo a otro. Es parte de su trabajo y de la dinámica de la competición. El nombre de Pedro Rivero, por ejemplo, sonaba estos días para ocupar el banquillo del Zaragoza, también como un cambio a mitad de temporada. Sin embargo, a veces cuesta no sentirse traicionado cuando estos cambios ocurren. Porque está claro que competir es su trabajo y los agentes ofrecen sus servicios al mejor postor; o, al menos, más allá de emolumentos, a quien le dará más minutos, más protagonismo, más poder. Pero es inevitable, cuando hay química, desarrollar un sentimiento de identidad entre equipo y afición. Una emoción que trasciende la relación laboral que ata a jugadores y club, y que nos hace considerar a alguien «uno di noi». Es doloroso ver a jugadores como Chumi o Bilbao, que tanto nos han dado, vestir una camiseta y defender unos colores que no son los nuestros. Porque una parte de ellos sí lo son, o al menos así lo sentimos. Estoy segura de que ellos también.

Afortunadamente, no es el caso de Simmons. El estadounidense se marchará y llegará un buen recambio; un nombre más que añadir a la historia del Lucentum. Será el tiempo, el transcurso del resto de la temporada y su rendimiento y adaptación quienes dicten si, más allá de lo que figura en su contrato, la nueva incorporación del equipo es capaz de despertar entre los lucentinos ese sentimiento de pertenencia. De familia, ahora sí, como los Corleone. Recuerden las palabras de «El Padrino» cuando vean marchar a Simmons, porque así es, también, en el baloncesto: «No es nada personal. Solo son negocios».

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