Alicante está necesitada de éxitos deportivos. Hace ya muchos años que su gente no sonríe con alguna gesta con balón de por medio que le traslade, aunque sea por unos instantes, a recordar gloria pretérita. Pasan los años y no queda otra que retroceder con la memoria a los años 70 para calmar con imágenes en blanco y negro del Hércules y del Calpisa la pasión y deseo por disfrutar de esos momentos especiales que concede el deporte de élite. Hace unas horas, en el pabellón de Maristas, apareció el reflejo de aquella época. El Eón, un club pujante, de reciente creación, pero derivado de la fructífera raíz que el balonmano mantiene viva en el subsuelo alicantino, reunió a cerca de un millar de personas para convertir el recinto del Hermano Felicísimo en una olla de pasión desbordada. Se jugaba el primer envite por el ascenso, una lucha desigual entre un galllito de Segunda y un club de Asobal que purga en una eliminatoria su floja temporada. El resultado no fue bueno (solo una gesta en el partido de vuelta puede conceder el ascenso a los alicantinos), pero lo que quedó en el ambiente es que el espíritu de este deporte sigue vivo, muy vivo en una ciudad que no olvida su historia. Para ello, ha sido fundamental la aportación y empuje de un empresario que deambula por la sombra, sin más motivación que su amor por el deporte que practicó de joven y por la ciudad que le vio nacer: Pepe Sánchez, propietario de la empresa Horneo, un apasionado que ha colocado entre ceja y ceja el objetivo de devolver el balonmano de Asobal a una ciudad que fue santo y seña de este deporte. Sin hacer ruido, buscando la complicidad de colegios y clubes de la provincia, con la honestidad de quien quiere aunar esfuerzo y energía sin más motivo que el bien común, Sánchez camina firme hacia una meta que tarde o temprano llegará. Sólo es cuestión de tiempo. Ya verán.