Siviero no da titulares de prensa. Es un técnico sosegado con las ideas bastante claras al que le preocupa muy poco lo que se dice de él fuera de su vestuario. Escucha paciente, pero siempre se reserva la última palabra sobre lo que depende directamente de él: los once que juegan y su forma de moverse. El argentino, curtido en la bruma viscosa del fútbol modesto, bromeaba antes de viajar a Soria cuando los micros ya estaban apagados. «No se fijen demasiado en las pretemporadas. Un verano, en Mallorca, mi equipo perdía hasta contra los camareros del hotel. Llegamos al primer partido de Liga y arrasamos».

Con esa anécdota, el técnico del Intercity restaba trascendencia a todo lo que sucede en un vestuario cuando este no tiene aún activado el modo competición. El preparador es muy consciente de que buena parte de la ensoñación de los fundadores del club en 2017 recae sobre sus hombros. De su pericia en el banquillo depende que se valide el modelo ideado por Martí para demostrar que el destino de una entidad deportiva no tiene por qué supeditarse a la inyección anual de capital de un rico inversor (o accionista).

Para eso, es imperativo formar parte del fútbol profesional. El equipo alicantino, que necesitará reunir 1,4 millones para compensar crédito, está condenado a una nueva ampliación de capital. Tanto es así, que se pondrán en circulación cerca de 4,5 millones de acciones a 0,20 euros cada una, o sea, un 85% más baratas de lo que valían en octubre de 2021. Mientras no haya ingresos sustanciales (ninguna liga RFEF los genera, en contra de lo que se defendió para terminar con la Segunda B), alguien tiene que cubrir los presupuestos... en condiciones normales, los máximos accionistas.

El central montenegrino Ivan Kecojevic celebra el tanto del triunfo en Los Pajaritos. CFI

Al Intercity, sin poder beneficiarse de un estadio con aforo apreciable, con una masa social limitada y de lento crecimiento, le urge su ingreso inmediato en la LaLiga para tener razón de ser, para no convertirse irremisiblemente en el caro capricho de alguien que se acabe cansando de extender cheques sin reembolso. Siviero es consciente y, a pesar de la enorme presión que eso supone, no ha rendido la esencia de su sistema. El argentino ha hecho, porque cree de veras en ello, lo que da mejor resultado la mayoría de las veces: la continuidad. Remodelar y apuntalar en vez de destruir y volver a levantar el edificio ha sido lo que le ha llevado a sumar los tres primeros puntos de una temporada marcada en amarillo fluorescente en la hoja de ruta de Salvador Martí y sus compañeros de viaje.

El verano del conjunto negro, ahora bajo la tutela de Juanfran Torres (que será integrado oficialmente en el consejo de administración del Grupo Intercity el 19 de septiembre), ha sido prolijo en fichajes, la mayoría con cachés altos. Cualquier otro entrenador con menos poso habría podido caer en la tentación de sumarlos de inmediato al once titular. Él, no. Siviero armó su bloque en Los Pajaritos con más de la mitad de nombres que dormían a su lado el curso pasado en el autobús: Manu Herrera, Kecojevic, Ferroni, Miguel Marí, Cristian Herrera y Pol Roigé.

Es una declaración de intenciones, pero, sobre todo, la demostración de que el vestuario que armó con Quique Hernández y Paco Peña tenía empaque. Aún puede ocurrir de todo, porque las variables que convergen en el deporte no siguen lógicas socráticas. Si el universo tiende al caos, el balompié, mucho más.

El tanto del triunfo se fabricó entre el pie de Ferroni y la cabeza de Kecojevic después de un arrastre coral del resto de compañeros implicados en la acción de estrategia. El remate del montenegrino fue casi perfecto, lo mismo que su debut como titular en la quinta jornada de la temporada anterior. Siviero refundó la defensa con el balcánico y, desde ese instante, todo es menos casual en el juego colectivo de un equipo que se fía ciegamente del sentido común de su técnico, un tipo sereno.