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Tenis

La Copa Davis de la vergüenza

Sudáfrica consiguió hace casi cincuenta años su única Copa Davis después de que la India renunciase a disputar la final como protesta por su política de Apartheid

Los componentes el equipo sudafricano posan con la Copa Davis en 1974.

El deporte y los deportistas sudafricanos se enfrentaron en los años setenta a constantes sanciones. El mundo comenzó a tomar conciencia de que no se podían quedar de brazos cruzados ante la política de Apartheid que se aplicaba en el país y empezaron a llegar las sanciones internacionales en casi todos los ámbitos. En el deporte el primer golpe se lo dio el COI cuando expulsó al Comité Olímpico Sudafricano y les negó la participación en los Juegos de Tokio en 1964. Las federaciones internacionales debatieron sobre qué debían hacer en ese momento. Algunas siguieron los pasos del COI y otras se agarraron al “comodín” de que no deben mezclarse política y deporte y miraron hacia otro lado.

La Federación Internacional de Tenis, que no formaba parte del movimiento olímpico aunque su ilusión era entrar en el programa de los Juegos algún día, realizó una maniobra extraña. En 1970 suspendió a Sudáfrica, pero la admitió al año siguiente e incluso amenazó con sancionar a las organizaciones o torneos que boicotearan a Sudáfrica o a sus jugadores, algo que no hizo otra cosa que recrudecer las protestas allí donde participaba algún tenista sudafricano. Arthur Ashe, el mejor tenista negro que ha dado la historia y un hombre con una profunda conciencia social, abanderó el movimiento en contra de la Federación Internacional de Tenis y promovió el boicot hacia ese país. En medio de la escena estaban los jugadores sudafricanos para quienes disputar cualquier torneo, especialmente la Copa Davis, era un tormento. Cliff Drysdale, un magnífico doblista y el mejor jugador sudafricano del momento, acabaría por renunciar a la ciudadanía para poder continuar adelante con su carrera sin ser recibido en cualquier plaza como un maldito.

En 1974 Sudáfrica fue encuadrada en la Zona Sudamericana, lo que no auguraba nada bueno. En primera ronda le correspondía jugar contra Argentina, un equipo en principio claramente superior, pero que decidió no presentarse. La segunda eliminatoria suponía visitar a Chile, donde se debatió de forma intensa qué hacer. El dictador Augusto Pinochet no renunció al enfrentamiento deportivo, pero aconsejó a la federación de su país que la eliminatoria no se celebrase en suelo chileno. Incluso él se sentía incómodo en aquella situación. Se tomó entonces la decisión de que se jugase en la capital de Colombia, Bogotá, donde Sudáfrica se impuso por un ajustado 3-2. Esa ronda fue la última participación de Drysdale con su país. Cansado de lo que escuchaba en las pistas, decidió que no volvería a someterse a ese escarnio en público.

La decisión de Drysdale anulaba casi por completo las posibilidades de Sudáfrica de avanzar mucho más en el torneo. Pero en aquella caprichosa y polémica edición estaban pasando cosas asombrosas. Especialmente en Colombia donde Estados Unidos, gran favorita para conquistar el torneo, sufrió uno de los batacazos mayores de su historia. Los americanos se presentaron en Bogotá con un equipo de circunstancias que formaban unos veinteañeros sin mucho nombre como Solomon y Van Dillen. En casa se habían quedado Stan Smith, Tom Gorman –los dos primeros del ranking mundial en ese momento–, Brian Gottfried, Arthur Ashe o el joven Jimmy Connors, a quienes les dio una enorme pereza desplazarse hasta Colombia para enfrentarse a un rival insignificante. Pero en Bogotá aparecieron dos héroes desconocidos llamados Jairo Velasco e Iván Molina que salieron del Club Los Lagartos a hombros de sus aficionados después de que consiguiesen una rotunda victoria por 4-1 sobre Estados Unidos. Ese fue el motivo por el que Sudáfrica, de forma inesperada, se encontró jugándose el billete para las semifinales contra Colombia a la que venció de forma apurada en Johannesburgo por 3-2.

Las sorpresas no se limitaron a la zona americana. En el otro lado del mundo se había producido otro acontecimiento. Los hermanos Vijay y Anand Amritraj, componentes del equipo indio, habían protagonizado otra sorpresa mayúscula al eliminar a Australia, campeón en la edición anterior por un épico 3-2 que desató también una ola de orgullo nacional. Nunca los indios se habían visto en una situación semejante y de repente, acostumbrados a entregarse a otros deportes, el país volvió la vista hacia el tenis y el sueño de conquistar una Copa Davis.

En las semifinales del torneo Sudáfrica eliminó a Italia por un claro 4-1, favorecida por la pista de hierba en la que se jugó la eliminatoria en Johannesburgo, mientras la India siguió adelante con su aventura y derrotó a la Unión Soviética para meterse en la final. Caprichos del destino. Sudáfrica y la India debían jugarse la Copa Davis, algo que unos meses antes parecería una broma. La Federación Internacional de Tenis fue la primera en torcer el gesto. Rezaron sin suerte por la eliminación de cualquiera de ellas porque los problemas se adivinaban a la legua. India siempre fue uno de los países más beligerantes con la política de Apartheid que se implantó en Sudáfrica en 1948 aduciendo que la minoría india que vivía en aquel país sufría el mismo trato vejatorio y la segregación que la población negra. Indira Gandhi, la primer ministro de la India, presionó de forma intensa a la Federación India de Tenis para que renunciasen a viajar a Johannesburgo para disputar la final. Entendía la importancia del evento, la oportunidad histórica, el entusiasmo incluso del país, pero para ella era prioritario lanzar un mensaje al mundo y a sus ciudadanos. La Federación Internacional, obsesionada por salvar el enfrentamiento, ofreció una solución intermedia, que el enfrentamiento tuviese lugar en una sede neutral para evitar a los indios pasar por el trago de jugar en Sudáfrica, pero la respuesta fue la misma. India decidió no presentarse a la final de la Copa Davis de 1974 y Sudáfrica se convirtió de forma inmediata en el campeón. El primer título (y único) de su historia llegaba de una manera inesperada, vergonzante casi.

Vijay Amritraj, el mejor jugador indio, expresó de forma clara el sentimiento que se apoderó de él aquellos días: “Como deportista me sentí decepcionado porque era posible que nunca volviera a tener una oportunidad de jugar una final de la Copa Davis sino que posiblemente no tendría una ocasión como aquella de ganarla. Pero como ser humano sentí un enorme orgullo porque sé que el gobierno tomó la decisión correcta”. Su hermano Anand, de quien siempre se decía que estaba en el equipo como número dos gracias a las presiones que ejercía Vijay sobre su capitán, sí dijo más de una vez que debían haber disputado aquella final y que la Copa Davis era algo que le debía la política personalmente.

En el otro lado de la red, Ray Moore –que formó parte del equipo campeón junto a Bob Hewitt, Frew McMillan y Bob Maud– reconoció que “el gobierno indio hizo lo correcto. Es posible que si más países hubiesen boicoteado a Sudáfrica en el tenis, en otros deportes o en otros ámbitos, el régimen de segregación habría caído más rápido. El tenis y la India dieron una lección aquellos días”.

Sudáfrica, de manera impensable, cortó una racha de treinta y una ediciones consecutivas en las que Estados Unidos y Australia se repartieron el título. Desde 1936 (el torneo no se disputó durante la Segunda Guerra Mundial) el tenis no había conocido otro campeón. Pero Sudáfrica no se enorgullece en exceso de aquella conquista. Los jugadores se vistieron de gala en una ceremonia en su país para recibir el trofeo y posar ante la Ensaladera. Y poco más. Pasaron los años y la Federación Sudafricana apenas hace mención a aquella conquista. En sus órganos oficiales no hay mención a ella. La réplica de la Copa Davis de 1974 descansa sin pena ni gloria en sus oficinas, como un recuerdo molesto de un tiempo que no debió existir.

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