Desde la Gran Manzana

La Maratón

Alegría de los jugadores del Lucentum

Alegría de los jugadores del Lucentum / RAFA ARJONES

Mar Galindo

Mar Galindo

Cuando mi amigo Chris vio el perfil de Tinder de aquella chica, solo se fijó en una cosa. No fue en su amplia sonrisa, ni en su diadema de diosa griega, ni en el brazalete plateado que aparecía en esa foto que alguien le tomó de camino a una fiesta. No. Chris se fijó en el reloj. «Solo una persona que haga deporte regularmente lleva esa clase de relojes», se dijo. Y él, que adora correr, que lleva a sus espaldas diez maratones e infinidad de carreras, abrió la conversación con ella preguntando por aquel reloj. Tras un curioso intercambio de mensajes, quedaron para conocerse. Reyes había corrido la maratón de Nueva York y disfrutaba del placer de correr en la ciudad. El resto es historia. El mes que viene celebran su quinto aniversario juntos. Lo que el deporte ha unido, que no lo separe nadie.

Para mí, que solo corro si veo que se me escapa el metro, correr es un misterio. Chris dice que le hace sentirse libre. Que es una sensación empoderante. Sentir que puedes ir donde quieras. Que tu único dueño eres tú. Que el dolor del esfuerzo es temporal, pero el orgullo dura siempre.

Hace unas semanas estuve en la maratón neoyorquina animando a mi amiga Leyre durante la carrera. Ella está empeñada en que me apunte a uno de los clubes de corredores que tiene la Gran Manzana, pero yo le digo que bastante tengo con la maratón de partidos que tiene el Lucentum estos días. Primero fue el encuentro del viernes en Coruña, que se nos atragantó desde el principio y terminamos perdiendo a pesar del arreón del tercer cuarto. Después vino la cita contra Melilla en casa a mitad de semana; un partido en el que costó entrar pero que se ganó holgadamente. Y este sábado, viaje hasta Valladolid, una pista que históricamente se nos da… regular.  

Muchos kilómetros, muchos minutos sobre la cancha, mucha presión, poco descanso. Le pregunto a Chris cómo es capaz de correr maratones y ultramaratones de hasta 80 kilómetros. Y me dice que la preparación para correr dura meses, pero que el secreto durante la carrera es ir paso a paso. No pensar en la meta final, sino ir kilómetro a kilómetro, marcando pequeños hitos. Lo mismo que puede aplicarse nuestro HLA Alicante en esta maratón de partidos cuya meta queda muy lejos todavía. La única garantía de llegar a ella con vida es ir partido a partido, cuarto a cuarto, sin mirar más allá. El camino es duro. Reyes dice que en la maratón hay un cúmulo de sensaciones físicas y emocionales que no es capaz de describir. Subidas y bajadas, idas y venidas, dolores aquí y molestias allá, tirones, rampas, calambres, náuseas, sed, euforia y bajón de un kilómetro a otro. Nunca es un camino lineal. Nadie dijo que fuera fácil. Y me imagino que esas son las sensaciones que tienen Chapela o Steinarsson cuando están al mando del equipo. Cuando a Gatell o a McDonnell les duelen las piernas pero hay que seguir jugando. Cuando Matulionis o Blaylock no encuentran el hueco para tirar después de muchos minutos a pleno rendimiento. Cuando Arcos tiene que seguir corriendo y seguir saltando para no bajar los brazos a mitad de partido aunque haya estado toda la semana con gripe porque hay que ganar como sea.

Chris dice que a partir de la milla 22 (de las 26’2 que componen la maratón) el cerebro simplemente no funciona, no procesa, no responde. Casi es incapaz de hablar. Su cuerpo pesa y duele, y la única instrucción que su cerebro aún puede dar es la de seguir corriendo. Continuar poniendo un pie delante del otro para llegar al siguiente kilómetro, cuando lo único que lo sostiene es el ánimo de los espectadores, los cánticos, los carteles de motivación para seguir. Yo me pregunto cómo alguien en su sano juicio quiere someter su cuerpo a tanta presión, tanto dolor físico, tanta extenuación. Y creo que su respuesta es la misma que me darían Parrado, Borovnjak, Carrillo o Monclova sobre los sacrificios que implica jugar en la LEB Oro, el dolor físico de los entrenamientos, los partidos y las lesiones y la enorme inversión emocional de los viajes, las victorias y las derrotas de competir al más alto nivel. El dolor es temporal. Pero el orgullo… el orgullo es para siempre.

Suscríbete para seguir leyendo