HISTORIAS IRREPETIBLES

La gran aventura de Jim Brown

La estrella de la NFL, considerado para algunos el mejor jugador de la historia, desarrolló una gran labor en defensa de los derechos de la población negra antes de encontrar en el cine su medio de vida

Jim Brown en un partido.

Jim Brown en un partido.

Juan Carlos Álvarez

Hay una imagen de 1967 en la que Jim Brown está sentado en una mesa hablando a los periodistas mientras le rodean Muhammad AliBill Russell y Karim Abdul Jabbar (que por entonces aún no se había cambiado el nombre y seguía siendo Lew Alcindor). Fue la presentación en sociedad de la llamada “Cumbre de Cleveland”, la reunión que el legendario jugador de los Cleveland Browns lideró para despertar el activismo de los atletas negros por los derechos civiles. La imagen revela la personalidad de quien fue considerado el mejor jugador de fútbol americano de su tiempo, capaz de discutir el trono a cualquiera. Ali se había opuesto a la Guerra de Vietnam de forma pública y se enfrentaba a una posible pena de cinco años de cárcel por negarse a su reclutamiento. Con aquella reunión Brown y el resto de deportistas quisieron prestarle su apoyo público y despertar las conciencias de los atletas en particular y de la sociedad en general en defensa de los derechos civiles de las minorías discriminadas en Estados Unidos.

Con Ali, Rusell y Abdul Jabbar, en la presentación de la Cumbre de Cleveland.

Con Ali, Rusell y Abdul Jabbar, en la presentación de la Cumbre de Cleveland.

Jim Brown tenía una profunda conciencia social. Solo un año antes había fundado la Unión Económica Negra para promover las oportunidades económicas para las empresas pertenecientes a las minorías. Su teoría es que más allá de actuaciones “simbólicas” para defender el papel de las minorías en la sociedad era necesario que éstas tuviesen una base económica sobre la que construir sus derechos. Así la Unión Económica Negra se buscó la manera de hacer préstamos o subvencionar la puesta en marcha de negocios y empresas. Al éxito de esa iniciativa siguió la puesta en marcha de una fundación preocupada por enseñar oficios a chicos que formaban parte de las bandas callejeras o que directamente acababan de salir de la cárcel. Esa fundación llegó incluso a conseguir que en determinadas ciudades se declarase una tregua en las guerras de bandas de los años setenta y ochenta.

Jim Brown en un partido.

Jim Brown en un partido.

Todo esto Jim Brown lo consiguió por sus creencias pero también gracias a que era una absoluta leyenda del fútbol americano, un símbolo nacional. Era hijo de un boxeador y siempre dijo que no sufrió demasiado el racismo de niño porque se crio en la isla de Saint Simons, una pequeña comunidad que había frente a la costa de Georgia. La cosa cambió cuando se fueron a vivir a Nueva York aunque allí, en la escuela secundaria, Brown encontró un valioso aliado en el deporte. Jugó al mismo tiempo al fútbol americano, al baloncesto, al beisbol y al lacrosse. En todos ellos era extraordinario. De hecho, en la Universidad de Syracuse siguió practicándolos todos. Allí las cosas no eran tan sencillas porque esa universidad no solía acoger deportistas negros, pero la insistencia de Kenneth Molloy –antigua estrella de la universidad y abogado de éxito– lo hizo posible aunque no pudo evitar cuestiones como la prohibición de compartir ciertas estancias con sus compañeros de equipo o que se le impidiese de forma explícita salir con chicas blancas. Lo que pasa es que luego en el campo Jim Brown era una bestia, independientemente del deporte que tocase en cada momento. Era capaz de batir récords universitarios en cada una de las modalidades y todo parecía posible para él. Incluso llegó a presentarse al nacional universitario en decatlón, pese a que no le dedicaba demasiado tiempo al atletismo, y finalizó en quinta posición. Tal era su capacidad de adaptación a cualquier cosa que se le pusiese por delante.

Pero cuando acabó su etapa universitaria en Syracuse el camino parecía muy claro. En 1957 se presentó al draft de la NFL y allí en primera ronda fue elegido en el sexto puesto por los Cleveland Browns. Lo que empezó en ese momento es historia del fútbol americano. Fue algo que dejó claro en su noveno partido donde corrió 237 yardas y estableció un récord que tardaría catorce años en ser superado. Brown estuvo nueve temporadas en la NFL, siempre en el equipo de Cleveland. Ganó un título en 1964, jugó dos finales más y tres veces fue elegido el Jugador Más Valioso de la Liga. Sus números resultan absolutamente asombrosos porque es el único jugador de la historia que ha sido capaz de promediar más de cien yardas de carrera en cada uno de sus partidos. Nadie ha vuelto a ser capaz de algo parecido. Recorrió más de 12.500 a lo largo de toda su vida como jugador de los Browns y algunos de sus registros aún perduran en la franquicia de Cleveland como las 1.863 yardas recorridas en una sola temporada, la de 1963 (el récord de franquicia más antiguo que resiste entre los 32 equipos de la NFL). Todo esto convirtió al “fullback” de los Browns en una leyenda de la NFL hasta el punto de que ha sido incluido en el equipo de todos los tiempos de la NFL y no son pocos los medios especializados que le etiquetan como el mejor jugador de todos los tiempos de la liga profesional de fútbol americano. Esa circunstancia le abrió puertas y le dio dinero para ayudar a los demás y para desarrollar esa conciencia social que le ayudó a poner en marcha numerosos proyectos en la defensa de los derechos civiles aunque al mismo tiempo también le pusiese en el punto de mira de otros colectivos. El FBI, en sus años de activismo más intenso, le estuvo siguiendo e incluso fomentó campañas de difamación con el objetivo de lastrar una popularidad difícil de combatir.

Junto a Pacino en “Un domingo cualquiera”.

Junto a Pacino en “Un domingo cualquiera”.

Recién cumplidos los treinta años Jim Brown decidió dar un cambio determinante en su vida. En 1964 debutó como actor en la película “Río Conchos”, una modesta y mediocre producción que se tomó como un pequeño pasatiempo antes de iniciar una nueva temporada con los Browns. Pero a comienzos de 1966 se embarcó en un proyecto más exigente. La MGM le eligió para uno de los papeles de “The dirty dozen” –conocida aquí como los “Doce del patíbulo”– que Robert Aldrich iba a rodar en Europa con un notable grupo de actores que encabezaba Lee Marvin. Brown sería Robert Jefferson, uno de los doce convictos que son enviados a Francia durante la Segunda Guerra Mundial para asesinar a un grupo de oficiales alemanes reunido en un castillo próximo a la localidad de Rennes poco antes de que se produjese el Desembarco de Normandía. El mal tiempo de aquellas semanas en Inglaterra, escenario de buena parte del rodaje, condicionó en muchos aspectos la compleja producción de una película en la que había mucho dinero invertido y eso fue retrasando la fecha de incorporación de Jim Brown al campo de entrenamiento de Cleveland. El propietario del club, Art Modell, empezó a perder la paciencia y amenazó públicamente al jugador con multarle con 1.500 dólares de aquel momento por cada semana de entrenamiento que se perdiese. Modell no imaginaba cuál iba a ser la respuesta de Brown. Pese a que un par de meses antes había confirmado que su última temporada sería la de 1966, coincidiendo con el final de su último contrato, adelantó su retirada y no volvió a jugar. Se quedó el tiempo necesario en Europa rodando la película y ya no tuvo que preocuparse por las multas de su equipo. A partir de ese momento decidió que el cine sería su principal medio de vida y participó en más de una treintena de películas entre los años sesenta y setenta. No era un gran actor pero tenía algo que pretendían muchas productoras: fama. Llegó a ser uno de los actores mejor pagados de su tiempo aunque a partir de los ochenta sus apariciones se limitaron sobre todo a episodios sueltos en afamadas series televisivas. Los más jóvenes tal vez le recuerden en sus dos pequeños papeles más famosos de los últimos años: en “Mars Attacks” y en “Un domingo cualquiera”, la película de fútbol americano en la que interpreta al responsable defensivo del cuerpo técnico que dirige Tony D’Amato, el personaje que interpretó Al Pacino con aquel inolvidable discurso en el vestuario, el de “o nos curamos como equipo o morimos como individuos”. Esa producción dirigida por Oliver Stone, que tuvo un inmenso éxito, le permitió unir las que fueron sus dos grandes pasiones en vida, una forma hermosa de reunirlas. Jim Brown falleció esta semana a los 87 años de edad en su casa de Los Ángeles. Para muchos se va el más grande que ha pisado un campo de fútbol americano.

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