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«El inclusero», el rebelde matador de torosPEPE SOTO

Retratos urbanos

«El inclusero», el rebelde matador de toros

Lleva 23 cornadas en el cuerpo; ha matado 1.500 animales espada en mano

Gregorio nació en Albacete entre los aprietos que soportaba un humilde matrimonio que se las vio y deseo para dar de comer a siete hijos. Su padre, transportista, decidió instalarse en Alicante en 1950. Él tenía cuatro años. Creció en la barriada de La Florida; algo aprendió en la academia de don David, un viejo profesor instalado en esa estancia docente.

Muy pronto, chiquitín, empezó a trabajar como «motor» de la rueda del arcaico mecano que las hiladoras utilizaban para tejer. Ocho horas cada día para abastecer de hilo a unas mujeres que trabajaban a destajo para sobrevivir.

Su pasión por la tauromaquia fue temprana, posiblemente influenciado por su hermano Antonio, algo mayor que él. Capeaba donde podía, con más pasión que cabeza; con bastante más furia que las vaquillas que con él se toparon en tardes de gloria joven en sueltas de animales cornudos en Tibi, Sant Joan, El Campello, Guardamar y otras poblaciones.

Aburrido de vérselas con el trapo ante vacas demasiado toreadas, Gregorio Tébar se hizo maletilla. Anduvo de pueblo en pueblo con un hatillo que guardaba una muda, un capote, una muleta y una espada de pino.

Capeó con becerrillos en Salamanca, en Calahorra, en Zaragoza y en decenas de sitios mientras trabajaba, cuando podía, como peón de albañil.

Con ansias de toro y harto de vaquillas, una buena tarde se echó al ruedo como espontáneo, frente a un toro que lidiaba Juan Ramón Lopéz «El Tranquilo», que años más tarde sería su mozo de espadas. Pasó media tarde y la noche en un viejo calabozo de Alicante.

Volvió a Alicante hambriento, ya no de toros. Conoció a su primer maestro, Antonio Soriano, con quien cada jornada entrenaba en un bancal anexo a la antigua fábrica de Juguetes Payá, en el entonces llamado barrio de «La Ruina», ahora Santo Domingo. Gregorio aprendía con rapidez, seguía con las capeas: más fino con el capote y la muleta.

«Mi segundo maestro fue Pepe Manzanares -padre del fallecido José Mari- , que era banderillero. Me presentó en la sociedad taurina de Alicante, y en la de Madrid». Manzanares le apoyó durante cuatro años. El viejo subalterno conocía más que nadie el mundo del toro, desde que crece hasta que muere en el ruedo, pero también sabía de marketing: el primer apodo que le colocó a Gregorio fue «El Coyote», que el torerito no aceptó; sí «El Inclusero», que a su padre nada le agradó por que jamás sus pies pisaron hospicio alguno.

Ya estamos con Gregorio Tébar «El Inclusero», el novillero. En su primera faena cobró 6.000 pesetas. Salió al Albero fue con traje de luces de alquiler, como la muleta, el capote y demás herramientas.

Debutó sin picadores por el ruedo a los 18 años, el 11 de agosto de 1963, en Alicante. Compartió cartel con Francisco Criado «El Chato de Alicante», y Enrique Martínez «El Quieto». Poco después tomó la alternativa con torito de Juan Pedro Domecq llamado «Jovenzuelo», con Antonio Bienvenida como padrino del nuevo matador.

Calcula que ha matado a más de 1.500 animales . Admira a los clásicos: Domingo Ortega, Pepe Luis Vazquez, Ordoñez, Pacorro, Romero, Paula, Frascuelo, Sánchez Puerto, Pepe Luis hijo.... Fue grande en muchos cosos, en especial en Las Ventas con faenas de historia. El 14 de agosto de 1977 hizo una faena de veinte muletazos a un toro de Moreno de la Cova. Esa tarde se dio una de las anécdotas más curiosas en la plaza de Las Ventas. Después de ser arrastrado el toro, la afición, pidió con tal fervor los trofeos que el usía concedió una oreja, y el alguacilillo tuvo que ausentarse del ruedo e ir al desolladero para hacerse cargo del trofeo y entregárselo a Gregorio . El periodista Joaquín Vidal, en El País, tituló: «Vengan pañuelos blancos para ver torear a "El Inclusero"». Diez años más tarde, el periodista, entregado al toreo de «El Inclusero», tituló: «El toreo ha vuelto a Las Ventas». La mejor faena que recuerda también fue en Las Ventas, pero «el toro era tan alto que no lo maté bien». Dos avisos de la presidencia pero el público le premió con dos serenas vueltas al ruedo.

Satisfecho con su trayectoria, Gregorio cree que «lo peor para mí siempre fueron los despachos. Y varios toros a los que no rematé bien. Sigo siendo un loco muy cuerdo».

Admite que no ha sido bueno con la espada, con la muerte suprema. Cree que la tauromaquia se ha convertido en un sucio negocio. «¿Cómo puede ser una figura José Tomás, un torero que no torea?», afirma.

Está a punto de cumplirse medio siglo de su alternativa y clama por torear ante su público. La última vez que salió al albero vestido de luces fue en 2006, en Alicante, pero aquella tarde nada le salió bien.

Espera otra oportunidad. Tiene el fardo preparado para volver a mirar al tendido.

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