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A cuatro patas

Vacas locas, hombres locos

Lo verdaderamente peligroso no es estar loco, es estar loco por ganar dinero

Vacas locas, hombres locos

Vamos a ver, que las vacas ni han estado ni estarán nunca locas, eso es seguro. El famoso mal no es si no una enfermedad degenerativa del sistema nervioso provocada, en su origen, cómo no, por el propio hombre.

Dicen que todo nació hace años cuando a un grupo de ganaderos británicos, por ahorrar dinero, se les ocurrió la genial idea de alimentar a los animales con pienso realizado a base de carne. ¡Imagínense, un animal herbívoro comien-do carne!

Aquello originó la extensión de una de las enfermedades más graves que ha existido nunca. El famoso mal de las vacas locas se llevó por delante la vida de miles de animales y de personas. Pero como el ser humano a todo lo malo que hace es capaz, aún, de sacarle algo peor, a un grupo de empresarios se les ocurrió la feliz idea de que, al fin y al cabo, si la carne de ternera no se iba a consumir por la alarma creada en la población, era el momento ideal para introducir otros tipos de carne, la de avestruz, por ejemplo.

Pues dicho y hecho. Las primeras granjas comenzaron a crearse y pronto llegaron a los mercados la carne de estos animales y también los huevos que tenían su interés, claro, porque cada uno de ellos equivalía a dos docenas de los de ga- llina.

Pero, claro, aquellos empresarios se dieron cuenta pronto que criar animales era muy pesado y trabajoso, así que debieron pensar: «Lo nuestro no puede ser mancharnos las manos, lo nuestro es contar billetes». Y así nacieron, nada más y nada menos, que las primeras franquicias de granjas de avestruz. Se organizaron reuniones en cooperativas y se ofreció a ganaderos y agricultores lo que, según ellos, sería el negocio del siglo. Muchos fueron los engañados. En pocos meses España se llenó de avestruces.

¿Y qué pasó? Pues que la famosa demanda de carne nunca llegó y las granjas comenzaron a cerrar.

Fue en ese preciso momento en el que, realmente, comenzó mi experiencia con estos animales. Una granja cercana había sido abandonada por sus dueños y un juzgado me pidió ayuda: «¿Se puede hacer cargo de ellas?», me preguntó.

Reconozco que, mientras ladeaba mi cabeza en señal de negación, me sorprendí a mí mismo diciendo que sí. No tenía ni sitio, ni espacio, ni tan siquiera dinero para mantenerlas, pero cómo negarme. Me habían contado que se estaban muriendo literalmente de hambre, así que, ¿qué podía hacer más que acogerlas?

Las subimos una a una en un camión. Qué fácil se escribe y que difícil resultó hacerlo. Recuerdo el viaje como si fuera ayer. No paraba de pensar en ellas. Finalmente llegamos y bajamos los animales. Un recinto vacío fue su primera parada. Más tarde las alojamos en una amplia zona adaptada a ellas, pero fue precisamente en este último sitio, donde empezaron los problemas.

Los animales se organizaron como un ejército. Las avestruces macho sacaron sus más de cuatro metros de altura y se dedicaron a recorrer los laterales de la jaula vigilando que nadie entrara dentro.

Aquello era un auténtico peligro. Así que, tras varios ataques a las personas que pasaban dentro del recinto, decidí prohibir que nadie más entrara. Me ocuparía yo personalmente de cuidarlas y limpiarlas. Así lo dije y lo hice pero, no tardaron mucho tiempo en atacarme también a mí. Me empujaron contra la valla, me tiraron al suelo y me patearon como si fuera una pelota.

Tras la paliza recibida, me le- vanté como pude y me encaminé hacia la salida del recinto. Pese a los golpes estaba tranquilo, sereno. Empecé, entonces, a pensar en su comportamiento, a ponerme realmente en su lugar e intentar comprenderles.

Eran como una pequeña ciudad jerarquizada. Los machos se medían continuamente unos con otros. El más alto era, sin duda, el dominante, el que tenía el pico más colorado. Todos huían de él. Y entonces caí en la cuenta ¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Tenía que convertirme en avestruz y ser yo el más dominante.

Ya, ya sé que el loco ahora parezco yo, pero no lo dudé. Cogí una escoba roja y, tras entrar en la jaula, la elevé por encima de la cabeza del macho alfa. Fueron momentos interminables, pero en cuanto se percató de que la parte de arriba de la escoba era roja y, además, se elevaba un palmo de altura por encima de él, se dio media vuelta y echó a correr. Y aquella tarde acabaron los problemas. Jamás volvieron a atacar.

El caso es que el método lo incluimos en nuestro primer libro «Los animales también lloran». Y fue tal su éxito que, traducido a distintos idiomas, dio la vuelta al mundo.

Hoy en día, aquel sencillo método inventado aquí mismo por pura necesidad, es el más usado para controlar los avestruces en todo el mundo. Las organizaciones de granjeros americanas, africanas y europeas, lo recomiendan citando siempre, por cierto, nues- tro libro como fuente. Ya ven, también existe el I+D en el mundo de los animales.

Hoy ya, afortunadamente, no hay prácticamente granjas de avestruces en España y, pese al nuevo caso de vacas locas aparecido estas semanas, todo esto no es ya sino historia.

Sin embargo, nunca podré olvidar a aquellas pobres avestruces repartidas en granjas por toda España, aquellos animales que entregaron su vida literalmente al ser humano a cambio de abandono y hambre cuando dejaron de ser un negocio para éste.

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en:

www.fundacionraulmerida.es

www.animalesarcadenoe.com

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