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Viejóvenes

La longevidad, la precariedad emocional y económica y el culto al ocio permite a los alicantinos de 40 años espantar con éxito la imagen tradicional de la mediana edad

Ismael se siente con 43 años más joven que mayor. Sale y vive prácticamente de la misma manera desde los 20. Está separado y es empresario.

«La gente dice que cuando me pongo camisa estoy mejor, pero yo estoy más cómodo con camiseta y zapatillas. No me veo de otra forma, la verdad». Gustavo Rager, cocinero madrileño afincado en Alicante, no tiene ninguna intención de cambiar ni su vestimenta ni los hábitos que le han acompañado durante los últimos años de su vida sólo porque su DNI diga que ha superado la barrera de los 40. Divorciado desde hace cinco años, a sus 41 tener la custodia compartida de su hija, un trabajo y un alquiler, no modifica en casi nada su estilo de vida. Patinar, salir con los amigos al campo, ir de cañas, conocer gente -«tengo una app para ligar»- y en general disfrutar de su ocio y su familia como siempre ha hecho. En vaqueros. «Yo me siento de espíritu joven, como si tuviera 30 años. No creo que sea la crisis de los 40, ni el síndrome de Peter Pan; veo a mucha gente de mi edad en mi situación y pienso que la mayoría de la sociedad ya es así», cuenta por teléfono. «¿Soy un viejoven? Pues seguramente. No me molesta esa definición, es que es lo que hay», explica el cocinero entre risas.

El señor que lee el periódico en casa y la señora que cocina entre niños haciendo deberes son a la mediana edad lo que el auricular a la telefonía; símbolos anacrónicos que sólo representan al objeto en nuestra memoria. Hoy, quienes ocupan este grupo de edad, comprendido a grandes rasgos entre los 35 y los 60 años, comentan vestidos de tardeo y en la pantalla de un smartphone las fotos de sus padres con fascinación, tratando de entender cómo podían ser tan viejos siendo más jóvenes de lo que son ellos ahora. El aumento de la esperanza de vida, la calidad del envejecimiento y la precariedad de las estructuras tradicionales, como la vivienda, el trabajo, la maternidad o las uniones de pareja dibujan una madurez muy distinta a la de hace tan sólo una generación. Los viejóvenes no tienen 20 años, pero con sus padres rebasando los 80 años, se sienten más cerca de su juventud que de su vejez. Confían en vivir al menos 30 años más en las condiciones de salud actuales: las mejores que haya conocido cualquier generación de la historia. Repitiendo, medio en broma, medio en serio, que los 40 son los nuevos 30, nos acercamos a un colectivo cada vez más numeroso para analizar qué ha hecho que cueste más llamarles cuarentones que «cuarentañeros».

Si bien el Instituto Nacional de Estadística (INE) calcula que no será hasta 2050 cuando la mitad de los españoles alcance los 100 años, la esperanza de vida en el país ha aumentado sensiblemente en las últimas décadas. Además, las estupendas condiciones en las que se alcanza la «cuarta edad» -como se denomina a octogenarios y nonagenarios- son prueba de un tránsito por una tercera edad activo y saludable que comienza con la -también cada vez más tardía- jubilación. Así, como explica el antropólogo de la UMH Antonio Miguel Nogués, «la mayor esperanza de vida ha hecho que los grupos de edad tradicionales se hayan alargado en el tiempo». Según reveló un estudio realizado en Reino Unido en 2012 y difundido por la BBC, la autopercepción de edad de la población tiene su propia vara de medir: la encuesta reveló que la mediana edad no se admite hasta pasar los 55 años. Estadísticamente, los países europeos parecen haber acordado que la juventud debe acabarse a los 30, pero como un grupo que admite bises, los estudios y programas de ayudas rara vez no la extienden hasta los 34.

Así, ¿qué etapa están viviendo los adultos de entre 35 y 50 años? Sólo queda estirar el concepto de «adulto joven» hasta la cincuentena. «Adultescente» se autodenomina el monologuista Quequé, de 42 años: sus coetáneos los humoristas Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla siguen de gira desde hace con un espectáculo que se titula «Viejóvenes». «Hace sólo una generación mucha gente era anciana con 60 años. Hoy te ves tíos de esa edad por delante de ti corriendo en triatlones. Su estado de forma es el de alguien diez o quince años menor», cuenta Fermín Egido, director de Educanova y White Go For It Eventos Deportivos.

«¿Mediana edad? Para mi empieza a los 60 como pronto. Mientras te encuentres bien y te lo pida el cuerpo, sigues disfrutando», explica Ismael, un alicantino de 43 años, separado dos veces, empresario de inmobiliaria y asiduo de la noche.

De 37 años, casado y con un hijo, Egido asegura que su quinta, los nacidos a finales de los 70, han sabido «adaptar» su estilo de vida anterior a una rutina familiar que no se parece en nada a la de sus padres. «En nuestro grupo de amigos son casi todo parejas de hecho que se casan por los papeles cuando llega el primer crío». El matrimonio se ha convertido para ellos en una celebración que se hace tras una convivencia de 10 ó 12 años, según explica. La manera de enfocar la crianza también ha cambiado. «No recuerdo que mis padres nos dejaran ni un fin de semana solos; nosotros dejamos al niño cada dos para hacernos una escapada», sostiene.

No son los únicos en Alicante de esta franja de edad que viven una madurez más parecida a sus 20 años que a los 40 de sus padres. José Luis es fotógrafo, tiene 46 años y vive con una hija de siete años, de un matrimonio anterior, y su actual pareja Susana. Son compañeros de Gustavo en Alicante Patina y se identifican plenamente con los valores de esta nueva madurez. «Veo fotos de mi padre cuando me tuvo y parece que tenga 50 años cuando era un crío, y yo sin embargo tuve a la mía con 37 años. La edad se ha disipado hoy en día: es tan fácil separarse y cambiar de vida... Y para los niños no es ningún trauma como era antes; en la clase de mi hija, la mitad de los padres están separados», cuenta el fotógrafo y patinador.

«¡Hola! ¿Queréis entradas para Mulligan's? No, no vaya a ser que me encuentre con mi hijo dentro». Esta anécdota ocurrió a las dos de la mañana hace dos semanas en el centro de Alicante entre un relaciones públicas y dos tipos de cuarenta y largos. Las horas de ocio nocturno se solapan igual que las franjas de edad y la tarde se funde con la noche con naturalidad.

La principal atracción de ocio de la capital de la provincia, el tardeo, es un producto diseñado por y para personas de este perfil. El profesor Luis Mazón, autor de un informe sobre el impacto económico de esta actividad, señala que «el perfil de los que se animan a salir de casa a mediodía y a estar bailando un sábado a la hora de la siesta son personas de entre 30 y 50 años, muchos casados, que trabajan y tienen niños, que han encontrado en esta nueva moda la opción de salir un rato con los amigos».

Según las estadísticas que elabora el INE, entre el público potencial de este nuevo ocio están las 430.000 personas de entre 35 y 50 años que hay en la provincia. De ellas, 270.000 están casadas. Pero el resto, más de 150.000, vive soltero o está separado: forman un grupo de edad en la plenitud de sus vidas que también tiene gran capacidad ejecutiva en la sociedad y un enorme poder adquisitivo. Con sus parejas o solos, siguen conjugando el verbo salir, ganar, atraer y seducir.

«Todos los que tienen más de 40 años quieren verse bien y sentirse atractivos, pero donde se ve con más claridad es en los hombres divorciados. Las mujeres lo tienen más interiorizado y siempre se cuidan, así que es el tipo que tiene que volver a ligar, a «estar en oferta», quien tiene toda una serie de necesidades nuevas. Y de esto las marcas se han dado cuenta», explica Antonio Piñero de 52 años y responsable de la agencia de publicidad Imaginarte.

Por esta razón, que la imagen del último perfume para hombre sea un veterano Johnny Depp -que tiene esa misma edad- cruzando a solas un desierto donde es capaz de encontrar magia no es ninguna casualidad; ni tampoco que el lanzamiento de una nueva ginebra premium junte al ídolo viejoven David Beckham con actores de menor edad sin que haya contraste de lozanía.

El halo de segunda juventud, la idea de que todo sigue abierto en la vida pasados los 40, se palpa en el «afterwork», en el cerveceo después de trabajar, en las actividades de ocio a las que mucha gentre, como Gustavo, acuden para buscar nuevas amistades tras un cambio brusco en sus vidas, como una separación. «En la asociación Alicante Patina somos cinco que no cambiamos y una hornada de recién separados que van llegando» comenta divertido José Luis. «Lo ves en gente que ronda los 45; empiezan a gastar en gimnasio, en ortodoncia estética, se ponen brackets, en trasplante de pelo o en tintes. Es una necesidad de nuestros días», señala el publicista.

Varios profesionales alicantinos más asienten al identificar al cliente viejoven que se atusa ante el espejo con cariño rodeado de productos «antiaging». Raquel Robles se dedica a la asesoría de imagen como «personal shopper». «Quienes notan que les hace falta un cambio de imagen suelen ser hombres de entre 30 y 40 años recién separados que notan al poco tiempo que necesitan mejorar su aspecto» cuenta. «Vienen del chándal y te piden conseguir un "estilo italiano" de americana y zapatos», revela la asistente. Al parecer no escatiman en lo que les parece importante: gastan entre 300 y 1.000 euros en ropa, sin contar los 60 euros por hora de asistencia.

Josema Martínez, tatuador, cuenta que «en cinco años ha aumentado un 80% la gente de más de 40 años que viene al estudio» hasta suponer «una cuarta parte» de su clientela, explica este artista alicantino. Cuenta que grabarse un dibujo en la piel tiene más aceptación social, pero sigue implicando rebeldía. «Es algo que se potencia con las rupturas de pareja». Para alquien que se separa, la reacción lógica parece ser recuperar su vida donde la dejó.

Vetusta Morla toca en Alicante. En los tendidos de la plaza de toros mucha gente mayor de 35 años. Niños aburridos mientras los padres corean el final de «Los días raros». Parejas de 40 abrazándose como quinceañeros. El grupo que pegó sus estribillos a los años más largos de la crisis demuestra madurez artística ante un público moderno, pero no necesariamente juvenil.

El psicólogo ilicitano especialista en sexo y pareja José Bustamente era uno de ellos. «Vi a gente de hasta 60 años. No se hace raro, ni es malo. A esta edad no hay por qué dejar de ir a conciertos o hacer cosas que nos gusten simplemente porque se ha superado una determinada barrera; lo que pongo en duda es relacionar la felicidad con la idea de no envejecer. Ahí es donde creo que no todo el mundo lo pasa bien», reflexiona.

El experto critica la «viejuventud» cuando se vive como «un intento de huir de la vejez o de la madurez». «En terapia de pareja encuentras a veces que uno de los dos siente más que ha llegado la hora de volcarse con la crianza mientras que el otro, normalmente el hombre, se inclina por seguir siendo jóvenes y salir. Es alarmante que, aunque no lo verbalizan, algunos dan a entender que era ella quien más quería ser madre y que, una vez nacido el hijo, le toca a él recuperar su tiempo libre».

Cuando se produce la ruptura en las parejas, Bustamente es crítico con quienes no enfocan la ruptura como un aprendizaje, sino como una vuelta a la última casilla de la vida de soltero. «Es como si se pulsara el "pause" al empezar una vida en pareja y se le diese al "play" al terminarla». Es precisamente este mecanismo el que le interesa a la mercadotecnia para sangrar a Peter Pan, un eterno adolescente con la cartera de un directivo. «Hay quien no sabe aceptar su situación y se lame las heridas empeñándose en ser joven de nuevo; se machaca en el gimnasio, se injerta pelo o sale todos los fines de semana. El error es pensar que no merece la pena ser una persona de 40 años, sino que el único valor real es la juventud», razona el psicólogo.

Raúl Ruiz, un sociólogo de la UA que prepara la cuarentena, se considera un viejoven que ha observado bien a su generación, la que con más éxito ha juntado la juventud con la madurez. «Hemos postergado la salida del hogar paterno, la primera vivienda y la llegada del primer hijo y al final hemos adquirido el rol de adulto de forma tardía», considera.

Es ligeramente crítico con este proceso y culpa en parte a la crisis económica, pero sin dejar de señalar a la familia española cuando se buscan responsables de la «parálisis del acceso a la responsabilidad» generacional. En nuestro país, más de la mitad de los hombres menores de 30 años y de las mujeres de 28 siguen viviendo en casa de sus padres; la media europea más alta después de Grecia, según datos de Eurostat recogidos por Ruiz. La emancipación, una de las principales características del adulto joven, se ha retrasado dos años desde el año 2000 y está lejos de la referencia de Reino Unido, donde los varones se marchan a los 23 y las mujeres a los 21. «En España las familias son más protectoras y en el resto de Europa más liberales. Aquí esperamos a que los hijos estén preparados para que salgan en las mejores condiciones y puedan empezar su vida desde una buena posición; fuera les animan a luchar y a buscarse la vida lo antes posible», apunta Ruiz.

La crisis que ha mantenido a la mitad de los menores de 30 años excluidos del mercado laboral durante los últimos ocho años ha contrbuido a hundir las raíces de esta protección familiar. El paso a la edad adulta, caracterizado por la emancipación, la independencia económica, la convivencia en pareja y la crianza del primer hijo, ha quedado suspendida y atrasada sin fecha definida para los hombres y en muchos casos hasta las últimas etapas fértiles de la mujer.

¿Realmente hay tantas capas de población refugiándose de la vejez o estamos enfocando el cambio de forma errónea? En la búsqueda de explicaciones a esta ruptura con el estilo de vida tradicional hay una reflexión importante del antropólogo de la UMH, Antonio Miguel Nogués. «La madurez de hoy está definida por la esperanza de vida y por el tiempo de ocio, que podemos emplear en cuestiones muy distintas», sostiene Nogués.

Para él, es incompleto asumir que es el culto a la juventud lo que ha conseguido romper con la imagen de la mediana edad; en realidad ha sido la relación de longevidad y ocio lo que ha transformado a los señores de ayer en los, mal denominados bajo su punto de vista, viejóvenes de hoy. «Hasta los años 50 y 60, nuestro tiempo central era para el trabajo, porque era lo que daba sentido a nuestras vidas. Pero la sociedad del bienestar ha hecho que pierda sentido mantenerlo en el lugar central de nuestras vidas. Si ahora añadimos la precariedad laboral, vemos que hay muchas horas del día que puedes emplear en otras muchas cosas. En el uso de ese tiempo no hay tanta diferencia entre lo que puede hacer un joven de 25 años y un hombre de 55».

Así, la diferencia tradicional entre un hombre maduro y un joven, estar permanentemente ocupado en el trabajo, ha saltado por los aires por un cóctel explosivo de mayor inestabilidad, mejor salud, enorme progreso tecnológico y vertiginosos cambios sociales.

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