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Tu vida y tu mundo son maravillosos

Vivir en el presente es básico para alcanzar la felicidad

Estamos en una profunda crisis, con infinitos problemas para muchas personas. No quiero parecer frívolo, y sé que lo que digo es grave, pero ello no debe impedirle ser feliz. Repetidos estudios sobre distribución de la felicidad en el mundo señalan que los habitantes de países muy pobres dan puntuaciones altas en felicidad. Piénsese en la gente de las favelas de Brasil, ¿dan imagen de infelicidad? Aunque sin duda, ahora es más duro, yo me acordaba de la España de mi infancia. Creo que muchos éramos pobres, pero no infelices. Y eso hay que decirlo y saberlo.

Las gafas de ver la vida. Quiero insistir en esta idea: he titulado el artículo «un mundo maravilloso» y quiero repasar con Ud. lo mucho que hemos tenido y que tenemos, aunque a veces no somos conscientes de ello. No ignoro la muy difícil situación de algunos, pero insisto en enviar unas reflexiones en positivo. De hecho el saber popular señala que las cosas son del color del cristal con que se miran. Recuerdo la historia de aquel oftalmólogo que insistía que solo había dos tipos de gafas: las de tipo mosca, que solo ven la basura y la porquería (que es lo que les interesa), y las de la abeja, que solo ven los campos de flores para elaborar rica miel. Por favor, para andar por la vida, póngase las gafas de la abeja.

Recordar el pasado. A los de mi generación (tengo setenta años) querría recordarles lo afortunados que hemos sido. En nuestra vida no hemos vivido directamente ninguna guerra. El país ha cambiado infinito: vivió bajo una dictadura y tiene hoy una democracia, sin duda con defectos, pero homologable a la de cualquier otro país occidental; lo que significa que teóricamente podemos cambiar cada cuatro años a los que nos mandan. Era profundamente pobre (racionamientos, restricciones, ropa que se reciclaba...) y ahora, sin negar carencias, hay sobreabundancia, despilfarramos: luz, agua, acumulamos ropas, adornos, utensilios innecesarios, gastamos en «belleza», etc., nos sobran aeropuertos, bancos, políticos, asesores, duplicamos instituciones y estructuras, somos uno de los países que tiene más kilómetros de trenes de alta velocidad, salas de congresos o casas de cultura, etc...

Era un país intolerante. Ahora es pluricultural, en el que el matrimonio o la unión homosexual es legal (algo que hasta hace poco se discutía en la admirable Francia, algunos estados de los Estados Unidos, y solo recientemente en Italia) y en general un país bastante respetuoso con las minorías. Entonces el país era confesional y la jerarquía religiosa oficial tenía presencia en el parlamento, se implicaba en la política, era rígida e imponía sus ideas. Ahora vivimos en un estado teóricamente aconfesional, más tolerante con otras religiones, que «tienden» a limitarse a la esfera de lo privado, y se inicia una ética universal que se superpone a todas. El país tenía entonces muchos analfabetos. Ahora tiene un buen número de universitarios, de hecho creo que somos el segundo país del mundo con más universidades en relación a la población. Tanto que al no tener aquí trabajo los «exportamos» al extranjero.

Las coberturas sociales eran casi inexistentes. Surgió la Seguridad Social, nuestra medicina era rudimentaria, aunque ejercida por médicos súper humanos y generosos. Hoy nuestra sanidad, aunque amenazada, tiene un prestigio mundial reconocido, y nosotros queremos cada vez más: tener centros de salud cerca de casa, ser atendidos sin espera e incluso acumulamos medicamentos que no consumimos.

Lo que se llamaba «la familia tradicional» ha desaparecido. Basta con ver cómo ha quedado la del propio general Franco que la promocionaba. Ello sin duda expresa grandes ventajas: la mujer tiene una presencia social importante y, aunque aún no es igualitaria, cada vez soporta menos discriminaciones o violencias, si bien los nuevos modos de relación de pareja introducen otras problemáticas, en especial para los hijos.

Ahora: hay crisis y del despilfarro hemos pasado al recorte, muchos lo pasan mal. Pero la mayoría de nosotros tiene unas grandes expectativas de vida, mayores que nunca en la historia, y de vida con mayor calidad, educación, bienestar material con libertad de opinión o asociación. Vivimos en un país respetable, con una climatología envidiable (otros viven casi a oscuras todo el año), se tienen amigos y una estructura social amplia con muchas facilidades y comodidades: para viajar, con electricidad, agua corriente. No sabemos lo que son las limitaciones habituales para una gran parte del mundo. De hecho hemos confiado nuestra felicidad a los bienes materiales. Lo que es un grave error, pues creemos que seremos felices cuando logremos lo que ambicionamos en ese terreno (coches, pisos), y cuando lo tenemos deja de proporcionarnos felicidad. Esta se desvanece con su presencia y buscamos otras supuestas carencias.

Cada uno debe valorar y elegir cómo conducir su vida, e incluso su muerte. Yo recuerdo que hace años atendí a una enferma sueca, a la que diagnostiqué un cáncer de mama avanzado y una tuberculosis activa. Le expliqué su difícil futuro y le planteé si querría volver a su país. Su respuesta: Uds. los médicos españoles son cariñosos (no me habló de eficacia o calidad, sino de afectos) y, me dijo, en Estocolmo están a tres grados bajo cero. Eligió y decidió quedarse. Poco después fallecía.

Propuestas: Utilicemos la crisis pare reflexionar sobre errores cometidos, buscar nuevas metas y cambiar. Creo que en este periodo hay muchas personas más responsables que yo, pero también creo que todos nos hemos equivocado y nos seguimos equivocando: al definir muestras metas, al elegir nuestros valores. Sin duda necesitamos reflexionar y cambiar.

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