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La vida salvaje de un chimpancé enfermo

¿Saben cómo es la vida de un animal en un laboratorio? No se les pone nombre para evitar que el investigador se encariñe con ellos

La vida salvaje de un chimpancé enfermo

En 1974 uno de los principales bancos de sangre americanos, el NYBC New York Blood Centre, decidió realizar una investigación con un grupo de chimpancés -hasta ahí, desgraciadamente, todo normal-.

Sin embargo, pronto el experimento cogería tintes muy distintos y se convertiría, sin duda, en uno de esos casos en los que la realidad supera ampliamente la ficción y no, no fue sólo por la investigación que pusieron en marcha, sino por todo lo demás que ocurrió después...

Verán, cuando se comenzó a investigar con estos chimpancés, ocurrieron dos cosas absolutamente inauditas -ya en aquella época- en el mundo de la ciencia. La primera fue que el laboratorio, argumentando razones científicas basadas en que dichos animales no estuvieran contaminados por el ser humano, pidió permiso para capturar a dichos animales de la vida salvaje. La segunda fue que se lo concedieron.

Evidentemente, para conseguir ambas cosas fue necesario un compromiso formal por parte de la empresa de que los animales serían cuidados de por vida y que el laboratorio velarían por el bienestar de los mismos una vez terminada la investigación. Ni que decir tiene que todo aquello se convertiría más adelante, simple y llanamente, en papel mojado.

El caso es que el asunto tiró para adelante y, así, un mal día, dichos animales fueron cazados vivos y trasladados al laboratorio Viral II en Liberia, donde se les inocularon virus como la hepatitis con la intención de conseguir desarrollar vacunas contra algunas enfermedades o mejorar las ya existentes.

Pero el tiempo pasó y el dinero se agotó. Fue entonces cuando en el año 2005, el director de dicho proyecto, Alfred Prince, anunció solemnemente el fin del presupuesto para dicho proyecto o lo que era lo mismo, el final del martirio para los animales... O, al menos, eso creyeron algunos.

Hay que pensar que, para entonces, la mayoría de ellos ya eran enfermos crónicos e incurables de por vida. Arrastraban enfermedades que habían sido introducidas en sus cuerpos artificialmente pero que ya formaban parte de ellos.

Menos mal que aún quedaba aquel famoso compromiso que les garantizaba comida, limpieza y cuidados durante el resto de sus vidas claro que, supongo, que cuando la empresa asumió el mismo no tuvo en cuenta que un chimpancé puede alcanzar los ochenta años de vida.

El caso es que, al principio, todo fue bien... La multinacional propietaria del laboratorio decidió ponerse manos a la obra y encontrar un lugar adecuado para ellos.

Se barajaron muchas posibilidades pero, finalmente, se decidió que, como eran animales altamente contagiosos, era imprescindible aislar a los mismos. Entonces alguien recordó una vieja y desastrosa inversión realizada por la empresa años antes, por la que había adquirido un conjunto de islas abandonadas, salvajes y, por supuesto, completamente deshabitadas.

¡Dicho y hecho! Los chimpancés ya tenían su supuesta «jubilación de oro».

Los animales fueron distribuidos en media docena de islotes, situados en las proximidades del laboratorio en el que se había investigado con los mismos, con la garantía de que no iban a poder escaparse jamás dado que los chimpancés no saben nadar.

El resto era fácil. Los animales vivirían gracias a la ayuda económica permanente de la empresa que cubriría todos sus gastos. Se organizó personal y barcos que cada día suministrarían la comida necesaria a los animales, además de un veterinario que les asistiría cuando fuera necesario. Todo estaba pensado. Todo menos que, meses más tarde, la ayuda se interrumpiría, se acabaría el dinero y los animales quedarían, literalmente, abandonados a su suerte.

Y, así, sin saber comer más alimento que el que provenía de la mano del hombre, aquel centenar de primates llevados hasta las islas, se quedó sin nada de la noche a la mañana.

Según cuentan, los animales comenzaron a buscarse la vida como pudieron, teniendo en cuenta que se trataba y se trata de un medio ajeno e inhóspito para ellos. Y, si se fijan, comienzo a contarles esta historia ya en presente porque no crean que todo ha terminado, para nada. La triste aventura de esos animales, aún hoy en día, continúa para ellos.

Se piensa que quedan al menos más de la mitad vivos y que se están alimentado de lo poco que nace naturalmente en las islas, sin embargo, casi todo es una incógnita.

No se sabe cuántos seguirán vivos o cuántos habrán ya muerto. No se sabe la evolución de la enfermedad en los mismos y ni siquiera se conoce si han podido nacer crías entre algunos de ellos. Nada sabemos salvo que allí siguen.

Recientemente, el biólogo Ben Garrodha alzado la voz sobre este tema en varias publicaciones científicas pidiendo, desesperadamente, ayuda para ellos.

Se trata de un caso tan singular como aberrante. No se puede investigar con los mismos y, luego, sin más, deshacerse de éstos como si fueran basura. No se pueden introducir y abandonar animales salvajes en un medio ajeno para ellos, y, sobre todo, no se puede, primero, envenenar sus vidas y, encima, luego, al retirarles la ayuda, acabar robándoles también el alma ¿Era necesaria, es necesaria, tanta crueldad?

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda.

Más información en: www.fundacionraulmerida.es

www.animalesarcadenoe.com

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