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Solos ante la pantalla

La comunidad educadora sigue sin comprometerse con la formación tecnológica de los jóvenes mientras un 90% de los niños se conecta a internet y los nacidos en el año 2000 empiezan la universidad

Solos ante la pantalla

La rapidez con que el niño sabe encontrar a Peppa Pig tocando una superficie negra brillante o la facilidad con que ha asociado el botón verde con la voz de la abuela son pruebas irrefutables: Se trata de una generación superior, genéticamente apta desde su nacimiento para manejarse en un entorno digital. «De tecnología saben ellos más que yo», dicen los padres en las reuniones familiares mientras sacan el móvil, inconscientemente, al ver que la criatura se aburre y empieza a llamar la atención. Entonces el crío se acerca y dibuja el patrón de desbloqueo como Picasso daba brochazos. Está claro que es una hornada de ingenieros. El padre vuelve a la conversación, y deja al niño Steve Jobs aplastado en una silla.

«Apaganiños» es el término con que Enrique Dans, experto en tecnología, define el uso que una preocupante mayoría de padres da a las tablets, móviles y ordenadores. Lo hace en el prólogo de un libro, Los nativos digitales no existen, que varios expertos en internet acaban de publicar expresamente en papel para que llegue a los padres más reacios a abandonar su época de confort. El libro, que se ha presentado esta semana en la provincia, está inspirado por perogrulladas como que nacer en la era digital capacita para manejar ordenadores tanto como haber nacido en el auge de la automoción habilitaba para conducir, según reflexiona uno de los autores. Una obviedad cuyo hallazgo por parte de uno de los autores demuestra que la crisis y el cambio tecnológico han emborronado la percepción hasta de las cosas más básicas: A los niños hay que enseñarles a usar la tecnología igual que hay que enseñarles a cruzar la calle.

La comunidad educativa de la provincia asiente sin poner peros y coinciden en que hay que correr la voz desde ya: Nos hemos dado cuenta de que los nativos digitales no existen cuando los primeros españoles nacidos en el siglo XXI empiezan la universidad a final de año.

El escenario no es nuevo, pero sí ha evolucionado. A día de hoy, el porcentaje de niños de entre 10 y 15 años que tiene móvil en España es del 70%, según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los hogares 2016 del INE. La diferencia respecto a los datos de hace una década es que la proporción de menores de esta franja que se conectan con frecuencia a internet ha pasado del 70 al 90%. Y lo hacen en casa, en el colegio o en casa de amigos y familiares, según la propia encuesta. Están solos ante la pantalla y a escasos metros de sus padres y profesores.

Francisco Maciá es profesor de tecnología informática y computación en la Universidad de Alicante y, hasta la última legislatura, vicerrector de tecnología. También tiene un hijo nacido el 31 de diciembre de 1999. «A esta generación se le atribuyen características sobrehumanas en tecnología, pero en realidad son autodidactas. Tanto ellos como sus padres han vivido la llegada de internet como una vorágine y se ha convertido en una huida hacia adelante en la que no han tenido profesores. Puede que tengan el dedo muy rápido, pero no saben hacer un buen uso de las tecnologías», apunta.

¿Qué es un «buen uso? Uno de los capítulos se hace esta pregunta y le encuentra respuesta en el BOE de 29 de enero de 2015. En él, el Ministerio de Educación publica qué contenidos y qué forma de evaluar deben aplicar los profesores en primaria y secundaria para que los alumnos extraigan las competencias básicas. Define así lo que es «competencia digital»: «Aquella que implica el uso creativo, crítico y seguro de las tecnologías de la información y la comunicación para alcanzar los objetivos relacionados con el trabajo, la empleabilidad, el aprendizaje, el uso del tiempo libre, la inclusión y la participación en la sociedad».

Para la mayoría de expertos consultados, el porcentaje de niños y jóvenes que tienen estas capacidades es ínfimo. «Un 5% siendo generoso. Estamos hablando de que en Ingeniería Informática, los que se supone que llegan mejor preparados, tenemos carencias muy importantes», explica Maciá.

Javier Pedreira «Wicho», informático y fundador del portal Microsiervos, ha coordinado el libro junto a la experta en marketing digital valenciana Susana Lluna. Comparte la idea de que los «nativos» son en realidad huérfanos, autodidactas o simples supervivientes digitales. «Muchos estudiantes de secundaria y universidad no saben ni adjuntar archivos en un correo, así que no hablemos ya de usar Google Docs. A nivel legal y ético, tampoco saben nada de lo que pueden publicar y descargar, ni del alcance que tiene su actividad en internet», apunta el coordinador del libro, en referencia a fotos y otros contenidos que por esa combinación de falta de cultura digital y furor juvenil pasan del ámbito privado al público en un clic.

El presidente de la FAPA Enric Valor, Raúl Alós, añade que niños y adolescentes tampoco son conscientes de que «un móvil es una máquina de firmar contratos» y de que «lo que hagan con él pertenece en realidad a una empresa de Santa Mónica, California». «Esto va a tener muchas consecuencias en su empleabilidad, porque cada vez más empresas investigan a sus candidatos en internet», añade Lluna.

Los nativos digitales una -categoría que inventó el escritor de temas pedagógicos Mark Prensky para diferenciar a quienes han crecido en un entorno dominado por la tecnología (nativos) y a quienes han tenido que aprenderlas de mayores (inmigrantes)- no saben nada de esto porque, en realidad, nadie se lo ha reclamado.

Sólo sus iguales les demandaban estar al día en tecnología y por eso se manejan bien en mensajería instantánea, con videojuegos online, con redes sociales o en canales como YouTube, donde pueden «explorar y obtener información, un proceso muy normal entre los 12 y los 14 años», según Alós. Y por eso son nulos en programación, ortografía o ética aplicada a internet: lo que tienen en común con las generaciones anteriores es que sus padres tampoco estaban ahí la primera vez que introdujeron una palabra en un buscador.

Pedreira ríe cuando se le pregunta si este dominio de las aplicaciones -servicios que operan enviando y recibiendo datos de diferentes servidores- implica que tienen algún conocimiento el entorno donde se desarrolla -una vastísima donde nadie tiene jurisdicción completa-. «No es que conozcan la casa pero no el barrio; es que sólo se manejan por una parte de la vivienda», resume el informático.

De ahí a las sorpresas por escenas sexuales que se viralizan, por chistes de mal gusto y linchamientos on line en Twitter que terminan con la visita de la Policía en casa o facturas de 100.000 euros procedentes de Google como la que recibió una familia de Torrevieja porque su hijo de 12 años quiso hacerse youtuber como los chicos mayores que sigue en internet.

«Padres y profesores no han hecho hacer la migración digital, la rechazan, a aveces con excusas como que no quieren que sus hijos se vuelvan adictos», apunta LLuna. «Tenemos profesores en el campus que no quieren ni subir las notas a internet», añade Maciá. «Los ordenadores de las aulas de informática de los colegios son como los microscopios o el plinto de antaño; están ahí, pero muchos alumnos salen del centro sin haberlos usado ni una sola vez», remacha Ramón López, presidente de la FAPA Gabriel Miró.

Durante estos años y ante la evidente ausencia de una estrategia política en uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) cada instituto, colegio y facultad ha hecho la guerra por su cuenta, con los resultados presentes.

¿Mala educación?

No han faltado las voces que durante todos estos años han notado que los chicos están cambiando. Sebastián Saavedra, secretario y profesor de educación física en el Colegio de Enseñanza Infantil y Primaria San Blas de Alicante, empieza a ver cosas desde su atalaya en el patio. « Vemos niños más encerrados. Están acostumbrados a tener los juegos y los productos ya hechos. En comparación con mi generación, la de los 80, tienen menos capacidad para crear juegos y de relacionarse con el entorno», apunta. Ramón López también cree que «tienen menos capacidad de imaginación: no están en la calle jugando a que esa caja es un coche o esa escoba un caballo».

Frente a la opinión de que estas generaciones perderán humanidad y acabarán llamando tata a la tablet hay voces más optimistas que defienden una crianza con tecnología, pero supervisada y razonable como lo es la educación tradicional «analógica».

Lluna cuenta que ha transmitido a sus hijos toda su fe en lo digital y que vuelven a casa extrañados de que les pidan «pintar cosas en murales» cuando ellos lo saben con programas para presentaciones. Su hijo mayor, de 12 año, juega a diario con sus amigos de Cádiz y otros puntos de España que ha conocido en internet mientras «mi hija pequeña come y se viste frente a su prima usando la tablet con Skype». Una crianza nueva que permite «que dos primas crezcan juntas pese a la diáspora de españoles por el mundo», añade que puede impactar a algunos padres y que para Lluna sin embargo es algo «mágico».

Es pronto para evaluar las consecuencias que va a tener a largo plazo que padres e hijos hayan aprendido sobre este mundo como los pioneros, a golpes y con tantas risas como lágrimas, pero el acuerdo en que es necesario reclamar la autoridad en temas tecnológicos y estudiar diseñar una enseñanza técnica e ideológica apropiada es amplio.

Maciá elige el punto medio y mirar las cosas con mucha perspectiva: «Imagina que nos pusieran una escena de una comida familiar de la Edad Media: nos asustaríamos al ver cómo comen. El proceso se ha mejorado durante siglos hasta llegar a nosotros. Pues con las tecnologías es igual, acaba de empezar una nueva época y nadie sabe en realidad cómo hay que comportarse».

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