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Retratos urbanos

Ramón Riquelme, el Goliat de las paellas

Jamás falló con el arroz. Metido en los fogones de banquetes, juergas o festivales, Ramón Riquelme «Saoro» ha batido todos los récords en paellas gigantes

Ramón Riquelme, el Goliat de las paellas INFORMACIÓN

Nació en la barriada de Santa Cruz el 21 de agosto de 1947. Es el menor de cinco hermanos. De familia humilde, «aunque muy alicantina», Ramón Riquelme pronto abandonó el viejo colegio público que custodiaba el Paseíto de Ramiro. Con nueve años, empezó a trabajar como repartidor en la tienda de comestibles «La Esmeralda», situada en la parte más alta de La Rambla. «Hacía de recadero sobre una bicicleta que apenas podía manejar», recuerda.

Con 14 años cambió de trabajo. Su cuñado lo colocó en Carrocerías Fermín López, del barrio de La Florida, y ayudó a los oficiales en calidad de aprendiz. Dos años más tarde cambió la chapa por el cemento. Su hermano Saoro, algo mayor que él, le dio cobijo en su cuadrilla de albañiles. Y ahí permaneció hasta los 40 años.

Casado con Amparo y padre de tres varones y dos chicas, reside desde 1975 en el barrio de San Antón. En 1987, entró de puntillas en el sector de la hostelería: arrendó un pequeño bar llamado «La Cantina», ubicado en la calle San Mateo. Después de cuatro años detrás del mostrador y de cocinar arroces con esmero, Ramón, a quien todos conocen como Saoro, hizo sus primeros pinitos con las paellas gigantes. Debutó en San José de Carolinas ante 200 bocas de miembros de la comisión de fiestas. Todo fue bien: no sobró ni un grano de arroz ni trocito alguno de conejo o de pollo.

Los comensales pronto divulgaron por Alicante y provincia la labor de Saoro con tan enorme y rica paella. «Salió estupenda», comenta Ramón, quien, un año más tarde, se las tuvo que ver ante 500 personas que aguardaban la cocción de una gigantesca paella que elaboró con un ayudante en la finca de un cerrajero de San Vicente de Raspeig.

Ya como paellero ambulante, recuerda una de sus glorias: dio de comer a 20.000 fieles que asistieron a la coronación pontificia de Nuestra Señora del Remedio, en el estadio José Rico Pérez. Fue el 22 de noviembre de 1998. Riquelme y su equipo cocinaron una fideuà de 12.000 raciones y tres «paellones» para algo más de 2.500 comensales cada una de ellas. Una locura.

El «Goliat» de las paellas es incapaz de detallar cuántos arroces ha elaborado en 30 años, siempre de pueblo en pueblo y montado en un camión abarrotado de mercancías y leña de almendro que, en su opinión, garantiza una buena cocción.

Ha recorrido media España y sus paellas se han catado en Bruselas, Verona, Manchester, Dublín, Oslo e incluso en los Estados Unidos. Un detalle que cuenta Ramón: «Para trasladar el equipo a Florida tuvimos que cortar la paella por la mitad para poder meterla en el avión y allí la soldaron».

Ha cocinado en plazas, descampados, campos de fútbol, recintos feriales e incluso en circuitos de velocidad, con el ensordecedor ruido de las motos: en Montmeló ofreció 24.000 raciones, 12.000 en Cheste y otras tantas en el Jarama.

Asegura que jamás le ha salido mal una paella, ni de las pequeñas ni de las grandes: «Soy muy responsable y creo que profesional: hacer una paella es como torear; si te descuidas, te lleva por delante». Su secreto: estar atento, utilizar buenos productos y vigilar el fuego. Y algo de talento, claro.

Ramón Riquelme es presidente de la Hermandad de Santa Cruz desde hace 27 años. La pequeña furgoneta con la que empezó se ha transformado en una flota de camiones para llevar arroz, fideos o gazpachos a cualquier lugar. De ello ya se ocupan sus hijos.

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