Se cumplen ahora veinte años de aquella mañana del 30 de septiembre de 1997, cuando la ciudad Alicante volvió a quedar bajo las aguas. La gota fría que se había originado unos días antes en el Golfo de Cádiz finalmente se situó sobre nuestra provincia en las primeras horas de aquel día, originando una gran nube de tormenta enorme que desde el cálido mar Mediterráneo, entró hacia tierra, descargando la mayor cantidad de lluvia sobre la propia capital. Un récord de lluvia en un día que nunca antes se había registrado en la ciudad de Alicante (271 litros por metro cuadrado) y que, desde entonces, no se ha superado. La lluvia torrencial de ese día fue, además, muy traicionera. Una primera oleada de lluvias ocurrió a primeras horas del día, entre las 8 h. y las 9:30. Esta primera tormenta ya resultó mortífera porque no dio tiempo a avisar a la población que salía de casa a esas horas para llevar a los niños al colegio. Después, como en los huracanes, vino un momento de calma. La ciudad se recuperaba durante tres horas de la tromba recibida. Pero lo peor estaba por llegar. A las 13 horas se desató otro raudal de agua durante hora y media que terminó de consumar el caos. Cuatro muertos y decenas de millones de pesetas de entonces en daños económicos. Si en octubre de 1982, cuando la «pantanada de Tous» la ciudad de Alicante quedó colapsada desde el centro hacia el sur (San Gabriel), en esta ocasión los efectos más cuantiosos se registraron desde el centro hacia el norte de término municipal (Playa de San Juan, barrancos de Orgegia y Juncaret). Por entonces, se estaba construyendo el parking de Alfonso el Sabio que quedó convertido en una inmensa piscina por las aguas del barranco de Canicia que descendían desde Calderón de la Barca hacia la Rambla y el Puerto. Eso evitó males mayores en el sector de las calles Castaños y del Teatre, que había sido uno de los más afectados ya en octubre de 1982. Pero aún así los destrozos fueron importantes. El barrio de la Sangueta y la estación del trenet de la Marina recibieron las aguas de crecida del barranco de Bonhivern. El barranco de Maldo, en su tramo de desembocadura en La Albufereta era un río bravo que anegó viviendas y se comió una vez más la playa. Y en la playa de San Juan, la Avenida de la Costa Blanca recuperó su función de antigua marjal detrás del original cordón dunar liquidado desde mediados del siglo pasado. Hubo que rescatar a los turistas alojados en el Hotel Castilla y repartir víveres con lanchas neumáticas a vecinos de los apartamentos próximos. La situación fue caótica durante algunos días en toda la ciudad y las playas. El propio campus universitario quedó bajo las aguas que descendían desde San Vicente del Raspeig para discurrir por el glacis antaño salpicado de cultivos. En apenas tres horas el término municipal alicantino recibió tanta agua como la lluvia normal de todo un año. Desde entonces, la ciudad ha mejorado su adaptación al riesgo de inundaciones. Se han hecho colectores de gran capacidad (Plan Antirriadas), depósitos pluviales y un parque inundable. Polícia, bomberos, guardia civil, protección civil, cruz roja demostraron entonces, como ahora, que son una pieza ejemplar e insustituible en estos casos. Pero nada quita que un evento así no pueda repetirse. Estamos en el litoral mediterráneo y nuestro clima es así; extremado, peligroso en algunos casos. Y además, el actual calentamiento forzado de la atmósfera está favoreciendo el desarrollo de tormentas muy intensas que ponen en jaque el diseño de imbornales y alcantarillado urbano, que se muestra incapaz de asumir lluvias torrenciales de media hora. Y esto ha ido a mas en los últimos años; sin ir más lejos el pasado mes de marzo. Cuando padecimos la riada de octubre de 1982 (220 litros por metro cuadrado) pensábamos «qué brutalidad; menos mal que esto ya no volverá a ocurrir en siglos». Bastaron quince años para batir ese récord de lluvia. Nuestra condición como sociedades mediterráneas es vivir siempre preparados, en alerta continua, ante las manifestaciones extremas de la naturaleza. Sin bajar la guardia, porque las amenazas están ahí; y van a ir en aumento.