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El reto del abandono escolar

Uno de cada cinco alumnos valencianos deja de estudiar al terminar la ESO

El reto del abandono

Esta semana la comunidad educativa estrena curso sabiendo que alrededor de un 20% de los alumnos de Secundaria no seguirá formándose al terminar 4º de ESO. Con los meses, comprobará cómo diferentes factores, como la capacidad personal, el entorno familiar, el clima escolar, los recursos y la motivación docente de los centros irán apartando del camino de la formación media y superior a un buen número de alumnos hacia una zona gris donde hay pocas oportunidades. Los padres, profesores, compañeros, políticos e investigadores volverán a ver cómo alrededor de un 10,8% de adolescentes dejarán el instituto sin terminar la ESO, directos a un páramo donde la tasa de paro es del 38%.

Son muchos, pero cada año menos. La baja formación es un problema que afecta a toda la sociedad que, con altibajos, se está logrando reducir. Hacemos una radiografía provincial y autonómica de dos niveles de esta realidad vinculada a mayor pobreza, peor salud, mayor desempleo y exclusión social; el fracaso y el abandono escolar. El primero se situó en 2015 en el citado 10,8% en el país, según un estudio del sociólogo de la universidad tinerfeña de La Laguna, especializado en Educación, Saturnino Martínez, y el segundo en un 20,3% en la Comunidad Valenciana, según el Ministerio de Educación.

Un ejemplo de la complejidad del abandono escolar es Denis. El paso de Dennis por el instituto ha sido difícil. «Era muy tímido en clase y apenas hablaba. Cuando le preguntaba al profesor mis dudas me las explicaba muy rápido y volvía a lo que estaba diciendo, aunque yo no lo hubiera entendido. Me quedaron muchas y tuve que repetir 1º de ESO», cuenta este joven de 19 años de Torrevieja. Llegó un año más tarde a 2º, pero pudo acabar la primera parte de la Secundaria, la obligatoria, gracias a que le incluyeron en el grupo de diversidad del instituto, «donde éramos sólo trece compañeros en clase y teníamos dos tutorías por semana en lugar de una», cuenta el joven. «Íbamos más tranquilos y con los compañeros había buen ambiente», recuerda.

«Aprendí que tenía que ser más activo, y de verdad que me esforcé mucho cuando empecé el grado medio -de Técnico en Conducción de Actividades Físico-Deportivas en el Medio Natural-, pero el profesor de segundo curso me hizo la vida imposible. Lo dejé un año y volví al siguiente, pero todo siguió igual. Ahora lo he vuelto a dejar», explica. Según Dennis, él era, con 16 años, el más pequeño de un grupo donde había gente de hasta 30 años, y cuyo profesor «decía que iba a cobrar igual, aprobáramos o no».

Está buscando su primer trabajo, con el título de enseñanza obligatoria como máximo certificado. Quizá más adelante vuelva a intentar la Formación Profesional (FP), pero tendrá que ser en otro centro y no tiene coche para desplazarse. El Instituto Nacional de Estadística dice que en España, en 2018, uno de cada dos jóvenes de su edad y con su trayectoria está en paro.

Dennis tiene una hermana en el mismo instituto, a la que «le gusta estudiar cosas teóricas y seguramente haga Bachillerato y quiera ir a la universidad», mientras que a él «se le da mejor lo práctico», según explica su madre, María Cruz Barón. Los profesores de Dennis consideraron que «maduraba más despacio», según cuenta. «Nosotros en casa pensamos que todos los niños son diferentes y que no todo el mundo vale para estudiar. Hay muchas capacidades y habilidades que no se tienen en cuenta ni en la Universidad ni en la FP», asegura.

El caso de este joven de Torrevieja muestra que el abandono temprano de los estudios es un problema con múltiples causas que se solapan, en ocasiones durante años, hasta que es estadística consolidada si a los 18 años el joven no ha completado ningún estudio más.

Fracaso escolar y abandono temprano de los estudios se confunden pero son distintos. El primero suele definirse como la situación en la que un alumno no completa la educación obligatoria, mientras que el segundo hace referencia a los jóvenes de entre 18 y 25 años que han terminado esta etapa educativa sin haber seguido formándose.

El catedrático de Psicología de la Educación de la UA Juan Luis Castejón apunta que las investigaciones sobre bajo rendimiento de los alumnos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y las realizadas por su departamento ponen de manifiesto «que las causas se sitúan en factores individuales del alumno, en las condiciones socioeconómicas familiares, en el profesorado, los padres y la administración educativa».

El sistema

El sistema educativo español se divide en cuatro grandes niveles: Educación Infantil, Primaria, Secundaria y Superior. La Secundaria, donde se concentran los mayores problemas para seguir el itinerario académico, tiene dos partes; la primera y obligatoria, comprendida entre 1º y 4º de ESO; y la segunda, dos cursos donde se puede optar por superar el Bachillerato o un ciclo formativo de grado medio. Ambas transiciones permiten avanzar a grados universitarios o ciclos de grado superior, que forman el espacio de Educación Superior.

Quienes superan la etapa Primaria pero abandonan antes de completar la evaluación de 4º de ESO representan el nivel 1 del Catálogo Nacional de Cualificaciones Profesionales (CNCP), la codificación nacional de capacidades profesionales y homologable a escala internacional. Este grupo, los operarios, encuentran dificultades hasta para acceder a las profesiones más elementales del mercado de trabajo.

«El objetivo es que lleguen al nivel 2 del catálogo, que implica tener el Bachillerato o una FP de grado medio. Sin eso el futuro es realmente complicado», asegura Jose Luis Pareja, presidente de la Asociación de Profesionales de la Orientación de la Comunidad Valenciana. Desde 1994, este colectivo profesional colabora en los programas de diversidad escolar de la autonomía -donde se concentran los alumnos vulnerables- y tutorizan a los estudiantes durante el curso, especialmente ante las transiciones de ciclo.

Para combatir el fracaso y reducir el abandono, las diversas reformas de la enseñanza han mantenido su estructura más o menos igual, pero han podido identificar mejor las pérdidas de alumnos y reconducir este flujo hacia itinerarios más acordes a su capacidad y motivación.

De la dejadez con que se trataba a los estudiantes menos adaptados en el franquismo, se pasó a una formación de apoyo o compensatoria en los 80 para llegar a programas de garantía social de los 90 y a módulos de acompañamiento en las décadas posteriores, en las que también se amplió el límite de la formación obligatoria de los 14 a los 16 años con la LOGSE. A los investigadores les aporta mucho ruido la irrupción del boom inmobiliario para evaluar la calidad de estas reformas, ya que el empleo de baja cualificación fue abundante y bien remunerado durante muchos años en la pasada década, por lo que extrajo a mucha gente desde los institutos a las obras. Pero uno de los objetivos principales de todas ellas era identificar a los rezagados, acompañarlos con refuerzos hasta la prueba de ESO y, en última instancia, derivarlos hacia programas formativos que les permitieran como mínimo tener un nivel de operario certificado sin que se cerrasen la puerta a cursar una FP de grado medio e incluso presentarse al examen de ESO. Ese mecanismo se llama desde la LOMCE de 2013 FP Básica.

El entramado de bloques educativo ha mejorado, con lentitud, la conectividad entre sus distintas partes. Como se ve en el gráfico, en España y la Comunidad se avanza con gran dificultad en el objetivo de mantener a la inmensa mayoría de alumnos en el sistema hasta la formación de nivel 2, pero, pese al progreso general de los últimos 15 años ni se ha llegado al punto de partida de la media comunitaria.

España es un alumno vulnerable en el patio de la UE. La mayoría de los socios tiene como meta reducir el abandono temprano por debajo del 10% en 2020, pero a nuestro país le han propuesto que intente dejarlo en el 15%.

Fomentar a los técnicos

La directora del Departamento de Sociología I y del grupo de investigación OBSOEDU (Observatorio Sociológico de la Educación) de la UA, María Jiménez, cree que muchos estudios sobre el abandono «se centran en la capacidad del alumnado como individuo y dejan de lado el contexto». La familia, el entorno, el clima escolar y el propio centro y sus profesores tienen mucha incidencia.

«Nunca nos ha gustado el concepto de fracaso escolar. Muchas veces es un fracaso del sistema, pero sólo se evalúa a nuestros hijos. Si evaluáramos nosotros a los profesores, otro gallo cantaría», afirma Ramón López, presidente de la Federación Provincial de Asociaciones de Padres de Alumnos de Alicante Gabriel Miró.

Para sostener sus sospechas, recuerda que en el distrito educativo de Torrevieja, la Vega Baja, hay 54.000 profesores interinos. «¿Qué empresa puede tener buenos resultados cambiando cada seis meses al 60% de sus trabajadores?», se pregunta antes de concluir que «un profesor motivado triplica el rendimiento del alumnado».

Desde la otra fapa influyente de la provincia,la Enric Valor, también se sugiere que el bajo rendimiento está relacionado con el profesorado y una tendencia a infravalorar los grados medios de FP, llamados técnicos.

El instituto al que acude la hija de su presidente, Txomin Angós, está también en la Vega Baja. «Los profesores nos dijeron que estaban muy contentos porque el porcentaje de aprobados de selectividad es altísimo. Pregunté cuántos la hicieron y me dijeron que de trece estudiantes, la pasaron once. Cada año entran 100 chavales. Parece que sólo les interesa la tasa de universitarios, no el 90% de alumnos que no van a seguir ese camino», asegura.

Angós aboga por «desarrollar» una FP que a su juicio está «muy abandonada». Pone de ejemplo la formación profesional del País Vasco, donde los grados están pegados a las nuevas oportunidades laborales. Es, precisamente, la región española con menor abandono escolar, apenas un 7,9% en 2016, según datos del Ministerio de Educación, y una de las que mayor número de técnicos genera al año. «No todo el mundo tiene que hacer el Bachiller», zanja.

«La FP Básica está haciendo maravillas. Mucha gente alcanza un grado medio, e incluso saca el título de ESO gracias a que se le deriva a ella», opina José Miguel Pareja.

Datos, medidas y reflexiones

Conseguir datos que reflejen el estado completo de esta realidad en la Comunidad es complicado. La Conselleria de Educación asegura, sin aportar más información, que «durante el Gobierno del Botànic se ha reducido en un 9% la cifra de alumnos que abandonaban los estudios en el territorio valenciano», según un portavoz. También sostiene que la inversión en el Plan de Actuación para la Mejora (PAM), donde se incluyen todos los refuerzos académicos, logopedas, orientadores y demás recursos para la diversidad y alumnos vulnerables, alcanzará una cifra de 120 millones de euros este próximo curso 2018-2019. El año pasado se invirtieron 80 millones, según el director general de Políticas Educativas, Jaume Fullana. «Soy muy radical en mis expectativas de recorte del abandono; quiero que llegue a cero», declara, aunque ante el fin de legislatura sólo confía en poder reducirlo tres puntos, «al nivel del resto del Estado».

Para Saturnino Martínez, el interés por buscar trabajo sin terminar la formación básica baja por «el diferencial entre la tasa de paro de los distintos niveles de estudios». «La gente sin formación nunca había tenido menos oportunidades en España». Pensando en el conjunto del país, es partidario de reforzar la FP Básica y de invertir lo recortado en Educación durante la crisis: «Más en diversidad y refuerzo y menos en infraestructura y tecnología». En sus estudios, la influencia del origen social y las expectativas del entorno sobre el estudiante cobran mucha importancia, mientras que el debate general «está más centrado en las capacidades individuales».

Castejón, por su parte, aboga también por retirar la repetición de curso, que «se ha mostrado ineficaz»; apostar por incluir en la motivación del profesorado que atiende grupos de bajo rendimiento incentivos económicos y profesionales y ofrecer ayudas a alumnos desfavorecidos, con especial atención a los inmigrantes.

La imagen que queda tras un repaso a la situación del problema es que los diferentes actores luchan, a veces juntos y otras enfrentados, por mantener un sistema de tuberías con las mínimas fugas posibles que, con varias ramificaciones, desemboca en el mercado de trabajo.

Es lo que todos desean, sobretodo tras la desastrosa crisis que ha asolado a esta provincia. Pero asumir esta estructura y finalidad implica que se acepta el mensaje que se envía a los alumnos: «Que la educación es un modelo tecnocrático y utilitarista que sirve para tener posibilidades de inserción social y laboral», reflexiona la socióloga de la Universidad de Alicante.

«Es reflejo de una sociedad muy paradójica. Te dicen que hay que fomentar la diversidad, que hay opciones más amplias que tienen que ver con la ciudadanía y el derecho a ser sujeto y, al mismo tiempo que hay que rendir y ser productivo, que no terminar los estudios obligatorios es un fracaso. Se dice todo a la vez, nos subimos a todos los carros», concluye la investigadora.

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