Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Rajoy exhibe marianismo

Las elecciones son a la política lo que agosto al fútbol: época de fichajes. La diferencia estriba en que los clubes suelen agotar el plazo para la contratación de un delantero, mientras que la de un cabeza de lista tiende a acelerarse porque el partido comienza en cuanto se convocan elecciones. Hasta ahora, las superfluas novedades son la presentación por Ciudadanos de una ex-PP que no competirá en las generales sino en las autonómicas de Castilla-León, y el regreso de algunos veteranos (los equipos de fútbol también recuperan a antiguos jugadores para compensar la bisoñez de la plantilla). Con el rencor preceptivo en estas ocasiones, los dirigentes del PP han descrito la deserción de su compañera como un «House of Cards de polígono». Los polígonos pueden ser más transparentes que los edificios rumbosos con siglas en la fachada y algunas metáforas televisivas provocar autolesiones. «House of Cards» reducía la política en Washington a una letanía morbosa sobre salteadores que desayunaban coca-cola y niños iraquíes. Los protagonistas de la versión británica también eran salteadores, pero al menos tenían título nobiliario. Es chispeante que el PP pretenda incorporarse al reparto como víctima cuando, según su argot, es el casero del polígono.

El reverso de los fichajes son las bajas, que en política abundan tanto como en el fútbol, y la de Borrell es la más notoria tras haber renunciado al Congreso para encabezar la lista del PSOE en las europeas. Mi sospecha, firme aunque de imposible verificación, es que Borrell aceptó incorporarse al Gobierno en parte por espíritu de servicio y lealtad al partido, en parte porque comprendió que así sería más fácil controlar los impulsos erráticos de Sánchez. Su renuncia admite especulaciones benévolas (el régimen constitucional no corre peligro), hostiles (no quiere participar en lo que se avecina) y melancólicas (está harto de un país de baratillo que pasa las legislaturas tumbado en el diván de un psicoanalista imaginario). La hipótesis más estrafalaria, y por lo tanto la que circula con mayor profusión, es que Sánchez se ha desembarazado de él para diluir resistencias a sus diabólicos planes. Mi confianza en la cordura del presidente es perfectamente descriptible, pero incluso Sánchez sabe que el mutis de Borrell permite a la oposición reforzar su discurso de «nosotros o el caos».

27 miércoles

Como su última declaración ante un juez le costó la presidencia del Gobierno, Rajoy procuró esmerarse ayer ante el TS. El problema es el libro de estilo marianista, que excluye el sarcasmo en determinados ambientes haciendo surgir al Rajoy monocorde con sello estampillado de registrador. El TS es uno de esos escenarios severos que ahuyentan la improvisación y donde se imponen la liturgia pomposa y el ceño fruncido de los figurantes. Es terreno más propicio para la dura precisión de Sáenz de Santamaría sobre la violencia de los hechos o la campechana acidez de Montoro cuando descarta que los acusados compraran a escote las urnas chinas para el referéndum ilegal e insinúa la sospecha compartida por toda la galaxia de que se usaron fondos públicos. El entremés jocoso de la sesión fue la negativa de un dirigente de la CUP a contestar las preguntas de una acusación particular. Los testigos están obligados a declarar y el tribunal le impuso una multa de 2.500 euros. La CUP asegura que pagará la multa con aportaciones de los militantes, un gesto algo más honorable que sisar para comprar urnas chinas.

28 jueves

Algunas críticas al presidente Sánchez parecen réplicas del «piove, porco Goberno» («llueve, Gobierno cochino»), que Pedro Schwartz escuchó hace años en una playa italiana cuando repentinamente comenzó a lloviznar. A Sánchez se le acusa de electoralista por haber anunciado una generosa oferta de empleo público, como si lo sensato a dos meses de unas elecciones fuese congelar el salario de los funcionarios, suprimir deducciones fiscales o abaratar el despido. También se le censura por intentar apropiarse de las figuras de Manuel Azaña y Antonio Machado, a quienes ha homenajeado esta semana. Es una crítica mezquina, que también recibió Aznar desde posiciones opuestas cuando exageradamente se proclamó heredero político de Azaña. Cualquier presidente está obligado a rendir tributo a dos tragedias personales que simbolizan las tinieblas de todos. Ahora bien, habría sido conveniente para evitar gazapos que Sánchez hubiese leído a Machado, escuchado a Serrat o repasado la hemeroteca. Porque ni Machado nació en Soria, ni Sánchez es la primera autoridad que reivindica a Azaña: lo hizo el rey Juan Carlos nada menos que en 1978.

«Yo no veo en torno mío más que cambio y decadencia», cantan los alumnos de Eton y disculpen si vuelvo a hablarles de mi banco. Ha abierto tras varios meses de reformas, aunque ahora no es una oficina sino una «store» («tienda» en inglés). Han desaparecido el mostrador de caja y las mesas con ordenador, montañas de papeles y empleados que jamás reparan en tu presencia; todo esto ha sido sustituido por tres cajeros automáticos (donde los jubilados pulsan teclas con creciente desesperación), un vestíbulo con algunas sillas y mesas como el de los hoteles de dos estrellas y un atril de restaurante americano tras el que un correcto empleado pregunta al cliente por el motivo de su visita. Sólo hay dos que impulsan al ser humano a visitar su banco, tener dinero o carecer de él, y en ambos casos nadie desea ser observado desde la calle a través de una inmensa cristalera. Pero tengo la certeza de que se impondrá este modelo comercial de santuario franqueable con invitación y máquinas expendedoras en la entrada para la rutina contable. En Eton lo llaman decadencia cuando quieren decir desconcierto.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats