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Del plástico a la cáscara de almendra

La industria del juguete busca nuevos materiales para reducir el impacto ambiental de sus productos ante la creciente sensibilización de los consumidores y el aumento de la presión regulatoria

Del plástico a la cáscara de almendra juani ruz

Las imágenes de playas llenas de residuos de plástico, como las que esta misma semana se pudieron ver en Guardamar, empiezan a hacer mella en la conciencia de muchos consumidores, que comienzan a mirar con malos ojos todo lo que esté fabricado con este material. Una tendencia a la que, además, también se están sumando los legisladores con nuevas restricciones, como las que hace apenas un mes aprobaba el Parlamento Europeo para prohibir el uso de platos, vasos o pajitas de plástico de un solo uso en un intento por reducir la contaminación que generan.

Así las cosas, son muchos los empresarios que ya han empezado a buscar alternativas para sus productos con el objetivo de no ser señalados, aunque la tarea no resulta nada sencilla. Especialmente en el caso de industrias como la del juguete, donde el plástico está omnipresente y las exigencias normativas complican encontrar un sustituto que esté a la altura.

«En el sector hay preocupación por buscar nuevos materiales pero la seguridad es un factor muy limitante. Hablamos de un producto que se dirige a un segmento de población tan sensible como son los niños y hay que hacer muchas pruebas antes de introducir cualquier innovación», recalca el presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes, José Antonio Pastor.

A pesar de ello, como apunta Pastor, el sector no desfallece y lleva años trabajando codo con codo con los investigadores del Instituto Tecnológico del Juguete (Aiju) en busca de la fórmula mágica que permita reemplazar este compuesto o, al menos, hacerlo menos dañino. Una tarea a la que se entrega en cuerpo y alma la responsable de Materiales Innovadores y Tecnologías de este centro, Asunción Martínez. Así, una de las líneas de investigación en la que más esfuerzos se invierte es en la de incorporar residuos naturales a la mezcla para, de esta forma, rebajar la cantidad de plástico procedente del petróleo que se utiliza y hacerlo biodegradable.

En concreto, Aiju lleva tiempo analizando las posibilidades que ofrecen los tallos de plantas, el carbonato cálcico de las cáscaras de huevo o, sobre todo, las cáscaras de almendra, que son las que parecen tener más posibilidades. Tanto es así que ya hay varias empresas que empiezan a incorporar a sus catálogos productos que emplean esta mezcla o están a punto de hacerlo.

Es el caso de la juguetera Injusa, una de las participantes en el estudio realizado por el instituto tecnológico, que el próximo año lanzará al mercado una línea de productos «eco friendly» destinados a mascotas y que estarán fabricados con este material, según apunta a este diario la directora de Marketing y Comunicación de la firma, Yésica Jiménez. «Vimos que el aspecto que proporcionaba la cáscara de almendra quedaba un poco más tosco de lo habitual y que eso podía generar cierto rechazo entre los compradores de juguetes. Sin embargo, ese mismo aspecto en una línea de productos ecológicos y destinados a los propietarios de mascotas puede ser, incluso, un aliciente. Sobre todo en un segmento de clientes más concienciados con el medio ambiente», asegura Jiménez.

Al respecto, la portavoz de Injusa recuerda que con esta iniciativa no sólo se logra un plástico más ecológico, también se contribuye «a reutilizar unos residuos que, de otra forma, acabarían en el vertedero».

También con raspas de racimos

Pero las cáscaras de almendra no son la única alternativa que Aiju analiza. El instituto también investiga en el campo de los bioplásticos, es decir, de los plásticos que proceden de productos vegetales. «El plástico se basa en el carbono y, por tanto, todo lo que contenga carbono se puede sintetizar para convertirse en plástico», explica Asunción Martínez. Así, el ejemplo más conocido son las bolsas que ya se pueden ver en muchos supermercados y que están fabricadas con almidón procedentes de la patata. En su caso, Aiju participa en un proyecto europeo para obtener polihidroxialcaonatos -un tipo de poliéster que puede convertirse en plástico biodegradable- con lodos procedentes de bodegas. Es decir, con los restos de racimos, pieles y hojas que quedan tras el prensado.

En este caso, como explica la investigadora, el problema que suele ocurrir con los plásticos biodegradables es que presentan unas prestaciones inferiores a las habituales. En concreto, suelen resistir menos las elevadas temperaturas que se utilizan en la industria juguetera para inyectar el plástico en los moldes y las piezas resultantes suelen ser más frágiles. De ahí que el desafío consista en lograr un plástico capaz de degradarse pero, también, de cumplir con los requerimientos que exige el proceso de fabricación.

Las cabezas, lo más difícil

Según la investigadora de Aiju, resulta especialmente complicado sustituir el PVC que se utiliza para las partes blandas, como las cabezas de las muñecas, y que se logra añadiendo una serie de compuestos químicos. En este caso, las principales líneas de trabajo, como explica Martínez, se dirigen a la sustitución de estos químicos por aceites de origen natural que puedan lograr el mismo efecto.

Aunque todas estas innovaciones empiezan a introducirse poco a poco en los catálogos, el presidente de la AEFJ reconoce que aún suponen un porcentaje muy bajo y apunta al mayor precio de estos materiales -como mínimo, el plástico bio suele costar el doble que el normal- como otro de los factores que ralentiza su introducción. «Hay que recordar que, según un reciente estudio de la Oficina Europea de la Propiedad Intelectual (Euipo), la industria juguetera pierde hasta un 16% de su facturación anual por las falsificaciones y, sobre todo, por las copias baratas. En estas circunstancias, es difícil para los empresarios justificar el incremento de precios que suponen estas alternativas», señala José Antonio Pastor. No obstante, esto no significa que los fabricantes no hayan puesto en marcha importantes medidas para reducir la huella ambiental de sus productos. Por ejemplo, algunos han optado por hacer juguetes de menor tamaño que, por tanto emplean menos cantidad de plástico, y la mayoría trata de reducir los envases, en la medida de lo posible.

También se apuesta de forma cada vez más clara por fomentar el reciclaje. «En nuestro caso, no estamos hablando de productos de usar y tirar, que son los que se quieren prohibir. Nuestro plástico es de larga duración, los juguetes permanecen durante años en las casas, y, además, es de una calidad que permite su total reciclado si se lleva al contenedor», recuerda la portavoz de Injusa. En este sentido, los propios fabricantes se aplican la teoría y la reutilización de sobrantes está a la orden del día en las principales fábricas. Por ejemplo, Injusa utiliza este plástico «autorreciclado» para fabricar los neumáticos de sus vehículos y correpasillos.

Además, muchos productores también trabajan para facilitar la separación de las distintas piezas que componen los juguetes y mejorar, de esta forma, este proceso de reciclado y reutilización, según apunta, por su parte, Asunción Martínez.

De igual forma, señala que la pureza y la calidad del plástico que debe utilizar esta industria hace posible su reciclado posterior para destinarlo a otros usos. «Lo difícil es utilizar el plástico reciclado de otros sectores para fabricar juguetes, porque muchos llevan mezclas que a nosotros no nos están permitidas», apunta la experta.

La última alternativa es volver a los materiales tradicionales, como la madera o el textil, aunque, como explica el presidente de los jugueteros, tienen un público reducido. Así pues, la industria confía en que los avances científicos le permitan lograr un producto más sostenible.

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