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La cuarta vía

La rentabilidad turística es incompatible con las despedidas de soltero y los hoteles «low cost»

La aplicación de la inteligencia artificial es clave en el turismo pero también lo es, y fundamental, cambiar colchones, menaje, renovar menús, que estos sean de calidad, y trabajar en lo que los clientes no ven de puertas para afuera

Turistas británicos en la terraza de un hotel en Benidorm. DAVID REVENGA

¿Qué puede suceder para que el turismo pinche en 2020?. Por lo captado en los pasillos de Fitur, nada, a no ser que el Gobierno aplique de forma dura el intervencionismo económico que viene propagando, y cuyas medidas podrían afectar a la caja de las empresas por una merma del bolsillo del turismo nacional, clave todos los años por mucho que el modelo siga ajustado al gusto del visitante británico, de perfil económico medio bajo, tampoco lo olvidemos. Como es habitual en la feria del turismo, nuestros gestores se lanzaron a vender lo de siempre con el aderezo, esta vez, de un elemento común que se ha puesto de moda: la aplicación de la inteligencia artificial en el sector.

Por supuesto, nadie puede oponerse a las nuevas tecnologías, pero tampoco olvidar que el turismo se basa en la sostenibilidad, la gastronomía, la cultura, el deporte y, por supuesto, el sol y la playa. Producto, este último, que parece que haya comenzado a pasar a un segundo plano en la promoción, aunque siga, que nadie lo olvide, siendo nuestro primer atributo y, si no, ahí está la preocupación ante lo que ha liado el temporal «Gloria» y las consecuencias de cara a Semana Santa, primer gran test de la temporada.

Todo parece, por lo tanto, que avanza viento en popa en un sector que lleva cerrados 2018 y 2019 como los mejores años de su historia, y que cuando acabamos de comernos el primer mes de 2020 parece, sin embargo, que se complazca con empatar en este ejercicio, y ahí puede estar el problema. No suele ser Fitur un espacio para sacar los colores a nadie y exigir medidas a la Generalitat -en eso el secretario autonómico Francesc Colomer también ha sabido moverse a la hora de organizar la presencia de diputaciones y municipios en Madrid-, pero la Costa Blanca sigue teniendo problemas estructurales que debe resolver porque afectan a la rentabilidad, el gran caballo de batalla del sector turístico. ¿O alguien puede explicar, por ejemplo, que haya hoteles en el casco antiguo de Benidorm que puedan seguir siendo rentables cobrando 250 euros la media pensión en la semana de Fin de Año incluida la cena de Nochevieja? Hoteles que llevan sin renovarse desde que los antiguos apartamentos Filipinas abrieran a finales de los años 60 o la pensión Moncho -hoy reconvertida en un hotel, el Bristol, ejemplo de renovación tras rascarse el bolsillo- comenzara a dar comidas en Benidorm. Bienvenida la inteligencia artificial pero no olvidemos que tan importante es cambiar colchones, renovar menús mantener a punto todo lo que el turista no ve de puertas para afuera como tuberías, cocinas...

Proclamaba Carlos Mazón, presidente de la Diputación, que el gasto de los turistas madrileños ha crecido un 20%, y que la llegada de los británicos aumentará un 6% en el primer semestre de este año. Perfecto, pero ¿a qué precio real en una provincia donde el beneficio por cliente alojado en un hotel es el más bajo del Mediterráneo? ¿O a costa de continuar siendo un destino conocido en media Europa como ser idóneo para celebrar las despedidas de solteros y solteras?.

Si la provincia continúa siendo un lugar seguro y no se tocan mucho las teclas del piano, parafraseando a Toni Mayor, presidente de la patronal hotelera Hosbec, en diciembre hablaremos de un ejercicio récord para una actividad que genera el 14% del PIB de la provincia y mantiene 300.000 empleos para atender a más de diez millones de turistas todos los años.

El optimismo sigue alto tras un 2019 bueno, pero, cuantitativamente, seguimos perdiendo la batalla por aumentar la rentabilidad del visitante o, lo que es lo mismo, crecer en beneficio, porque es difícil ofrecer más calidad con unos precios que llevan prácticamente congelados desde que arrancara la crisis allá por 2007. Cierto que el turismo es el sector que mejor la capeó, pero también la notó pese a estar acostumbrado a trabajar cuando las recesiones económicas azotan. El descalabro provocado por la explosión de la burbuja inmobiliaria fue tal que hoteles, apartamentos, agencias de viajes, bares y cafeterías acabaron por notarlo y pasarlo mal. La prueba evidente la ofrece el turismo del Imserso, denostado a finales de los noventa, que hoy vuelve a ser incuestionable.

El sector también encara 2020, no se puede ocultar, con una gran asignatura pendiente y algunas polémicas abiertas por el equipo gestor del Consell, que no el turístico, que urge apagar o aclarar con argumentos sólidos. En los últimos dos años la mal llamada economía colaborativa (no es otra cosa que alojamiento sumergido), se ha convertido en una prolongación de los antaño apartamentos alegales, aquellos con los que el dueño de una segunda residencia y el portero de la finca se sacaban unos cuartos para pagar el IBI y los gastos de comunidad.

Los empresarios que pagan regularmente los impuestos lo advirtieron, pero el Consell no actuó con firmeza en un principio y la bola de nieve se hizo cada vez más grande hasta llegar a los datos actuales en los que, por ejemplo, en muchos municipios costeros turísticos de la provincia como, por ejemplo, Alicante, las plazas de alojamiento que escapan al control de la Administración superan ya a la oferta reglada, la que está sometida a inspecciones casi diarias.

Todo el mundo lo reconoce y la Administración ha tomado cartas en el asunto pero todo sigue parecido. Cuatro plataformas, algunas hasta cotizan en Bolsa, son las que mueven un mercado de alojamiento no regulado y hasta el momento inmune, que se cobra miles de euros de ingresos de Hacienda y las empresas, y que castiga al empleo. Sólo hace falta, por ejemplo, pasear por el Barrio de Alicante o chequear la lista de conexiones del aeropuerto para comprobar la gran cantidad de italianos que nos visitan y no se alojan en los hoteles.

Y como hay alguien que siempre se empeña en mover las balsas de aceite, sigue en el aire la posibilidad de gravar al sector con una nueva tasa, como se viene insinuando por el Consell casi desde que comenzó la legislatura del Botànic. El rechazo es generalizado en el sector y en una parte de la Administración, pero el presidente, Ximo Puig, no termina de despejar las dudas.

La apuesta por la gastronomía, los congresos, el interior y el deporte son importantes, pero todo el mundo debe tener claro que el principal patrimonio de la provincia son sus playas, y poco se ha escuchado en estos primeros días del año sobre planes directos para hacerlas más atractivas, lejos de que se acoten zonas para mascotas, más facilidades para el baño de la personas con movilidad reducida, o wifi para seguir jugando con el smartphone sobre la arena, pero ninguna idea ni actuación para evitar que siga menguando un poco más año tras año.

La playa es nuestro gran patrimonio y si no que se lo pregunten a Benidorm. ¿Qué es lo que presidía su estand? Un foto gigante de la playa de Levante, la playa de cinco millones de turistas de toda Europa que también se podía ver en la estación de Atocha. Pues eso. Gloria ha es historia pero su rastro sigue vivo. Y, por último. Como decía el hotelero José María Caballé -algo sabe de esto- hace dos semanas en este periódico: Un destino turístico no puede consentir el ruido y las borracheras. Pues eso. Rentabilidad y hoteles «low cost» son incompatibles.

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