En el campo se ha desatado una especie de tormenta perfecta. Prácticamente ningún producto al alcance del agricultor medio es hoy rentable. Antes siempre hubo salida. Cuando la rentabilidad de uno caía en picado se apostaba por otro. Diversificar salvaba la campaña. Si la producción de invierno no valía, quedaba la de verano. Siempre hubo un colchón.

Pero ese salvavidas se ha esfumado. De norte a sur del territorio valenciano, las superficies minifundistas que articularon durante siglos un modelo de distribución de la riqueza que no existe en otros territorios, ya no dan para subsistir. Incluso frutas de éxito continuado desde hace ya lustros como el caqui se han hundido.

Los márgenes son tan escasos que ya solo queda la protesta. Y el terreno, como ayer se vio en las calles de València, está muy abonado. Hay mucha indignación en el mundo rural y los bajos precios de los últimos años han generado una revuelta que no cabe desdeñar porque la protesta sale de lo más hondo de la tierra. Son muchísimos los valencianos que ven peligrar su modo de vida tradicional, el que durante siglos permitió a generaciones vivir dignamente de los productos que da el campo.

Javier Pla, de Alginet, tiene que vender cuatro kilos de naranjas para recaudar el dinero que vale un café en el bar, un euro. Teresa, de Tavernes, que se ha quedado viuda, ha repartido la tierra entre sus hijos, pero teme que la tierra que su familia labró durante años acabe abandonada. No sería extraño. La Comunitat Valenciana es la autonomía con más tierra de cultivo abandonada los últimos años. Y si no hay cultivos, lo que viene es el desierto. Las generaciones más jóvenes huyen del campo y sin dinero y con un perfil cada vez más envejecido, la inversión para modernizar se antoja imposible.

Amadeo García, de Carcaixent, cuenta que de 20.000 kilos producidos de caqui, al comprador solo le interesaron 2.000. Se llevó los que mejor calidad tenían y el resto, a la basura. Un trato insostenible.

Voro Martínez, de Carlet, está convencido de que si ha habido iniciativa política para elevar el salario mínimo a 950 euros también puede haberla para fijar un precio mínimo para los productos del campo. Martínez está convencido de que a los agricultores valencianos se les ha usado en Bruselas como moneda de cambio ante acuerdos con países como Marruecos. Y no lo piensa él solo.

¿Quién tiene la culpa? La pregunta, planteada a una decena de manifestantes, ofrece muchas respuestas y algunas asustan. Responden que el sistema, los políticos, la Unión Europea, los grandes compradores, los menores precios de trabajadores de terceros países... La respuesta es tan compleja que el terreno queda abonado al populismo y ese temor cunde en las administraciones, porque hay partidos que sustentan su mensaje en eso, en dar respuestas sencillas a problemas complejos.

Lemas como «los políticos nos matan de hambre», «el camp pagant, el llaurador plorant y la Administració ofegant», «mentre el camp valencià es mor, alguns es fan d'or», ilustran el desencanto del mundo rural. Otra pancarta, sobre una gran bandera de España en la que se leía «consuma productos españoles», señala también cómo la ultraderecha, con importante presencia de Vox, intenta capitalizar la indignación.

La manifestación resultó totalmente pacífica, pero políticos de muy diferentes colores recibieron abucheos y reproches porque muchos manifestantes entendieron que solo iban a buscar la foto. Aún no había arrancado la marcha y el responsable de la sectorial arrocera de AVA, Miguel Minguet, ya se había encarado con el portavoz de Ciudadanos, Toni Cantó, al que reprochaba que su partido votara en Bruselas a favor de la entrada de arroz de Vietnam que hundirá al valenciano. Cantó apenas pudo responder que se informaría de ello. El diputado de Compromís, Joan Baldoví, también recibió algún abucheo a la altura de la plaza de la toros, pero todos los políticos que sostenían la pancarta fueron increpados en algún momento. «Menos demagogia y más precios dignos», les gritaban. Pero ocurre que la mayoría, salvo Cantó o Baldoví, resultan desconocidos para el común de los valencianos.

Incluso a varios llamó la atención que el PP, el partido que ha gobernado veinte años en la Comunitat Valenciana y en épocas distintas en España ocupará el centro de la pancarta que portaban los políticos y que rezaba: «prou d'enganyar al llaurador i al ramader», con Isabel Bonig; la exministra Elvira Rodríguez o los diputados Vicente Betoret o Belén Hoyo al frente, mientras formaciones como PSPV, Compromís o Unides Podem mantenían un perfil más discreto. La coalición situó a la vicepresidenta provincial, Maria Josep Amigó, tras la pancarta y al final se incorporó Fran Ferri.

Sin negocio en el campo, ayer lo hicieron los bares del centro.