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En positivo

De la inteligencia humana a la artificial

El término inglés «smart», es decir «inteligente» en castellano, está de moda y es muy empleado en relación con desarrollos tecnológicos en diferentes campos, en especial el digital. Sólo hay que ver y escuchar su uso, amplio y diverso, para referirse a objetos básicos de nuestra vida cotidiana como teléfonos, televisiones, gafas o relojes (Smartphone, Smart TV, Smart Glasses, Smartwatch), en el entorno urbano (Smart City), en la vivienda (Smart House) o en el ámbito empresarial (Smart Business).

Este empleo abusivo del término «smart» se ha generalizado tanto que se ha llegado a convertir en banal, muchas veces superficial: Smart Fitness, Smart Hospital, Smart Bus, etc. Ahora parece que todo tiene que ser smart y si no lo es, debería serlo.

Además, el término «smart» se utiliza como calificativo de inteligencia no vinculado a aspectos tecnológicos, como por ejemplo la dieta Smart (un método eficaz para comer y perder peso de forma saludable), o la cuenta Smart Bank (una cuenta bancaria con acceso por Internet, teléfono y chat) o el Smart Food (una forma inteligente de alimentarse).

De hecho, Smart es un componente importante y reconocible de muchas «marcas» de diferentes productos y servicios, un adjetivo que se utiliza para expresar una cualidad relacionada con la inteligencia del sustantivo al que acompaña. Una palabra que se ha ido popularizando en los procesos de creación del nombre de determinadas marcas, en lo que técnicamente se denomina «naming» y que se integra en el «branding» (la gestión de todos los activos distintivos de la identidad de una marca para construir en torno a ella una promesa y experiencia coherente, diferencial y sostenible en el tiempo). La inteligencia como proposición se ha puesto de moda, incluso se llega a emplear para bienes y servicios nada inteligentes.

O sea que hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de la inteligencia humana, incluso de la inteligencia animal, a la inteligencia de las «cosas», y cuando son «máquinas» a la inteligencia artificial. Resulta increíble y cierto, incluso para personas inteligentes.

Para explicarlo mejor está el Diccionario de la Lengua Española. Inteligente es un adjetivo que significa en su primera acepción «dotado de inteligencia» y en la quinta «dicho de un sistema, de un edificio, de un mecanismo, etc.: Que están controlados por computadora y son capaces de responder a cambios del entorno para establecer las condiciones óptimas de funcionamiento sin intervención humana». Qué explicación más breve en el primer caso y más compleja en el segundo, y de esta forma la Real Academia Española asume la aplicación del adjetivo inteligente para calificar, de distinta forma, a determinadas personas y a otras «cosas» que no llega a ser capaz de detallar por su amplitud.

El gran problema es querer utilizar el mismo adjetivo, inteligente, en dos acepciones que no tienen nada que ver la una con la otra. Las personas pueden estar dotadas de más o menos inteligencia, pero los desarrollos tecnológicos no pueden calificarse de inteligentes, podrán llamarse de otra forma, pero no inteligentes. La tecnología siempre es creada y desarrollada por personas que son las que poseen la inteligencia, y podrá ser aplicada por el ser humano de forma instrumental para ser más inteligente.

Para unos, la Inteligencia Artificial es un conjunto de tecnologías que permite a las máquinas detectar, comprender, actuar y aprender para «ampliar» las capacidades humanas. Para otros, es la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas que presenten las «mismas» capacidades que el ser humano.

Los expertos en ciencias de la computación Stuart J. Russell y Peter Norvig diferencian varios tipos de inteligencia artificial: sistemas que piensan como humanos, sistemas que actúan como humanos (robots), sistemas que piensan racionalmente y sistemas que actúan racionalmente.

La inteligencia humana ha sido muy estudiada, es un concepto complejo con muchas teorías científicas y varias tipologías. Pero en síntesis se puede afirmar que es una capacidad mental que permite entender, conocer, razonar, planificar, resolver problemas, pensar de modo abstracto, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y usar la experiencia. Y esta misma capacidad aplicada a las «máquinas» se podría entender como la inteligencia artificial, pero sin el «cerebro» de las personas.

No se puede olvidar que el órgano principal del sistema nervioso central del ser humano es el cerebro y que éste se encarga de regular y mantener las funciones vitales del cuerpo de cada persona. Además, dicho órgano está relacionado con las emociones y sentimientos, con la conciencia del individuo, es decir, con el conocimiento que tiene este de su propia existencia, de sus estados y de sus actos. Menos mal que hay algo que puede diferenciar la inteligencia humana de la artificial, en concreto el factor emocional.

Para el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, la inteligencia emocional de las personas está compuesta por cinco componentes relacionados con la gestión de sus propios sentimientos y emociones: la autoconciencia, el autocontrol, la automotivación, la empatía y las habilidades sociales. Y todo ello no se puede vincular con la inteligencia artificial, aunque hay científicos que piensan que sí.

Estamos en la era de las personas, en la era del conocimiento, en la era del talento humano, incluso en la era de la inteligencia artificial. Pero no estamos en una película de ciencia ficción, con un final catastrofista en el que «triunfan» las máquinas.

En positivo, la inteligencia artificial es un gran desarrollo de la inteligencia humana, nunca la va a sustituir, es un instrumento cada vez más perfeccionado a disposición de las personas para que estas aumenten sus conocimientos, capacidades y habilidades. El ser humano no depende de la inteligencia artificial, lo hace de su propia inteligencia, de sus recuerdos, de sus sueños, de sus sentimientos y de sus emociones. La inteligencia artificial, en todo caso, nos va a hacer más inteligentes.

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