Laura Navarro reconoce que no acaba de entender por qué a las mujeres no les atraen más las carreras técnicas. Ella siempre lo tuvo claro. Desde pequeña le gustaban la Física y las Matemáticas, y no dudó ni por un momento en matricularse en Ingeniería Industrial cuando llegó la hora de dar el paso del instituto a la Universidad, allá en su València natal. Lo que nunca imaginó es que esa pasión por la ciencia y la electrónica le acabaría llevando un día a convertirse en la primera mujer en regir los destinos de los más de 6.000 trabajadores y 15 millones de pasajeros que pasaron en el último año por el aeropuerto de El Altet, que dirige desde el pasado mes de noviembre.

«Quizá lo que falta son referentes. Por eso, creo que es importante que las mujeres que tenemos cargos de responsabilidad también demos un paso adelante y que las chicas jóvenes vean que también se puede llegar», asegura, convencida de que las cosas cambiarán y que las futuras generaciones de ingenieras no tendrán que acostumbrarse, como hizo ella, a vivir en un mundo de hombres. «Cuando acabé la carrera, empecé a trabajar en una empresa de ingeniería que se dedicaba a la automatización industrial y había veces que, cuando te veían llegar a la fábrica, se te quedaban mirando como preguntándose: "¿Esta es la que nos va a poner en marcha la línea? "», recuerda.

Quiere pensar que también era por su juventud. Estudiante aplicada, acabó la carrera a curso por año, algo bastante extraño en este tipo de estudios técnicos. «Siempre he sido muy responsable. En casa éramos tres hermanas y pagar tres carreras no es fácil», reflexiona. Más allá de la cuestión de género, recuerda los cuatro años que pasó en Control Techniques como una auténtica escuela profesional y de vida, en la que aprendió a enfrentarse a todo tipo de problemas y a salir airosa de los mismos, aunque fuera «a base de tortas».

En ese tiempo se casó con un alicantino y estuvieron casi dos años viviendo separados, cada uno en una provincia, hasta que ella se decidió y dio el paso de trasladarse. Su primer trabajo en Alicante fue en una empresa de fabricación de plástico de Benidorm, donde estuvo casi un año, hasta que cerró. Al verse sin empleo, decidió buscar entre las ofertas laborales del periódico, donde dos le llamaron la atención. La primera era de una constructora, Nexo, y la segunda, la que le cambiaría la vida, era de Aena, que buscaba ingenieros aeronáuticos o industriales. Empezó a trabajar en la constructora mientras realizaba el largo proceso de pruebas para entrar en la empresa aeronáutica, hasta que en 2006 consiguió hacerse con uno de los puestos ofertados.

Entró como ingeniera de infraestructuras y pronto se decantó por la parte eléctrica, hasta el punto de que, durante la construcción de la nueva terminal de pasajeros de El Altet, se encargó de supervisar la obras de la nueva central, de la que iba a depender el suministro del recinto. Debió hacerlo bien porque en 2011 la promocionaron a jefa del departamento de mantenimiento y, desde ahí, tres años después, el entonces director del aeropuerto, Santiago Martínez-Cava, la nombró jefa de su gabinete.

Acostumbrada a trabajar con cables y circuitos, reconoce que lo de pasar a un trabajo donde lo importante es la gestión de las personas le causó cierto respeto, pero no se amilanó. También sintió «vértigo» cuando el año pasado le propusieron ser la directora del aeropuerto ante la marcha de Tomás Melgar, pero aceptó, «porque salir de tu zona de confort es la forma de evolucionar profesionalmente».

Claro que entonces no sabía que un incendio en la cubierta de la terminal iba a provocar uno de los mayores desafíos operativos a los que se ha enfrentado El Altet en toda su historia. Otra prueba que también parece haber superado.

Como directora, su obsesión es que los pasajeros tengan la mejor experiencia posible. De ello depende, recuerda, que los visitantes de la Costa Blanca se lleven el mejor recuerdo de sus vacaciones.