No han pasado ni dos meses desde que el sector turístico de la Costa Blanca cerrara una de las ediciones de Fitur más optimista que se recuerda y, sin embargo, a dos semanas del primer test de la temporada, la Semana Santa, todo ha saltado por los aires por la expansión de un virus, el Covid-19, con nombre de medicamento, pero que amenaza con provocar una pulmonía económica que nadie se atreve a cuantificar (el agujero de la suspensión de los viajes del Imserso es de 40 millones), aunque haya expertos que ya sitúan las pérdidas económicas del sector en 35.000 millones de euros si esta pesadilla dura cuatro meses, y si no hay dinero en el bolsillo? En Fitur, los hoteleros aseguraron que, como poco, este año sería de empate, porque resultaba muy difícil superar a dos ejercicios, 2018 y 2019, que fueron espectaculares. Toni Mayor, presidente de Hosbec, apelaba, con metáfora incluida, a que la Administración no tocara demasiado las teclas de un piano que estaba muy bien afinado. El Brexit estaba amortizado -ya veremos en 2021-, la competencia de Turquía y Túnez olvidada, y solo faltaba, por lo tanto, que la economía nacional se tranquilizara y los españoles comenzaran ya a pensar en la Semana Santa. Sin embargo, el «lobby» empresarial turístico Exceltur avanzó a finales de esta semana que, si la crisis dura cuatro meses, la factura alcanzará los 34.000 euros.

Todo funcionaba como un reloj hasta que, de repente, empezaron a llegar desde China, a doce horas en avión de Benidorm, noticias de un virus, en teoría con efectos parecidos a los de la gripe (6.300 muertos en España y casi 500.000 atendidos en la temporada 2018-2019), pero para el que, de momento, no hay ni vacuna. De China saltó a Europa (Italia), y a partir de ahí se ha desatado una especie de histeria colectiva que ha sacudido a todos los sectores, pero que, ahora mismo, a las puertas de la primavera, y después vendrá el verano, golpea a un sector económico que representa el 15% del PIB de la provincia, y cuya primera premisa para que todo funcione bien es la seguridad, y si es la sanitaria no digamos.

Hasta esta semana, el sector había recibido la expansión del coronavirus, o al menos es lo que quería trasladar, con cierta tranquilidad, pero nadie puede ocultar que la suspensión de congresos -un producto clave en temporada baja, además, en ciudades como Alicante-; el cierre de Italia; la quiebra de una compañía aérea, Flybe, que movía todos los años cien mil turistas entre Gran Bretaña y la Costa Blanca; la cancelación de ferias turísticas como las de Berlín y París; la suspensión de los viajes del Imserso y el parón de las ventas han disparado todas las alarmas.

El miedo es libre y contra él poco se puede hacer, pero ahora más que nunca se necesita que la Administración, tanto la estatal y la autonómica como la provincial, se pongan las pilas, hablen claro e ideen algún tipo de acción potente para recordar que la Cosa Blanca es un destino seguro, sobre todo en lo sanitario, y ahí están los miles de turistas británicos que vienen a tratarse sus dolencias. De momento, sin embargo, la reacción ha sido ambigua. Primero casi negando una realidad que a algún alcalde le explotó a las pocas horas de haber insinuado que el coronavirus era cosa de los chinos. Se debe seguir informando y tranquilizando, por supuesto, para evitar que la histeria provoque que se acabe viendo hasta peligroso que un crucero visite Alicante, y haya quejas porque a esos turistas no se les haya tomado la temperatura.

Afortunadamente, al tratarse de una epidemia internacional, esta vez los tabloides británicos no han aprovechado la circunstancia para decir que el Covid-19 surgió de algún murciélago de la isla de Benidorm e, incluso, animan a los ingleses a seguir reservando vacaciones. Ahí está la clave. Administración, agencias y hoteles deben conjurarse para no perder ni un turista ahora que es cuando el 75% de los viajeros comienzan a planificar sus escapadas y todo ha saltado por los aires. Difícil, pero el objetivo debe ser amarrar las hoy pocas reservas pensando, además, que dentro de uno o dos meses todos deseamos que la incertidumbre y las cancelaciones actuales hayan sido un mal sueño. El verano no es tiempo de gripes, pues tampoco lo será de coronavirus, aunque quizá tengamos que acostumbrarnos a que se quede con nosotros todos los inviernos. Pero, lo dicho, extrema higiene en todos los procesos (poco o nada hay que enseñarles a los hoteleros) e información veraz y real.

Apelar a la responsabilidad es importante, pero negar la evidencia como se había hecho hasta ahora tampoco ayuda, y el turista que llega a la Costa Blanca por la buena relación calidad-precio también necesita estar convencido de que aquí el mayor problema que puede tener relativo a la seguridad es que algún pesado, o pesada, no le deje tomar el sol con tranquilidad en la playa o le agobie mientras te toma el aperitivo en una terraza. Y si lo peor para el turismo es la inseguridad, también habría que pedir a las autoridades que ajusten sus mensajes porque en España hemos pasado de decir que el coronavirus era una cosa de China, después de Corea y por último de Italia, a desaconsejar los viajes, suspender las Fallas, impedir ir a los estadios y escuchar al presidente, tras dos semanas mudo, con un tono que parece ahora que estamos en Londres bombardeada por la aviación nazi. Eso tampoco. ¿Viajar en vacaciones es innecesario? Pues no, señor Illa. En una sociedad como la nuestra las escapadas son una necesidad.

Lo cierto es, histerias aparte, que las dos últimas semanas han sido catastróficas para el sector turístico. Una actividad que mueve miles de millones de euros al año, representa el 15% del PIB y mantiene 300.000 empleos. Pues bien, todo comenzó con la prohibición de Sanidad a médicos y enfermeros de participar en reuniones y congresos. Automáticamente, el sector MICE se resintió y muchos hoteles que en temporada baja basan sus cuentas de resultados en la reuniones han visto reducida su actividad en un 30%. Clientes de congresos que no se recuperarán, si es que se recuperan, hasta 2021. La cancelación de los congresos médicos ha contagiado, además, al resto del sector de reuniones y eventos y, para colmo, esta semana ha llegado la suspensión, de momento por un mes, de los viajes del Imserso, ya golpeado este año por los retrasos, que deja un agujero en la Costa Blanca de 40 millones de euros. Los operadores siguen vendiendo paquetes a partir del 10 de abril, pero nadie puede saber qué pasará en los próximos meses.

Y la penúltima. El impulso del teletrabajo para evitar contagios redujo hasta el viernes un 40% la facturación de esos pequeños, y no tan pequeños, restaurantes que viven del «menú del día». Ahora ya se ha decretado su cierre. Ese colectivo de pequeños autónomos que viven al día y mirando el euro al milímetro. Esperemos que llegue el calor y, aunque no durmamos por las noches tropicales, nos olvidemos del coronavirus, hoy una pesadilla que al sector turístico español le puede costar en cuatro meses 34.000 millones de euros. Una cifra apocalíptica.