A estas alturas no descubrimos ningún secreto si afirmamos con rotundidad que el turismo vive la crisis más grave de toda su historia. Y tampoco le sorprende a nadie que nos ha llegado la crisis casi sin que nos diéramos cuenta, como un tsunami que puede arrasar con todo lo que hemos construido durante sesenta años. Una crisis que nadie pudo prever ni anunciar, y que nos ha golpeado de una forma tan brusca como inesperada, asistiendo atónitos a cómo algo tan invisible como un virus está poniendo en jaque a la economía mundial.

Si algo hay que reconocer a este virus es que es letal para cualquier economía y cualquier sector: no distingue entre zonas turísticas y tampoco de estrellas. Ni siquiera se ha apiadado de la oferta ilegal de las viviendas que sufren, como los alojamientos regulados, los rigores de la ausencia de turistas internacionales. No hay país cuyo turismo no haya sufrido exactamente los mismos efectos devastadores que en España y no hay sistema económico que pueda aguantar esta situación mucho tiempo más.

Seis meses de crisis han cambiado todos nuestros planteamientos. Ni España ni la Unión Europea pueden incurrir dos veces en el mismo desorden y desconcierto tomando decisiones unilaterales sin tener en cuenta el efecto en todo el territorio común. Ahora más que nunca hay que consolidar el mensaje de que la coordinación entre todos es necesaria.

No nos imaginamos un escenario de normalidad sin viajes y sin desplazamientos entre países. Sin intercambios profesionales y sin relaciones comerciales. No se puede imaginar que abran colegios, universidades, comercios y se pretenda cerrar una actividad económica como es el turismo en todas sus áreas tan importante para todos los países y para la provincia de Alicante en especial. Más allá del aspecto vacacional, el turismo es el principal sector exportador de bienes y servicios de España por lo que su situación impacta en la economía de todo el país como estamos comprobando.

Hasta ahora hemos asistido atónitos a un goteo de restricciones unilaterales por parte de países que se han tomado sin criterios compartidos y uniformes. Quizá los primeros que tomamos esas medidas absurdas e injustificadas fuimos los propios españoles, cuando nuestro Gobierno impuso restricciones a países europeos en la última fase del estado de alarma. Ya advertimos de la inconveniencia y falta de necesidad de esas medidas y las consecuencias en materia de relaciones diplomáticas que podrían acarrear.

Ahora es necesario aplicar, sin más demora, medidas en las fronteras no discriminatorias entre todos los ciudadanos y residentes en la Unión Europea. Medidas que, además, se amplíen en un acuerdo bilateral con el Reino Unido. Se hace necesario que todos los países puedan cartografiar el impacto del virus de una misma forma y designar áreas de riesgo con los mismos criterios. Estamos desando que se ponga en marcha en un breve plazo la propuesta de la Comisión Europea de establecer códigos de colores para clasificar zonas en rojas, amarillas, verdes o grises para una fácil comprensión por parte de los consumidores a la hora de elegir sus viajes y sus riesgos. Todos somos responsables de asegurar una mayor claridad y predictibilidad del riesgo de zonas, ciudades o puntos concretos de nuestra geografía, pero no hay razón alguna para restringir los viajes a países enteros como se está haciendo actualmente.

Este enfoque europeo común, claro y fácilmente comprensible ayudará a reconstruir la confianza de los viajeros y ayudará al sector en su recuperación protegiendo medios de vida, empleos y empresas.

Podríamos decir que nuestros gobiernos se han puesto una máscara encima de la mascarilla para poder ir por el mundo y han fiado la recuperación en manos de la suerte. Han establecido medidas con una desproporción y una incongruencia letal, y se han olvidado del espíritu de reciprocidad.

Cierto es que vivimos en una realidad que está dispuesta a destruir cualquier plan que podamos trabajar, realidad en la que todo es incierto y es provisional y donde la regla básica de actuación es la de la prueba-error.

Pero si no lo intentamos, el presente se nos hará largo. Un presente que posiblemente se amplíe a todo el año 2021 por lo que corre prisa empezar a tomar medidas de normalización y adaptación, no vaya a ser que sea más nocivo el resultado de las medidas que el virus en si mismo.

Corre grave riesgo no sólo la industria turística de un país como el nuestro sino infraestructuras tan estratégicas como aeropuertos, compañías aéreas y operadores turísticos tan necesarios para poner en marcha esta maquinaria tan perfecta que llamábamos turismo.

La nueva normalidad es aprender a convivir con este virus en un ambiente diferente a lo que estábamos acostumbrados, pero seguro y estable. La experiencia de este verano debe abrir los ojos a que el turismo es una actividad tan segura como la vida ordinaria de las personas, ni más ni menos. Que la seguridad está en nuestro comportamiento y no en los lugares, sitios o modelos concretos.

Por ello, deben cambiarse las prioridades: las pruebas diagnósticas (antígenos o PCR) en los aeropuertos deben ser parte de la normalidad hasta la vacuna y la moneda de cambio a unas políticas de movilidad restrictiva sin sentido.

En estos meses hemos aprendido mucho, de gestión de crisis y de cómo hacer las cosas bien. Si facilitamos la vuelta del turismo recuperaremos antes la economía. 