Desde mitad de los años 80, varios autores han señalado que la ética es una parte integral de la cultura corporativa empresarial. La mayoría de los estudios consideran la ética como un conjunto de normas de conducta, generalmente relacionadas con la integridad, que se aplican en la resolución de dilemas, cuando en realidad, existe una forma más extensa de entender este concepto. La Ética Empresarial fue ganando popularidad en el ámbito académico y profesional sirviéndose de la ética de la virtud como teoría válida para proporcionarle una base conceptual sólida.

Dejando las teorías a un lado, resulta interesante señalar que el enfoque de la ética de la virtud está enraizado en la tradición aristotélica, considerando la ética como algo muy relacionado con los rasgos del carácter de los actores o agentes y que se desarrolla a través de acciones racionales y libres.

El papel de las virtudes y la vida moral recibió creciente atención por parte de autores influyentes, entre ellos, los seguidores del enfoque aristotélico, que centraban su atención, como decíamos, en las virtudes del carácter, como son el valor, el temperamento, la generosidad, la justicia, etc., en lugar de las virtudes del intelecto, es decir, la sabiduría teórica y práctica, caracterizando dichas virtudes como excelencias de hacer lo que es mejor para los seres humanos y buscando lo que es mejor para la competencia amistosa.

Con el paso del tiempo, se reclamó una visión más integral de la Ética Empresarial que centrara al individuo dentro de la empresa. En este intento, se propone la integración de dos principios en la ética basada en la virtud con importantes implicaciones. Por un lado, el Principio Personalista que incluye la Regla de Oro (trata a los demás como querrías que te trataran a ti) y hace explícito el deber del respeto, benevolencia y cuidado por las personas. Y, por otro, el Principio del Bien Común, entendido éste como la condición general de la vida en sociedad que permite a los diferentes grupos y a sus miembros conseguir su propia perfección de forma más plena y fácil, y que implica la cooperación para promover oportunidades para el «florecimiento» de las personas dentro de una comunidad.

Ese concepto del Bien Común definido como «eudaimonia» o florecimiento de la humanidad se toma prestado de lo que Aristóteles entendió que era el papel de la polis o comunidad política donde las comunidades pequeñas debían contribuir al bien común de las grandes a las que pertenecían.

El Bien Común de la empresa ha sido relacionado con la Responsabilidad Social Corporativa y con el Capital Social, y se define como el trabajo en común que permite a los seres humanos producir no sólo bienes y servicios, sino, y de forma más importante, desarrollar habilidades técnicas o artísticas y virtudes morales e intelectuales. Cada vez más autores argumentan la necesidad de un nuevo paradigma de gestión operativa basado en las nuevas premisas antropológicas, políticas, económicas y éticas que el Bien Común proporciona y que inevitablemente plantea nuevos retos a otras teorías de la empresa, en las que la asunción del individualismo y el entendimiento de los bienes como mera preferencia o satisfacción son cada vez más cuestionados.

Los estudiosos de la Ética Empresarial y de la Organización de Empresas reclaman una visión más humanística y «holística» que integre la dimensión económica y la humana. Dentro de esta perspectiva de considerar la empresa como una comunidad de personas, surge un cambio de paradigma en las teorías de liderazgo en las que la ética se encuentra en el núcleo del liderazgo, reclamando así un liderazgo benevolente y responsable que contribuya a la sostenibilidad empresarial y al bien común. En esta línea, se utiliza el concepto aristotélico «Phronesis» o prudencia, o conocimiento práctico, para hablar de un «phronetic leader» como aquel que, en el intento de superar sus dificultades, desarrolla una capacidad refinada para captar intuitivamente las características de las situaciones ambiguas y construir un panorama de posibles vías de respuesta, mientras se siente impulsado a la búsqueda del Bien Común.

Volviendo a las virtudes, de pequeños aprendimos que se clasificaban en teologales y en cardinales. Son estas últimas las que rigen la conducta de cada ser humano y conviene recordarlas. Comenzamos con la prudencia, la regla recta de la acción, la justa medida de las cosas, para continuar con la justicia o la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que es debido con absoluta equidad, seguidamente, la fortaleza, o esa firmeza y constancia ante los obstáculos, y por último, y no menos importante, la templanza, entendida como el dominio de la voluntad sobre lo intuitivo.

Recientemente he tenido la oportunidad de dirigirme a estudiantes del máster en Dirección y Administración de Empresas de la universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche y mi consejo para ellos fue sencillo: «Sed personas libres e invulnerables». Es cierto, les dije, que surgen dificultades que tambalean constantemente esa libertad de ser. Lo importante es que los retos que nos presenta la vida sirvan para afianzar lo que realmente somos y olvidamos con facilidad, personas libres para decidir cómo queremos ser. Así lo reflejó W.E. Henley, en su poema Invictus, que tanto acompañó a Nelson Mandela en la cárcel: «Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma».

Eduquemos a nuestros futuros líderes empresariales para que sean capaces de integrar las cuestiones de gobernanza social, medioambiental y los retos humanitarios en los valores de las empresas desde la perspectiva del Bien Común.

Permítanme que termine siendo optimista, pues fue una carta escrita por estos estudiantes, dirigida al rector de la UMH, lo que, en esencia, inspiró a su equipo de gobierno a poner en marcha durante el pasado estado de alarma un proyecto de mecenazgo que permitió recaudar fondos para ayudar a los colectivos más necesitados, especialmente a nuestros sanitarios. Nos dieron toda una lección de fortaleza, al combatir ante la adversidad, de templanza, al no encogerse ante la pandemia, de prudencia, por plantear la idea con humildad y de justicia, por pretender ayudar a los más vulnerables. 