Las retiradas de dinero en los cajeros automáticos ha descendido por la pandemia. JUANI RUZ

La pandemia de coronavirus está suponiendo un empujón para que el plástico se imponga de forma definitiva al dinero en efectivo. El miedo a los contagios propició en los meses del estado de alarma un desplome de la retirada de fondos en los cajeros y un incremento más que notable de los pagos en tarjeta. Los expertos ya vaticinaban en aquel momento que ese fenómeno podía ser algo más que un hecho puntual, y lo cierto es que las cifras se están encargando de confirmarlo. Pese a que los porcentajes no son tan acusados como al principio, los datos acumulados indican que el uso de los cajeros automáticos ha caído cerca de un 20% con relación al año pasado, mientras que las compras con tarjeta se han incrementado alrededor de un 10%. Tanto entidades bancarias como comercios coinciden a la hora de señalar que estamos asistiendo a un fenómeno irreversible, independientemente de lo que vaya a pasar con la crisis sanitaria.

La irrupción del estado de alarma supuso un cambio radical en los hábitos de compra. Las recomendaciones realizadas desde los expertos sanitarios, en el sentido de limitar al máximo los contactos, afectaron de pleno al dinero en efectivo, en el sentido de que al pasar por muchas manos podía suponer un riesgo de contagio del coronavirus. La tarjeta, sin embargo, es de uso individual, y, por tanto, mucho más segura. Esos mensajes calaron de forma profunda en los consumidores, y también entre los propios comercios, muchos de los cuales limitaron los pagos en efectivo, o al menos recomendaron a sus clientes la utilización de las tarjetas. El resultado no se hizo esperar, puesto que el uso de los cajeros en esos tiempos de encierro obligatorio se desplomó por encima del 52%, mientras aumentaba de forma exponencial el empleo del plástico.

El impacto fue enorme durante los meses de confinamiento, y, aunque se ha suavizado con el paso de las semanas, lo cierto es que las tendencias iniciadas en marzo siguen vigentes en la actualidad, según las distintas entidades bancarias consultadas. En el caso del Banco de Sabadell, los reintegros en efectivo presentan en estos momentos un descenso del 20,5% en operaciones con relación al año pasado, un 5,4% si se tiene en cuenta el importe. Por lo que respecta a las compras formalizadas con tarjetas, el incremento de operaciones es del 11,8%, del 3,5% en importe. Una parte proviene de los traspasos de efectivo a tarjetas. Desde la entidad señalan que se trata de datos nacionales, pero perfectamente extrapolables a la provincia de Alicante.

En el caso del Banco de Santander, la retirada de efectivo en cajeros ha disminuido un 14%, en un contexto en el que, efectivamente, hay menos operaciones, pero de mayor volumen. Los pagos con tarjeta se han incrementado un 4%, con un fuerte repunte en los últimos meses, destacando igualmente el crecimiento de las compras a través del móvil, concretamente en un 80% en el pasado mes de agosto.

En el caso de Bankia no se han ofrecido datos concretos, aunque desde la entidad bancaria afirman que en Alicante han recuperado desde julio las cifras habituales de actividad previas al estado de alarma, después de reducirse casi a la mitad durante el pasado mes de abril, y en un tercio en los meses de marzo y mayo.

Estos cambios de comportamientos por parte de los consumidores han tenido un efecto directo, lógicamente, en los comercios. Una muestra de ello es la cadena de supermercados Masymas, que desde el inicio del año ha detectado un aumento de las compras con tarjeta del 25%. El mes de mayor crecimiento fue abril, pero la dinámica se mantiene al alza en este mes de septiembre, con un incremento del 20%.

La misma dinámica presentan los supermercados de Hiperber. Según los datos facilitados, en los meses de enero y febrero, justo antes de la declaración del estado de alarma, el pago con tarjetas se encontraba en el 34% del total. Pues bien, seis meses después, el porcentaje se sitúa en el 42,60%, después de haber alcanzado una punta máxima del 54,15% en abril.

El CEO de esta última cadena comercial, José Bernabeu, señala que «el uso de la tarjeta, en los meses previos a la declaración del estado de alarma, se iba incrementando poco a poco de forma natural, pero, a partir de marzo, ya con el virus formando parte de nuestras vidas, los crecimientos se aceleraron de forma más que notable. La gente tenía miedo de tocar un billete que igual ya había tocado alguien con coronavirus, así que pensó en la seguridad que ofrecían las tarjetas individuales».

Bernabeu está convencido de que este fenómeno ya es imparable. «De entrada -manifiesta-, la gente se ha vuelto conservadora y tiene muy presente eso de no tocar ni dar la mano, en una filosofía de autoprotección que va a continuar mientras no haya una solución efectiva contra el covid. Si no llegan a encerrarnos de nuevo, los incrementos no serán tan acusados como en los últimos meses, pero estoy convencido de que el mayor uso de la tarjeta quedará latente. Al fin y al cabo, y eso es una realidad, el billete no es higiénico porque ha pasado por muchas manos, y el plástico ofrece además otras muchas ventajas como la comodidad». A las personas mayores les está costando más la adaptación, «pero no así-continúa- a la gente joven, que ya tiene el pago con tarjeta o con los móviles interiorizado. Esta evolución, además, nos va a forzar en el futuro a los operadores a actuar un poco como los banqueros, ofreciendo tarjetas que incluso puedan financiar a los clientes».

Pero no sólo en los supermercados se está produciendo este fenómeno. También los pequeños comercios lo están experimentando. Jordi Pérez, de la papelería Quaderns, de Alcoy, explica que, «en los meses del estado de alarma, el 80% de las compras se realizaron con tarjeta, incluso pagos muy pequeños de entre 10 y 30 céntimos, pese a que a nosotros no nos compensaba por las comisiones bancarias».

Con el paso de los meses, el uso del plástico se ha relajado un poco, pero sigue por encima del 60%. «En general -subraya Pérez-, las compras de más de 20 euros se pagan todas con tarjeta». Coincide con José Bernabeu en que a la gente mayor le cuesta más, «pero por debajo de los 55 ó 60 años casi todo el mundo utiliza las tarjetas. Los más jóvenes también hacen un uso más intensivo de los móviles».

¿Y qué es lo que opinan los expertos? También coinciden a la hora de señalar que se está ante un fenómeno irreversible. Joaquín Maudos, catedrático de Análisis Económico de la Universidad de València (UV), señala que «está claro que con la experiencia de la pandemia se ha producido un impulso acelerado en todo lo que tiene que ver con la digitalización, incluyendo el uso de la banca online y los medios de pago electrónico. Con las tarjetas se produce algo similar, aunque igual no tan intenso».

Desde algunos estamentos se viene vaticinando desde hace tiempo que el dinero en efectivo está condenado a desaparecer. Joaquín Maudos, sin embargo, opina que eso todavía va a tardar, «porque hay un porcentaje importante de la población que está excluida desde el punto de vista financiero. Hasta que la inclusión financiera sea plena, no desaparecerá el efectivo. No obstante, sería lo ideal dadas las enormes ventajas de los medios electrónicos frente al efectivo, para empezar en la lucha contra la economía sumergida».

El también catedrático de Análisis Económico, en este caso de la Universidad de Alicante (UA), Ignacio Jiménez Raneda, destaca que «la pandemia ha acelerado un proceso que es irreversible. En muchos países de alto nivel de renta, como los países nórdicos, el dinero en efectivo no se usa prácticamente para nada desde hace años. En nuestro caso íbamos más lentos avanzando en esa dirección, pero no cabe duda de que el fenómeno ahora se está consolidando y no tiene marcha atrás. También el uso del Bizum se ha intensificado de forma exponencial a raíz de esta crisis».

Coincide con el resto de entrevistados en que a las personas de edad avanzada les cuesta más adaptarse a los cambios que se están registrando, «pero los jóvenes -enfatiza- son auténticos activistas digitales, y es evidente que ellos son el futuro».

Jiménez Raneda, por otro lado, destaca las ventajas de la utilización de las tarjetas y los pagos electrónicos. «En el caso de los bancos -destaca- está claro que les ahorra costes y personal, y, por otro lado, se limitan las operaciones ilegales, que de esta forma son más fácilmente perseguibles. También los comercios tienen ahora mayores facilidades, porque las comisiones son menores o directamente han desaparecido».

Respecto al efectivo, el catedrático señala que «cada vez tendrá un peso menos importante. Pasará como con las cabinas telefónicas, que antes eran habituales y ahora es muy complicado encontrarlas, porque casi juegan un papel decorativo».

Fuerte caída del consumo en el estado de alarma

Independientemente de los cambios de hábito registrados entre los ciudadanos a la hora de realizar sus compras, lo cierto es que el consumo experimentó una fuerte caída en términos generales durante el segundo trimestre de este año, que coincidió casi íntegramente con los meses de confinamiento en pleno estado de alarma.

Los últimos datos oficiales presentados por el Banco de España indican que, entre abril y junio, los ciudadanos retiraron de los cajeros 20.636 millones de euros, lo que supone un 35% menos que los 31.739 millones retirados en el mismo período del año anterior. Por lo que respecta a las tarjetas, los pagos ascendieron a 33.124 millones de euros, un 17% menos que un ejercicio antes.

Pese a que en ambos apartados se registraron descensos, el de las tarjetas fue significativamente inferior al de los cajeros. De hecho, el gasto medio con tarjeta durante ese trimestre fue de 35,5 euros, en lo que supone el primer incremento desde el año 2005.

Estas cifras fueron el resultado de las condiciones excepcionales que acontecieron justo en un momento en que los ciudadanos no podían salir de sus casas y los comercios no esenciales tuvieron que cerrar como consecuencia de las medidas decretadas en pleno estado de alarma para combatir el coronavirus. Como es lógico, tuvieron que primarse los métodos de pago electrónicos o con plástico en las pocas compras que estaban permitidas, y que afectaban básicamente a la alimentación.

El consumo, tras el confinamiento, empezó a recuperarse, aunque todavía se encuentra lejos de alcanzar los índices habituales en un año normal.