Invernaderos en barbecho. La menor cosecha para esta temporada deja invernaderos de flores a casi la mitad de producción. Los agricultores aprovechan el parón para dejar que la superficie de cultivo se regenere o plantar, por ejemplo, hierba biocida.

Menos mano de obra. La reducción de un 40% de cultivos de flor cortada desde la irrupción del covid ha potenciado la destrucción de puestos de trabajo tanto en las parcelas agrícolas como en los almacenes de preparación y envío de pedidos.

Los productores de flor cortada de la provincia se enfrentan a un horizonte incierto. La inestabilidad económica derivada de la crisis del coronavirus ha sumido en la incertidumbre a un sector que, en condiciones de normalidad, estaría inmerso ahora en una de las campañas más importantes del año. Tradicionalmente, la festividad de Todos los Santos permitía sembrar y comercializar hasta un millón y medio de tallos en el sur alicantino, en tierras de Pilar de la Horadada. Esta vez, los invernaderos no florecerán con la misma intensidad que en otoños anteriores. Los agricultores han decidido recortar la cosecha para el 1 de noviembre hasta un 30% por miedo a los efectos de una pandemia que sigue descontrolada. El confinamiento de la pasada primavera, la cancelación de eventos sociales y los cambios en los patrones de consumo han hecho tambalear el negocio hasta el punto de que, aseguran, no pueden asumir más pérdidas. Su estrategia de supervivencia pasa por producir a menor escala para tratar de sostener los precios e intentar aminorar el desastre que supondría un hipotético bloqueo de los canales de distribución, como ocurrió durante el estado de alarma.

Las ventas de ornamentos florales para el día en que se recuerda a los que siguen vivos en la memoria de sus allegados suponían tradicionalmente el 20% del total de la facturación anual para la mayor cooperativa de flores de la franja mediterránea, Flomar, con sede en la Vega Baja. Ahora, las enrevesadas reglas impuestas por el covid-19 han sacudido las expectativas y multiplicado las dudas. La previsión inicial que manejan para este 1 de noviembre es reducir un tercio la producción y alcanzar en torno al millón de unidades, lo que supone 500.000 flores menos que en 2019. Con ello, ha caído la necesidad de mano de obra y la destrucción de empleo es ya inevitable. «Acudir al cementerio a llevar flores sigue siendo una tradición muy arraigada, pero, si hubiera un nuevo confinamiento, podría ser catastrófico. Nadie puede garantizar que es algo que no vaya a suceder. Miramos con preocupación las restricciones que se han impuesto ya en Madrid y no sabemos si se extenderán. Ante una posibilidad de perderlo todo que puede ser real, tienes que arriesgar lo menos posible», valora Francisco Carrasco, presidente de la cooperativa desde 2003.

La apuesta por reducir la producción para contener el posible riesgo de quebranto económico persigue igualmente intentar revalorizar el producto en los puntos de venta, que se centrarán básicamente en el mercado nacional, llegando a regiones como Andalucía, Galicia, Cataluña o Madrid. «Al haber menos oferta se debe de reflejar al alza en los precios. En estos momentos se han incrementado un poco con respecto al año pasado, pero insisto en que, en una situación como la actual, no sabemos qué va a pasar y lo que impera es la incertidumbre», subraya Carrasco.

Rosas, margaritas, claveles, gladiolos, lilium o estartices siguen siendo algunas de las variedades más reclamadas para llevar a los seres queridos a los cementerios cada 1 de noviembre. Son flores que encaran ya su recta final de crecimiento en los invernaderos pilareños, donde los especialistas de la floricultura consiguen que todos los tallos maduren casi a la vez, a finales de octubre, para iniciar la distribución. Esto es posible gracias a una tecnología de vanguardia basada en la automatización de sistemas que permiten controlar la maduración de las plantas modulando los niveles de humedad, radiación solar, temperatura o ventilación, algo que les permite competir en el mercado internacional gracias a la eficiencia y sostenibilidad ligada a la innovación en floricultura. Descalabro económico

La cautela con la que los cooperativistas han programado en este 2020 la campaña de Todos los Santos se explica por el descalabro económico experimentado durante los últimos meses. El bloqueo generado por la situación epidemiológica supuso la pérdida del cien por cien de los pedidos entre marzo y mayo, siendo una de las épocas de mayor actividad de actos festivos de todo el año. Solo en ese trimestre se marchitaron sin posibilidad de venta hasta cinco millones de unidades de los 14 millones que Flomar cosecha cada año. Las plantas ornamentales fueron arrancadas de la tierra y las flores recolectadas, directas al basurero.«Fue, sin duda, la peor campaña que recuerdo en 35 años en el negocio. De un día para otro nos quedamos con la producción programada y sin posibilidad de ventas. Hubo que tirarlo todo. No tuvo nada que ver con crisis como la del 2008, porque en esa ocasión seguíamos sosteniendo ventas en el mercado internacional. Esta vez el parón fue total, una ruina. Los agricultores están muy tocados tanto anímicamente como en términos monetarios», prosigue Carrasco.

Hasta el pasado año, eran cerca de un centenar de hectáreas agrícolas las que estaban reservadas a la producción de flores en la provincia, según el Informe del Sector Agrario Valenciano, elaborado por la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica. Buena parte de esa superficie se ubica en Pilar de la Horadada y casi el 90% de la cosecha crece en invernaderos. Invernaderos que, en estos momentos, están al 60% de su producción habitual porque el covid-19 ha zarandeado todo el calendario de siembra y cosecha de la floricultura.

El parón total de los meses de confinamiento dejó sin ingresos a los agricultores, pero las leyes de la tierra y la labranza impiden abandonar los campos y fue necesario seguir invirtiendo en productos y nóminas para mantener la superficie cultivable en condiciones óptimas. Ello obligó a numerosos cultivadores a recurrir a créditos ICO. Era endeudarse para intentar salir a flote o quedar fuera del negocio, porque en este sector los ritmos no los marca el empresario, sino el calendario de eventos para los que se demanda un producto tan perecedero que en un máximo de diez días se estropea. «Se habló mucho de promesas de subvenciones y ayudas pero no se ha recibido nada», esgrime el presidente de la cooperativa.Endeudados

Alexis García, agricultor de  años que mantiene una explotación de tres hectáreas vinculada a Flomar en siete invernaderos, es uno de los que ha dejado la mitad de su superficie en barbecho. Retomar la actividad que frenó en seco la pandemia le forzó a pedir un préstamo que tendrá que devolver en cinco años. Lo primero fue pagar por destruir la cosecha que tenía en marcha. Aunque las flores no se vendieran, debía de retirarlas, enviarlas al vertedero y preparar el terreno para sembrar en cuanto fuera posible. «Tienes que comprar la planta nueva, pagar mano de obra, Seguridad Social, agua y abonos con la mitad de producción. Eso supone que, en el mejor de los casos, ganaré la mitad de dinero, pero además tendré que pagar el préstamo». La complicada situación, asegura, ha llevado a algunos compañeros a abandonar definitivamente el negocio, sobre todo pequeños productores. «Yo de momento tengo un año de carencia. Veremos si remonto, porque mucha gente se está quedando por el camino», cuenta a este diario.

Thomas Ludwig, gerente de la empresa Lubex Flor, con siete hectáreas de cultivo, no produce para la campaña de Todos los Santos, pero igualmente está sufriendo los ruinosos efectos de la pandemia. De hecho, ya ha programado una reducción del 50% de la cosecha de cara a la próxima primavera. «No sabemos cómo se va a desarrollar el mercado, pero todo apunta a que no habrá grandes eventos ni fiestas ni bodas. Necesito evitar cualquier tipo de riesgo porque sería imposible que el negocio sobreviva con otro palo como el de este año. Es una situación nunca vista hasta ahora», concluye.

La clave

Sesenta hectáreas en producción

Desde que los agricultores retomaron la producción de flor cortada y plantas ornamentales en verano, tras el confinamiento, la superficie cultivada se ha reducido una media del 40% en el centenar de hectáreas dedicadas a este sector, lo que deja unas 60 hectáreas en activo. Gran parte de ellas se ubican en invernaderos en Pilar de la Horadada.