Hace unos días la asociación Humanizando la Justicia presentó un estudio en el Consejo General de la Abogacía Española (CGAE).

En el mismo se desvela un dato abrumador, pero poco sorprendente para los que desarrollamos nuestra labor en el sector legal: un 63% de los abogados en España muestran síntomas de agotamiento laboral.

Ante estos datos, podemos adoptar dos posiciones distintas: una pasiva y otra proactiva, tendente a cambiar la misma. Debemos optar por la segunda y no sólo por el bien de los letrados, sino por el bien de nuestros clientes y del conjunto de la sociedad. Y aquí es donde debemos implicarnos todos: los CEO de empresas del sector legal, la Administración Pública y los colegios profesionales.

Y es que el papel de la abogacía es fundamental, no sólo en la medida en que presta un servicio fundamental a nuestro Estado de Derecho, sino porque su aportación directa a la economía es muy relevante. Como ejemplo, el sector legal aportó a la economía del Reino Unido el 1,5% de la misma en el año 2018, esto es, 28.421 millones de euros. Además, empleó a 311.000 personas.

Acreditada la relevancia del sector legal en el ámbito económico, estaremos de acuerdo en que no son buenos los elevados niveles de agotamiento laboral que he reseñado al inicio.

Podemos diferenciar dos tipos de causas para esta situación. Unas son propias del ejercicio de la profesión y otras son de diverso tipo, pero muy relevantes, y es en estas segundas donde debemos poner el foco.

Hay causas que son intrínsecas al ejercicio de la abogacía. Quiero destacar aquí el carácter autónomo de la profesión como factor de estrés. Esto afecta tanto al abogado que ejerce de forma individual como, aunque parezca contradictorio, al que está en un despacho colectivo. Es bien conocido que el abogado se encuentra solo en el día a día, pese a que esté rodeado de compañeros de despacho. Somos una especie de «lobos solitarios» frente a los asuntos sobre los que trabajamos. Algo así como un tenista que, pese a estar en un club, tener entrenador, preparador físico, etcétera, finalmente el partido lo juega solo. Rafa Nadal, por tanto, es un abogado en el ámbito tenístico.

Otro elemento íntimamente unido al ejercicio de la profesión es la presión por el resultado del cliente. El abogado asume la situación del cliente, empatiza y trata de solventar la cuestión que el mismo le plantea, ya sea en la vía judicial o extrajudicial. Y el cliente quiere un resultado. Y perseguir el mismo genera presión. Y, además, el abogado se involucra en su trabajo, lucha por conseguir sus objetivos en beneficio de sus clientes.

Añadiría, finalmente, que el incierto resultado del trabajo realizado es también motivo de inquietud, pues no generamos obras o productos, como un arquitecto, sino que prestamos un servicio y el resultado del mismo depende no sólo de nuestro esfuerzo, sino también de la decisión final de un tercero: un juez en ocasiones y, en otras, la Administración (pensemos en una inspección tributaria).

Pero hay un segundo grupo de causas sobre las que sí podemos actuar. Es más, sobre las que debemos y estamos obligados a reaccionar con el objetivo de poner remedio a la situación. Algunas de las mismas, como veremos, pueden ser aplicadas a otros sectores, pues son males endémicos en nuestra sociedad y propios de nuestra economía.

La condición de mujer afecta al agotamiento. El motivo no es físico, sino social, cultural y educativo. Aún a estas alturas de la evolución humana, en el año 2020, la mujer tiene un nivel de exigencia, fuera del ámbito laboral y dentro del ámbito familiar, mayor que el hombre (generalmente). Además, se siguen produciendo situaciones de acoso en el ámbito laboral (no es ajeno a la abogacía) que perjudica gravemente la salud de nuestras compañeras letradas. Los recientes reales decretos-ley sobre igualdad retributiva de hombres y mujeres y sobre los planes de igualdad, que desarrollan normativa previa y que han sido promovidos por la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, tratan de poner remedio a parte de estas situaciones.

Otros de los motivos son los horarios de trabajo, la falta de flexibilidad en los mismos. En el ámbito del sector legal el presencialismo sigue siendo la base en el desarrollo del trabajo. Y, a estas alturas del siglo XXI, hay empresas y organizaciones, también en el sector legal, que no han evolucionado. Creo que no es discutible que el número de horas «en el trabajo» no es proporcional al rendimiento obtenido. Sólo lo es el tiempo realmente trabajado y la calidad del mismo. Sea donde sea. Y aquí es donde las nuevas tecnologías, la innovación de nuestras empresas del ámbito legal pueden aportarnos nuevas posibilidades y oportunidades.

Tenemos herramientas y tecnología a nuestro alcance que permiten generar la posibilidad de teletrabajo o el trabajo a distancia. Ambas modalidades, además, facilitan la conciliación con la vida personal, sirve de enganche para las nuevas generaciones y, por tanto, para la retención del talento en nuestras organizaciones.

Debemos buscar el resultado por la consecución de objetivos, que podemos y debemos medir; objetivos económicos individuales, de grupo, satisfacción del cliente, cargas medias de trabajo. Estos datos son más relevantes que el número de horas empleadas o la presencialidad en el desarrollo del trabajo.

Dicho esto, bien es cierto que no estamos en un país donde la innovación sea nuestro santo y seña. De hecho, nuestro país se encuentra en la 30ª posición en el índice global de innovación, según el informe elaborado por la Organización Mundial de la Propiedad Industrial. Estamos situados por detrás de la mayoría de los países europeos.

Debemos incorporar programas del wellbeing en nuestros despachos profesionales. Los mismos, finalmente, generarán un buen ambiente de trabajo, el engagement con los profesionales y, finalmente, nos reportarán mayor productividad y rentabilidad.

Manos a la obra.