Puede parecer ciencia ficción, pero sólo es ciencia. La ilicitana Greene Waste to Energy ha desarrollado una tecnología capaz de transformar cualquier residuo orgánico -incluyendo el plástico o cualquier otro material que contenga moléculas de carbono- en gas de síntesis para producir energía o para fabricar productos químicos, como cera para velas. Una alternativa que permite, por un lado, acabar con el problema cada vez más acuciante de saturación que sufren los vertederos, y, por otro, rebajar la factura energética de las empresas y organismos que apuesten por esta solución. En otra palabras, y mirándolo desde la vertiente económica, una tecnología que promete convertir la basura en dinero. Tan simple y tan complicado.

Tras más de una década de proceso de maduración, en la que lo más difícil ha sido encontrar el modelo de negocio empresarial, la inyección de 40 millones que recibió el año pasado por parte del fondo Moira Capital permitirá a la compañía cofinanciar sus proyectos, lo que ha acelerado sus planes. Así, la firma acumula en estos momentos en cartera contratos para construir hasta ocho plantas de gasificación. Unos contratos que han llegado desde sectores como el cárnico, el papelero, el cervecero y, cómo no, desde varias firmas de gestión de residuos sólidos urbanos, según explica el CEO de la compañía, Juan José Hernández, y que representan la culminación de una historia que supone todo un ejemplo de perseverancia por parte de los socios de la firma, que han defendido a capa y espada su apuesta durante todos estos años, a pesar de la infinidad de obstáculos con los que se han topado. El último de ellos, la llegada del covid-19, que hizo temer que alguno de los clientes pudiera echarse atrás, algo que no ha ocurrido.

De izquierda a derecha, los socios de Greene Enrique Aráez, Juan Manuel Martínez, Juan José Hernández y Jesús Martínez, en las instalaciones de Greene en el parque empresarial de Elche. rafa arjones

«Al final, la gran dificultad es que nadie quiere ser el primero, nadie quiere dar el paso. Por eso, decidimos cambiar el modelo de negocio y, en lugar de vender la tecnología, lo que proponemos es construir nosotros la planta y operarla, ofreciendo al cliente que se convierta en socio», explica el ejecutivo. Un paso para el que han sido clave los recursos aportados por Moira. Y es que, aunque la gasificación se conoce desde el siglo XIX y tuvo cierto desarrollo durante la Segunda Guerra Mundial -sobre todo en Alemania, ante la escasez de otros combustibles durante el bloqueo de los aliados-, lo cierto es que la hegemonía del petróleo había relegado esta tecnología al ostracismo, por lo que no había evolucionado ni había recibido la atención de los investigadores, hasta que a Hernández y sus socios -Juan Manuel Martínez, actual director de Desarrollo de Negocio de Greene; Enrique Aráez, director de Operaciones; y Jesús Martínez, director comercial- les picó la curiosidad.

Fue alrededor del año 2004 cuando en sus viajes a la India el ejecutivo empezó a fijarse en que los locales aprovechaban los excrementos de los animales para generar gas, que luego utilizaban para cocinar y otros usos. Por aquel entonces, los cuatro socios, todos licenciados en Químicas, ya habían puesto en marcha su propia empresa de asesoría en materiales plásticos y caucho para sectores como el calzado, y se dedicaban, entre otras cosas, a montar plantas químicas «llave en mano» por medio mundo.

A pesar de que el negocio les iba bien, la experiencia india se les quedó marcada y decidieron empezar a investigar en gasificación para poner al día la tecnología. «Hasta entonces se había centrado mucho en la gasificación del carbón, pero no se había adaptado para aplicarla en los residuos que se producen hoy en día, que son muy heterogéneos», señala Hernández. Pasaron varios años hasta que en 2009 lograron disponer de la primera planta piloto completamente funcional, es decir, con la tecnología probada y lista para usar.

Para entonces la crisis había hecho mella en su actividad principal y optaron por crear una sociedad específica para su nueva propuesta, que inicialmente denominaron Waste European Technology. Fue entonces cuando tuvieron su primer golpe de suerte y el empresario Carlos Castellano, de Agroinvest, decidió apoyarles con un millón de euros, pero les pidió crear una sociedad «ad hoc», lo que supuso el nacimiento de Greene Waste to Energy.

Los residuos que utiliza la planta como combustible. rafa arjones

De la biomasa a los residuos

Su intención era operar como hacían con su anterior compañía. Es decir, diseñar las plantas y construirlas para otros, que son los que debían realizar la inversión. Pronto tuvieron sobre la mesa el primer proyecto, una planta en Redován, que iba a ser de biomasa, con una potencia de dos megavatios, y que ya contaba incluso con un punto de enganche autorizado. Sin embargo, la retirada de las primas a las renovables paralizó por completo el proyecto y los socios decidieron virar el modelo, tras el varapalo que sufrieron. Lejos de darse por vencidos, pusieron en marcha un plan de internacionalización para buscar clientes en el extranjero y reenfocaron la empresa desde la producción de energía con biomasa, a una orientación más centrada en acabar con el problema que suponen los residuos de todo tipo.

Castellano también redobló su apuesta por el proyecto y pudieron invertir más en investigación para aplicar la gasificación a todo tipo de materiales orgánicos y plásticos. Construyeron entonces una nueva planta piloto gracias a un acuerdo con Industrias Leblan, que les permitió llevar a los posibles clientes a conocer in situ la tecnología y darse a conocer entre los principales operadores del sector energético y de tratamiento de residuos. Fue así como contactó con ellos el Grupo Suez, que decidió auditar a varias compañías en busca de una solución para los lodos de las depuradoras. Los seleccionaron y, de su mano, ganaron una licitación en Chile, lo que llevó al grupo francés a tomar una participación en la firma, a través de un préstamo participativo que otorgó Vento, la sociedad de capital riesgo con la que Suez apoya proyectos de innovación.

El acuerdo incluía la puesta en marcha de una primera planta, que debía ser la referencia para el tratamiento de lodos, en El Prat de Llobregat. Todo se arruinó, de nuevo, con la llegada de Ada Colau a la Alcaldía de Barcelona, que anunció que quería recuperar para el consistorio la gestión del agua, lo que paralizó el proyecto. Pero los socios mantuvieron su apuesta y decidieron buscar más capital convencidos de que, tarde o temprano, tendrían éxito. «En la actualidad más del 60% de la fracción rechazo de cualquier planta de tratamiento de residuos se va al vertedero cuando la ley dice que en 2030 no podrá ser más de un 10%. Tarde o temprano, las empresas tendrán que buscar una solución como la nuestra», insiste Juan José Hernández, que recuerda, además, que las tasas de vertedero que abonan las compañías no dejan de crecer, lo que también eleva sus expectativas de negocio.

A pesar de esto, Suez declinó elevar su participación -el grupo acabaría saliendo del capital en julio de 2019, cuando Greene pudo devolverle el préstamo participativo- y, a través de un conocido, contactaron con Moira Capital. En el fondo liderado por Javier Loizaga lo vieron claro rápidamente, pero plantearon la necesidad de cambiar el modelo de negocio: de vender la tecnología a construir y operar las plantas. En concreto, su propuesta supone que Greene creará una sociedad para cada una de las plantas que levantará junto a las instalaciones de sus clientes, que le pagará un canon para que se haga cargo de sus residuos. Posteriormente, la sociedad también venderá a ese cliente la energía que produzca a un precio más asequible, de forma que éste verá reducida su factura por desprenderse de los residuos y también por el consumo de energía.

Un operario comprueba el circuito de gasificación. rafa arjones

Los residuos del covid

El cambio parece que ha convencido en el mercado, y la firma ya tiene ocho proyectos en cartera en la Comunidad, Murcia, País Vasco, Cataluña y Andalucía, según afirma su primer ejecutivo. La previsión era que este mismo año estuviera operativa la primera planta comercial de gasificación de Greene, aunque los retrasos que ha supuesto el covid-19 en la tramitación de los permisos y las licencias necesarias por parte de la Administración seguramente acabará posponiendo su inicio al próximo ejercicio, según reconoce el director comercial de la firma, Jesús Martínez. Eso sí, el ejecutivo señala que la pandemia ha hecho aún más necesarios proyectos como los que propone la firma ilicitana, ya que ha vuelto a disparar el consumo de plásticos de un solo uso. Otra consecuencia indeseada de la pandemia.

Así es el proceso de gasificación de los residuos

Para transformar cualquier residuo en gas de síntesis, el primer paso es la pirólisis, en el que se somete al material a elevadas temperaturas en ausencia total de oxígeno, lo que separa los compuestos orgánicos volátiles -todo aquello susceptible de crear un gas- y el resto se convierte en CHAR, una especie de carbón vegetal. El compuesto volátil va a la cámara de «cracking» y se produce la gasificación de estos compuestos, con lo que se obtiene una primera corriente de syngas o gas de síntesis. Por su parte, el CHAR se lleva a un reactor donde se inyecta vapor de agua y aire, lo que lleva también a la gasificación de este otro material. El resultado de ambos procesos se une en una sola corriente, que se somete a un proceso de limpieza y queda listo para su uso. Dependiendo del residuo que se utilice en el proceso, junto al gas también queda un porcentaje de cenizas variable. Por ejemplo, en el caso de los lodos puede ser del 30%, en la biomasa oscila entre el 0,5% y el 2% y en el caso de los plásticos no se genera nada de ceniza.  

En cuanto a las aplicaciones del gas de síntesis, este puede utilizarse para generar energía eléctrica, como combustible para calefacción, también se puede transformar en metanol para la industria química, o en gas metano renovable, que puede inyectarse directamente en los gaseoductos para su distribución. Así, la firma tiene un proyecto de colaboración con Naturgy para estudiar esta posibilidad. Por último, también puede convertirse en ceras para la industria química, por ejemplo, para la fabricación de velas.