Encabezo estas líneas con el slogan que presidió el último Congreso de la Abogacía celebrado en el mes de mayo de 2019 en Valladolid y en el que se trazaron los caminos por los que ha de transitar la transformación de la profesión en un mundo globalizado y en constante proceso de cambio.

Traigo aquí este evento porque los abogados y abogadas tenemos muy claro que nuestro trabajo se asoma a unos tiempos en los que la velocidad de cuanto sucede exige a la par una revis10n tecnológica y también mental, puesto que, siendo impor­ tante aprender, más lo es querer aprender.

Tenemos que acostumbrarnos a convivir con máquinas capaces de trabajar como seres humanos, y esto no es ciencia ficción y sí una realidad que va cobrando vida como una larva que se convierte en crisálida y al poco en mariposa ante nuestros atónitos ojos. Y ello cuando no hace nada tecleábamos pesados y voluminosos ordenadores pensando que el futuro ya había llegado.

Los profesionales del Derecho no podemos permanecer impasibles ante el tsunami que se avista en el horizonte y que está tocando tierra; debemos subirnos a la cresta de la ola o esta nos arrastrará inmisericorde­ mente. No hay que ver la tecnología como algo ajeno a la profesión porque ya es una nueva asignatura, un prometedor campo jurídico que habremos no solo de conocer, sino también explorar para aportar soluciones a los problemas que vayan surgiendo del uso de la inteligencia artificial. También generaremos valor con nuestro trabajo, al mismo tiempo que hemos de vigilar que el lado ético de los asuntos no sucumba ante las novedades.

La tecnología ha sido, es y será una herramienta más, no única, porque las soluciones que proponga la inteligen­ cia artificial habrán de conjugarse con aquellas que hayamos discurrido nosotros. La abogacía, como profesión intelectiva y creativa, no perderá su esencia ni su naturaleza en el envite, porque la mente humana siempre habrá de delimitar el trabajo que encargará a esa máquina que, sin ese impulso personal, no será capaz de resolver el problema por sí misma. No puede entenderse la solución de las contiendas sin escuchar al cliente, comprender lo que realmente es su pretensión, valorar sus reacciones, humanizar su problema ... actividades que exceden de la mera aportación de datos estadísticos al cerebro artificial.

La abogacía, tal como la vivimos y sentimos ahora, no solo sobrevivirá sino que lo hará con más garantías con la utilización de la inteligencia artifi­ cial, y ello sin renunciar a la llamémos­ le artesanía. Los algoritmos no nos sustituirán, sino que nos facilitarán las tareas más arduas, aquellas que precisan ahora un tiempo del que carecemos. No hay marcha atrás.

Los juristas somos imprescindibles en el nuevo mundo que ya ha llegado porque no cabe olvidar que es preciso generar un nuevo marco normativo para este tipo de inteligencia, para sus aplicaciones y sus efectos. No es la ley del todo vale, habrá que analizar que los derechos individuales y colectivos sean respetados y que la ética prevalezca. La justicia precisa de seres humanos para serlo realmente y no convertirse en una mera introductora de probabilidades en una máquina de la verdad. El valor seguirá estando en las personas. Hay que ver la inteligencia artificial como una aliada.

Tanto es el interés de esta profesión por la inteligencia artificial que recien­ temente el Consejo General de la Abogacía Española ha elaborado un informe, que será llevado a debate a todos los Colegios de España, titulado: "Abogacía Futura. El mercado de servi­ cios legales del futuro", y para ello ha contado con la colaboración de una empresa externa como Braintrust.

Detalla el informe cómo los despachos ya están implantando la inteligencia artificial en sus procesos, citando firmas que han desarrollado chatbots y los han incorporado a su quehacer diario, respondiendo la máquina a las consultas de menor valor añadido y permitiéndoles con ello contar con un horario ampliado e, incluso, se cita la creación, en este tiempo que nos ha tocado vivir, de un robot ERTE para la primera consulta de los afectados.

Hoy en día ya hablamos con habitualidad de conceptos como chatbots, drones, coches autónomos, robótica, realidad virtual, ciberseguridad, prueba digita, big data,... cuando no hace mucho esto era impensable. Como dice Arianna Akhgar: "Los datos son el oro del S. XXI".

Pensemos que la inteligencia artificial democratizará la profesión porque su implantación no ha de ser patrimonio exclusivo de los grandes despachos; también los despachos pequeños pueden contratar estas herramientas con proveedores externos e incorporar­ las a sus esquemas de trabajo sin tener que desarrollarlas y sin afrontar el eleva­ do coste que esto supone, permitiéndo­ les competir en el mercado de servicios legales al poder disponer todos los bufetes de las mismas "armas" y, así, incluso, acceder a asuntos que antes eran muy complicados para ellos.

Razón tiene el citado informe cuando habla de ese sentirse sobrepasado y, al tiempo, de adelantarse a los aconteci­ mientos. Parece una paradoja, pero es una profecía: "Existe la sensación generalizada de que el vertiginoso ritmo al que evoluciona la tecnología apenas deja respiro a los profesionales para ponerse al día. Pero, siendo en sí mismo un reto, el problema es que asumir las novedades y adaptarse a ellas conforme van llegando empieza a no ser suficiente; el objetivo ineludible es anticiparse a lo que sucederá en los próximos años".

Concluyo estas líneas con una cita leída recientemente: "Hay que transformar la amenaza en una ventaja".

En eso estamos. Y todos los esfuerzos por estudiar y desarrollar el derecho digital como pretende CENID han de ser bienvenidos.