Un año para olvidar. Así está resultando este 2022 para la agricultura de la provincia de Alicante. No en vano, se trata de la peor campaña que se recuerda, con pérdidas que en su conjunto superan los 200 millones de euros. Cuestiones como las adversidades meteorológicas propiciadas por el cambio climático, el aumento de los costes y la competencia de terceros países, en muchas ocasiones de carácter desleal, han puesto al sector contra las cuerdas, toda vez que prácticamente todos los productos han resultado de una manera u otra damnificados. El alcance de la catástrofe es tal que los agricultores se enfrentan a un futuro más incierto que nunca y muchos de ellos están planteándose seriamente arrojar la toalla. Reclaman mejores precios que sirvan para otorgar un mínimo de rentabilidad a los cultivos, al tiempo que se plantean la introducción de nuevas variedades hortofrutícolas que sean más resistentes a las condiciones cada vez más extremas del clima.

Los cítricos, también por ser uno de los cultivos más extendidos, sobre todo en la comarca de la Vega Baja, son los que acaparan la mayor parte de las pérdidas. El descalabro en la primera mitad de la campaña vino de la mano de la entrada masiva de fruta de Sudáfrica, provocando una saturación de los mercados que redujo a mínimos las operaciones de compra de los cítricos locales y, además, trajo consigo un enorme desplome de los precios. El resultado fueron unas pérdidas cercanas a los 100 millones de euros.

Pero la cosa no quedó ahí, toda vez que en la segunda parte de la campaña, justo cuando el sector esperaba recuperarse de un inicio tan nefasto, estalló la guerra de Ucrania con unas consecuencias también devastadoras. El conflicto bélico paralizó las exportaciones a los países del Este y eso, a su vez, propició que sus principales proveedores, como son Turquía, Egipto, Israel y Marruecos, desviaran sus mercancías hacia el resto del mercado europeo. La consecuencia fue que el 70% de las naranjas y el 20% de las mandarinas alicantinas de este segundo ciclo de campaña se quedaran sin recolectar ante la imposibilidad de comercializarlas, propiciando nuevas pérdidas, en este caso de 40 millones de euros.

Otro de los grandes damnificados va a ser el cultivo de la aceituna. La combinación de adversidades meteorológicas durante el primer semestre de este año es la causa de un descenso de producción que en la provincia de Alicante se calcula en un 68%. Las lluvias y humedades de la primavera, sobre todo en abril, y las elevadas temperaturas de mayo, provocaron masivas defoliaciones por hongos en los árboles, con consecuencias terribles. A ello hay que sumar las heladas, el frío y las precipitaciones persistentes en la época de floración, que repercutieron en el cuajado y la consiguiente merma de cosecha. Se estima que las pérdidas se situarán alrededor de los 22 millones.

La cereza, por su parte, es otro de los cultivos que viene enlazando una campaña catastrófica tras otra. El principal enemigo de esta fruta, localizada en las comarcas de la Marina Alta, El Comtat, l’Alcoià y el Alto Vinalopó, es la lluvia, y este ejercicio ha estado presente durante todo el ciclo. Primero fue en la época de floración, con 20 días consecutivos de precipitaciones, lo que afectó directamente a la polinización al impedir la acción de las abejas y apelmazó a las pocas flores que habían nacido. Las cerezas que lograron escapar de este primer temporal sucumbieron después en otra semana de lluvias y granizo, que dejó la cosecha reducida a la mínima expresión. Las consecuencias económicas fueron más que notables, con una reducción de ingresos de unos siete millones de euros.

También las lluvias dañaron la cosecha de nísperos en la Marina Baixa, así como las de melocotones, albaricoques y ciruelos en distintos puntos de la provincia, por un importe de 11 millones.

En lo que respecta a las hortalizas de invierno, los productores se quedaron al borde de las pérdidas debido a los ajustados precios que se pagaban en un contexto de inflación en el que han aumentado de forma exponencial los costes de fertilizantes, productos fitosanitarios y la energía.

Pero la cosa no queda ahí. Los cultivos que inician justo ahora la recolección también se enfrentan a campañas muy negativas. Juan Pastor, productor de almendras y representante de la Unió, señala que las elevadas temperaturas han agudizado la plaga del tigre, lo que unido a la sequía, pone en riesgo incluso la supervivencia de una parte del arbolado. A ello hay que añadir la bacteria de la Xylella, que está causado estragos en El Comtat, l’Alcoià y la Marina Alta. La cosecha se reducirá un 40%, ocasionando pérdidas de siete millones.

Por su parte, Pedro Valero, portavoz de Asaja en el Camp d’Elx, explica que la cosecha de higos de este año quedará reducida a la mitad debido a que gran parte de la producción no ha alcanzado el calibre adecuado «y no merece la pena ni siquiera proceder a la recolección», enfatiza. También hay pérdidas de cuatro millones en cereales y girasoles por el fuerte calor en el conjunto de la provincia.

Esta sucesión de desgracias ha puesto al sector agrícola al límite. El presidente de Asaja Alicante, José Vicente Andreu, destaca la necesidad de «adecuar los costes de producción y conseguir que la ley de la cadena alimentaria se cumpla, de manera que los agricultores reciban unos precios justos y no tengan que vender por debajo de coste, como está sucediendo en la actualidad». También reclama a la Unión Europea que exija las mismas condiciones a los productos que llegan de Marruecos, Sudáfrica y Turquía que a los que se cultivan en territorio comunitario. «A nosotros -destaca- nos piden unas condiciones ambientales y de uso de productos que no se les reclaman a los demás, por lo que compiten con precios más bajos».

En parecidos términos se expresa Carles Peris, secretario general de La Unió, quien no duda a la hora de señalar que «la gente está más desanimada que nunca. Es urgente que los agricultores reciban unos precios justos por su trabajo, y también hay que trabajar en la introducción de variedades que sean más resistentes a lo que está ocurriendo con el cambio climático, aunque es complicado».

Un futuro amenazado por los recortes en el trasvase

Si no fuese suficiente lo que está ocurriendo con las adversidades meteorológicas, los costes disparados y unos precios de los productos agrícolas que andan por los suelos, los recortes que se anuncian en el caudal del trasvase Tajo-Segura añaden todavía más incertidumbre al futuro del sector en la provincia de Alicante. Y todo ello, además, en un contexto en el que los precios del agua para el riego se han duplicado como consecuencia del encarecimiento de la energía.

El presidente de Asaja Alicante, José Vicente Andreu, no duda a la hora de acusar al Gobierno de ejercer la «demagogia, influenciado por las ideologías ecologistas». Según sus palabras, «estamos viendo cómo las grandes empresas eléctricas están vaciando los embalses para producir energía y obtener ganancias desorbitadas sin que nadie diga nada, y al mismo tiempo se acusa a la agricultura de estar secando España. Es un verdadero sinsentido».

El representante de la organización agraria señala que los recortes en el trasvase tendrán una incidencia muy negativa sobre todo para los campos del sur de la provincia, y considera que el agua desalada no es una alternativa.

Se trata de una opinión que también comparte Luis Gómez, consejero delegado del mayorista La Redonda de los Huertos, de Orihuela, quien señala que los elevados precios de este caudal harían inviable el cultivo y la comercialización de los productos agrarios. Según sus palabras, el agua desalada podría utilizarse en caso de emergencia para algún riego excepcional, pero nunca como principal alternativa. «No podríamos competir, de ninguna manera, con productos foráneos como los de Argelia, Marruecos o Sudáfrica, pero tampoco con los de nuestro propio país», alerta.

Mientras tanto, advierte José Vicente Andreu, el precio del agua ya se ha disparado como consecuencia del incremento del coste de la energía. «En estos momentos -enfatiza- se está pagando a 40 y 60 céntimos el metro cúbico, lo que supone el doble de lo que se abonaba el año pasado. Eso, evidentemente, repercute en la rentabilidad, hasta el punto que muchos agricultores pueden dejar de regar».