Consumo responsable: una definición abreviada sería la forma de consumir consciente y crítica, empleando eficientemente nuestros recursos económicos de forma racional, y respetando nuestro planeta. Esta forma de actuar no sólo es positiva para nosotros, sino que muestra el camino de los más jóvenes. Con nuestro ejemplo, transmitimos los valores del consumo responsable. Estamos viviendo la etapa de la transformación digital, con un bombardeo publicitario insaciable, por lo que reprimir los impulsos de compra es cada vez más complicado. Nos manejan hacia un consumo inconsciente, inmediato y, en muchas ocasiones, innecesario. Si a los más pequeños les premiamos con objetos materiales a cada acción, también les hacemos participes de ese consumo irresponsable. No significa que no puedas darte un capricho, ni si el precio del artículo es caro o barato (eso entraría en la capacidad económica de cada familia), sino de hacerlo pensando en cuanto de necesario es.

Antes de comprar un capricho debemos tener clara nuestra necesidad. Si voy a cambiar el móvil, tendré que saber que características determinadas me van a hacer falta para mi uso diario (cámara de calidad porque quiero hacer buenas fotos, amplia memoria, durabilidad de la batería…). Una vez lo tenga claro, ver qué haré con el móvil actual: si no funciona responsabilizarme de que se recicle y, si funciona, podría donarlo a alguien sin recursos. Debemos reflexionar en cómo gastamos nuestro dinero (es tan sencillo como analizar un extracto de la tarjeta de crédito). Es necesario tomarnos esa pausa, porque nuestra forma de comprar, desgraciadamente, afecta al planeta. Nuestros parámetros de consumo influyen en la sostenibilidad del mundo en el que vivimos. Tenemos herramientas para ayudar a mejorar la salud de nuestro entorno. Si al realizar una compra online puedo esperar a que el envío se produzca en varios días en lugar de urgente (para que la compañía de transporte pueda unificar pedidos en un solo viaje), no comprar artículos que luego no voy a usar, desplazarme en bicicleta, evitar comprar en países que no respetan el medio ambiente, etcétera. Son pequeños gestos que determinan la eficiencia con la que consumimos nuestros recursos (económicos y naturales). Entre todos, tenemos que ser capaces, al menos, de dejar el planeta como lo encontramos. Por nosotros y por las generaciones venideras.

En ocasiones es difícil realizar un consumo sostenible. Seguro que a muchos de nosotros nos encantaría tener un coche eléctrico porque contaminaría menos, pero, evidentemente, no es apto para todos los bolsillos. En cambio sí que podemos reducir el impacto que realizamos en el medio ambiente utilizando más transporte público, patinetes eléctricos, caminar, etcétera. Hace ya unos cuantos años estuve viviendo en una ciudad holandesa. En ese país el uso de las bicicletas es extensivo a toda la población. Es común ver desde el niño más pequeño hasta el adulto más longevo desplazarse en bicicleta. Parece una forma inteligente de funcionar, revierte en la salud, el bolsillo y el medio ambiente. Lógicamente, ese país está preparado para ello, con sus semáforos, carriles independientes y una educación vial que pasa de generación en generación. Hay cosas, como las infraestructuras, que no podemos cambiar de un día a otro, pero sí que podemos incorporar pequeños gestos a nuestros estilos de vida.

¿Cómo nos afecta el consumo compulsivo a nuestra salud? Hace un tiempo que sigo con atención la tasa de obesidad infantil que se publica de nuestro país, donde aproximadamente cuatro de cada diez niños la sufren. Lo que me lleva a pensar que sus progenitores es probable que también la padezcan. Evidentemente, los organismos públicos siempre pueden hacer más por formar de base a la población, pero lo que sí está en nuestra mano es alimentarnos mejor. Principalmente por nosotros, el evitar la sobrealimentación revierte directamente en nuestra salud. De forma indirecta, ayuda a tener un planeta más sostenible, y también nos permite distribuir más eficiente nuestros recursos (menor gasto). Como ejemplo vemos que producir un kilo de carne es mucho más costoso y dañino para el medio ambiente que producir un kilo de vegetales y verduras. Estos últimos son, a su vez, muy beneficiosos para nuestro organismo. Es decir, debemos consumir alimentos de forma sostenible.

Hasta la manera de tirar los desechos influye: si en mi casa tengo una basura para plástico, otra para orgánico, vidrio y otra para papel es lógico pensar que por inercia colocaré cada elemento en su lugar y, si hay peques en casa, ellos también lo harán. Pero a veces es más fácil decir que no reciclas porque has oído que luego va todo va a la basura común, que estos políticos no han invertido en plantas de reciclaje… Considero que los valores de un consumo responsable pasan por lo que uno mismo puede hacer. Objetivos de un desarrollo sostenible son energía asequible y no contaminante, fin de la pobreza, agua limpia para todos, producción y consumo responsables… Son algunos de los fines que persiguen las instituciones y nosotros debemos hacernos partícipes con nuestro comportamiento diario. Si a nuestra forma de gastar vamos incorporando pequeños gestos de consumo responsable, no solo nos beneficiará a nosotros y educará a las generaciones venideras, sino que lo haremos desde el respeto hacia el medio ambiente.