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Vida en pareja, ¿cuentas a medias?

En el artículo de hoy daré mi particular visión de cómo afrontar la economía familiar en pareja

Amor propio

Supongamos una pareja que inicia una relación y al tiempo ellos deciden vivir juntos. Si deciden alquilar y ambos trabajan, la ecuación es sencilla: cuenta común y cada uno transfiere la misma cantidad para afrontar los gastos (alquiler, comida y suministros). ¿Qué pasa si uno de los dos deja de trabajar? Tiendo a pensar que habría un apoyo moral y económico. Por lo tanto, el trabajador en activo asumiría los gastos comunes. Al ser una vivienda alquilada, si en algún momento no son capaces de asumir los costes, podrán rescindir el contrato y volver a la casilla de salida (requisitos legales aparte).

Después de un tiempo de convivencia, la pareja está consolidada y piensan que es el momento de comprar una casa. En primer lugar, si uno de los dos aporta más capital a la compra (bien porque tenía más importe ahorrado, por una donación familiar, etcétera), debería adquirir el inmueble en el porcentaje que corresponda. No es coherente que la propiedad se divida al 50% cuando alguien ha asumido mayor inversión. Debemos recordar que sobre el precio de compraventa del piso, existen otros gastos como impuestos, gestoría, comisiones, reforma … Costes que se acaban diluyendo y deberían tenerse en cuenta como precio total a la hora de definir los porcentajes de cada uno.

En segundo lugar, debemos recordar que una vivienda es indivisible. En caso de separación, no podremos partirla por la mitad y repartir. Tendríamos que vender y, como ya comenté en el artículo del pasado 31 de enero, el mercado inmobiliario es cambiante e ilíquido. Habría que valorar en qué escenario económico nos encontramos para conocer si vamos a poder vender con beneficios, pérdidas o por el precio de compra. Otra opción es que uno de los dos decida quedarse la vivienda. Tendrá que analizar si económicamente es viable asumir ese coste y, luego, hablar con la entidad financiera (lo habitual es que tenga una deuda hipotecaria). Si ambos aportaron lo mismo, tendría que abonar el 50% del precio (a este habría que restar la deuda hipotecaria si la hubiere). En caso contrario, habría que vender la vivienda (con pérdida o beneficio). No tiene sentido aferrarse a algo que nos va a mantener al borde del abismo todos los meses. En uno u otro caso, si conseguimos pactar estos escenarios de antemano (momento de la compra), evitaremos desacuerdos futuros. Es decir, acordamos que, si nos separamos, el precio de venta lo dictaminará una tasación efectuada por un experto independiente (así podrá valorar el precio de la vivienda sin suspicacias de uno hacia el otro). Otro problema que puede surgir es que, aun habiendo acuerdo, el banco no quiera perder garantías y el saliente siga figurando como titular del préstamo. Este último aspecto puede generar problemas futuros para el saliente porque tendría comprometida su capacidad de endeudamiento cuando quiera solicitar otro préstamo, por lo que es conveniente solucionarlo con nuestro banco. Si el banco no nos aporta solución, podemos solicitar un nuevo préstamo hipotecario en otra entidad para cancelar la deuda que recaía sobre ambos. Todo se centra en valorar si la parte que quiere comprar puede asumir el coste de la compra.

Viendo la cantidad de problemas que se generan cuando decidimos comprar un piso en común, debo indicar que, bajo mi punto de vista, la situación ideal es la compra de un inmueble por uno mismo. De esta manera, evitaremos que, ante una situación de separación, tengamos complicaciones económicas. Si hemos tenido la capacidad suficiente, el titular deberá asumir los costes inherentes al mantenimiento de la vivienda (cuota hipotecaria, comunidad, derramas, reparaciones, etcétera) y tener en común los gastos como agua, luz, gas y comida. Si el titular decide cobrar un alquiler a su pareja, éste último debería transferir el importe pactado en concepto de alquiler.

En ocasiones, ambos acuerdan que uno deje de trabajar para ocuparse de la casa. Desde mi punto de vista, es un error. Cuando la pareja se rompe, ambos tienen que superar sentimentalmente la ruptura, pero uno, además, no tiene ingresos. Y no podemos obviar que en España se vive muy bien, pero el mercado laboral no pasa por su mejor momento.

¿Qué sucede si tenemos niños? Como pueden imaginar, la situación se sigue complicando. Ya no podemos vender la vivienda sin más porque unos no deben pagar por los problemas de otros. Si al final uno de los progenitores se queda en la vivienda con la custodia, el saliente deberá seguir pagando el 50% de la hipoteca más la manutención. A esa situación se suma que tendrá que asumir los costes de una vivienda (en régimen de compra o alquiler). Es decir, no sólo tienes que pasar por el golpe anímico sino que la situación económica pasar a ser otra preocupación importante.

No pretendo disuadir a nadie en la compra de un inmueble, pero entiendo que debe hacerse dentro de nuestras posibilidades económicas, y eso incluye el pagar la hipoteca y poder ahorrar. Si llega un momento crítico, ambos tendrán alternativas para seguir avanzando en sus caminos sin que la nueva situación suponga un dolor de cabeza para los próximos años.

Hasta ahora, lo único que he trasladado son los contras que pueden surgir en un momento de la ruptura. Los pros serían que la estabilidad de la pareja se mantuviera en el tiempo para que los gastos compartidos nos hicieran la vida más fácil.

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