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El sistema tributario de nuestros nietos

El sistema tribUtariO de nuesTroS nietos

En su tercera visita a España, invitado por el Duque de Alba, ministro en ese momento, Keynes dio una famosa conferencia en la Residencia de Estudiantes. Era junio de 1930 y en plena crisis económica mundial, el economista británico se granjeó algunas críticas en los medios al defender, en contra de la opinión generalizada, la devaluación de la peseta. Para la conferencia, que tuvo mucho revuelo, ordenó algunos papeles previos y puso un título que se ha hecho famoso: «Las posibilidades económicas de nuestros nietos». Como homenaje a ese ejercicio de prospectiva, quiero echar una mirada a nuestro sistema fiscal actual, pero desde la óptica de nuestros nietos. Esto es, más allá de 2050, pero no mucho.

Hace escasos días, y antes del reajuste del Gobierno, el presidente Sánchez aparcó la reforma fiscal prometida, como pronto, a los Presupuestos de 2023, si no a la próxima legislatura. Entendemos, no obstante, que ello no paraliza las tareas del grupo de expertos nombrados en abril por la ministra Montero para que elaboraran un Libro Blanco con un análisis y propuestas sobre un sistema fiscal para el siglo XXI. Y es que nuestro sistema tributario como, en general, el conjunto de nuestra política económica, sigue prisionero de los conceptos keynesianos que se popularizaron hace, casi, un siglo, en otro contexto político y económico muy distinto al de hoy. Conviene, pues, revisitarlos como, sin duda, haría el mismo Keynes si viviera.

Que la renta es igual al consumo más el ahorro es una tautología que ha dado mucho juego a los economistas. A partir de ella, los sistemas fiscales que fueron «modernos» en la primera mitad del siglo pasado, y a los que España se incorporó a partir de la democracia, establecían tres puntos de tributación principales: la renta (proviniera del trabajo o del capital), el consumo (donde el IVA se impuso en Europa) y el ahorro, propio o heredado, acumulado en forma de riqueza. Es curioso que aquellos que dicen que hacer tributar al ahorro es una «doble tributación» porque las rentas ahorradas ya han pagado IRPF no extiendan ese razonamiento a la tributación sobre el consumo, cuyo impacto sobre el conjunto de la actividad económica es igual o mayor que el del ahorro. Si, como dice nuestra Constitución, se debe contribuir en función de la «capacidad de pago» es evidente que esta depende no solo de la renta anual, sino también de la riqueza, aspecto sobre el que se está centrando lo principal de la desigualdad.

Este modelo tributario que ahora podemos llamar «clásico» se fundamenta en tres principios democráticos esenciales que son, precisamente, los que han saltado por los aires en las últimas décadas: supone un Estado nación capaz de controlar todas las bases imponibles; incorpora la progresividad como criterio de justicia y da por supuesta la equidad horizontal entre contribuyentes en la misma situación personal o familiar. Veámoslo por partes.

La libertad de movimientos internacionales de capitales, unida a la globalización de las actividades económicas, tuvo tres impactos en el sistema tributario: amplió el espacio de los paraísos fiscales (fraude), introdujo la competencia tributaria entre países para atraer inversiones (elusión legal) y forzó a romper en dos el impuesto sobre la renta al diferenciar entre rentas del trabajo (sedentarias) y rentas del capital (nómadas) con tipos más bajos. Forzados por la evidencia de que los capitales podían salir libremente del país, se introdujo una desigualdad entre contribuyentes injusta: dos personas, que ganan lo mismo y tienen la misma circunstancia familiar, pero uno lo gana trabajando y el otro de rentas heredadas, no solo no pagan lo mismo a la hacienda pública, sino que contribuye más quien trabaja que el rentista, en contra de toda nuestra filosofía social en favor del esfuerzo personal.

Trasladado este razonamiento a las sociedades, nos encontramos con el conocido fenómeno de que las grandes empresas internacionales (nómadas) practican una sofisticada ingeniería fiscal que les permite pagar muchos menos impuestos que las sociedades que no salen del ámbito nacional (sedentarios). El reciente acuerdo del G-20 sobre una tributación mínima mundial en el impuesto de sociedades es un primer paso para cerrar un poco este importante agujero en la lógica del sistema fiscal.

Por otro lado, cuando, como ocurre en España, hay muchos más ricos que contribuyentes en los tramos elevados del IRPF, solo se puede concluir que los ricos no pagan IRPF porque suelen adoptar la forma jurídica de sociedades que tiene una menor tributación. Con ello, se pone en cuestión todo el principio de progresividad del sistema. Además, si el impuesto sobre el consumo está plagado de excepciones, bonificaciones y tipos reducidos, la eficacia global del sistema tributario es tan cuestionable como su justicia y su equidad.

El modelo tributario basado en una concepción keynesiana de la economía nacional ha sido sometido a tantos parches, agujeros, rotos, giros y torceduras que, tal vez, nuestros nietos hagan bien en fundamentar un modelo fiscal más ajustado a la (nueva) economía del dato, el algoritmo, la inteligencia artificial, los intangibles y la mundialización, porque las fuentes de generación de riqueza y los mecanismos de su distribución están cambiando mucho respecto a la vieja economía industrial del siglo XX.

Valgan cinco datos como ejemplo de los vectores que están moviendo ya hoy la economía hacia un modelo muy diferente al del pasado: una de las empresas emblemáticas de la nueva economía basada en el uso del algoritmo, Amazon, tiene un valor de capitalización superior al PIB de España. La mayor empresa del mundo en alquiler de coches con conductor ni tiene coches propios ni conductores en nómina. La mitad de todo el valor de capitalización bursátil de las diez mayores empresas del mundo son intangibles. El peso económico de los siete países más industrializados del mundo se ha reducido a la mitad ante el empuje sostenido de nuevas potencias entre las que sobresale China. Por último, los algoritmos permiten que la oferta y la demanda se crucen en muchos puntos, solo uno de los cuales es el precio y no siempre el más importante.

En esa nueva economía, donde la desigualdad social de renta y riqueza puede ser un mal endémico, con todas sus implicaciones políticas como el auge de populismos autocráticos, el sistema fiscal basculará desde lo nómada hacia lo sedentario; desde las personas, hacia las cosas, desde la renta, hacia la riqueza y desde lo material, hacia lo inmaterial. Para nuestros nietos, los impuestos seguirán siendo el precio a pagar por vivir en una sociedad civilizada. Pero los hechos imponibles, las bases y las tarifas, se definirán de manera muy diferente a la actual. La nueva economía del dato, del algoritmo, de lo nómada y de la inteligencia artificial no cabe en nuestros conceptos tributarios actuales. Esa, será una verdadera reforma fiscal. El resto, parches.

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