Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

En concreto

Criterios ASG para empresas

Criterios ASG para empresas

Tres hitos personales han confluido esta semana llevándome a las reflexiones que comparto en esta columna: por una parte, he sido el orador de una interesante reunión del Consejo Asesor del Club de la Excelencia en la Gestión, al que me he incorporado. Además, he participado en la presentación en LLYC del último libro de Antón Costas y Xosé Carlos Arias y, por último, he sido nombrado por el Consejo de Duro Felguera como presidente de la nueva comisión de sostenibilidad. En los tres casos, he defendido que tanto una gestión empresarial moderna como el propio concepto de sostenibilidad sólo se pueden interpretar hoy en día, bajo los criterios conocidos por el acrónimo ASG (ESG en inglés): Ambiental, Social y Gobernanza.

Que las empresas (en general, todas las instituciones) organicen su actividad bajo dichos criterios refleja una de las revoluciones más trascendentes ocurridas en los últimos tiempos: la legitimidad social de las empresas no se consigue buscando, sólo, el principio de maximizar el beneficio para sus dueños, como decían los viejos manuales. En la sociedad actual, también este es un asunto que ha ganado en complejidad y, por tanto, debe indagar en otros caladeros.

La idea es muy sencilla: que una empresa gane suficiente dinero (no maximizar) para sus dueños (accionistas) es necesario por dos razones: permite su continuidad y es una prueba de que se hacen bien las cosas. Pero una empresa tiene una responsabilidad social que va más allá de esto: su actividad tiene un impacto sobre el medio ambiente y el calentamiento del planeta, como la tiene, también, sobre otros grupos de interés: trabajadores, proveedores, clientes, financiadores y la comunidad sobre la que se asienta.

Una empresa no es una entidad cerrada sobre sus accionistas que sólo busca su propio interés de manera egoísta, sino que se desenvuelve en un mundo más amplio de intereses con el que sus interacciones deben de ser conscientes, guiadas por un propósito explícito, público y medible. Ese es el origen de los criterios ASG, que evolucionan a partir de la llamada Responsabilidad Social Corporativa (RSC) o los compromisos de sostenibilidad medioambiental, hasta ser vistos como oportunidad para reorientar, de manera medible y comparable, la gestión empresarial en un contexto en el que los cambios globales ocurridos o en marcha han colocado a las empresas ante nuevas exigencias y oportunidades.

Esta evolución desde la búsqueda del beneficio para sus accionistas hacia conseguir el mayor valor compartido está alentado por los tres vectores que están revolucionando el mundo: la globalización, que al dejar a las empresas internacionales fuera del control de los gobiernos nacionales y sin esquemas claros de gobernanza mundial obliga a la propia empresa a establecer el propósito que guía su acción, no sólo en los países avanzados, sino también en los menos avanzados, en general, más vacíos de regulación exigente.

La lucha contra el cambio climático se ha convertido en una necesidad urgente cuyas exigencias van más allá de los compromisos adquiridos por los gobiernos para extenderse a las empresas y a los mismos ciudadanos. Nadie puede sentirse ajeno al desafío ambiental y todos debemos cambiar nuestras costumbres para incluir entre ellas la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, la eficiencia energética o el uso racional del agua, como bien básico escaso. Por último, la digitalización, y, en especial, la Inteligencia Artificial, rompe esquemas consolidados en asuntos como la propiedad, la privacidad, el empleo y las capacitaciones de los trabajadores, apelando a nuevas respuestas compartidas por gobiernos y agentes sociales, incluyendo, claro está, a las empresas.

Todo lo anterior ha reducido el margen de actuación de los gobiernos nacionales ante fuerzas que actúan a escala global y reduce, también, el espacio de la política partidista como instrumento de mediación y de arbitraje social en sistemas democráticos. Los gobiernos nacionales «pueden» cada vez menos cosas, eso genera desprotección sobre los colectivos vulnerables de la sociedad que empiezan a desconfiar de la política y ello provoca dos consecuencias: el auge de los populismos y la polarización partidista que transforma al adversario en enemigo. Los partidos, al convertirse en incitadores de la radicalización con sus actuaciones y discursos, hacen inviable cualquier posibilidad de acuerdos transversales o consensos amplios como los que son necesarios para abordar los grandes retos actuales.

Las empresas, en este nuevo mundo, tienen una gran oportunidad para legitimarse de manera diferente a la habitual hasta ahora, sobre todo, en el caso de aquellas empresas que actúan a una escala global, multipaís: tienen la posibilidad y la responsabilidad de buscar la generación de valor global, compartido entre el conjunto de sus stakeholders. Esto exige actuar en tres pasos:

Establecer como propósito la búsqueda de valor social como guía para la acción, de manera adecuada a su oferta productiva, como rasgo propio, creador de reputación, siendo lo que dirige su actuación en todos los lugares y países en los que opera.

Definir a los stakeholders que confluyen y permiten la actividad de la empresa (accionistas, trabajadores, clientes, proveedores, financiadores y comunidad donde se ubican) y ordenar las relaciones con ellos.

Fijar compromisos concretos, medibles y públicos, a través de los que se conoce como criterios ASG: Ambientales, Sociales y de Gobernanza, que deberán ser debidamente valorados por un organismo independiente.

Implantar un propósito empresarial que sea conocido y compartido, así como adecuar la actuación al cumplimiento de los criterios ASG, es lo que va a definir a aquellas empresas que no sólo sobrevivirán a los cambios, sino que se verán fortalecidas por los mismos.

Desde una perspectiva sistémica más amplia, coincide con la brújula que definen los profesores Costas y Arias para moverse en los actuales laberintos de prosperidad y que consta de tres pilares: políticas distributivas en la fase de la producción, lo que exige una reforma de la empresa en el sentido arriba indicado; renovado impulso a la igualdad de oportunidades, especialmente en el ámbito educativo; y un tercer pilar basado en nuevas políticas redistributivas y la mejora en la eficacia de las existentes. Los tres pilares forman parte de un nuevo contrato social capaz de hace frente a la desigualdad en el marco de un capitalismo inclusivo que requiere una nueva empresa y un nuevo estado, actuando de manera conjunta para hacer frente a los importantes retos comunes. Es la manera que tenemos muchos de pedirles a todos ustedes que, por favor, sí miren arriba. Nos irá mejor. Porque ni hay planeta b, ni la historia tiene marcha atrás con segundas oportunidades.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats