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Es la productividad, estúpido

Es la productividad, estúpido

Camino de las elecciones presidenciales de 1992, en el equipo de campaña de Bill Clinton se acuñó el slogan «Es la economía, estúpido» para asegurarse de que todos los asesores y activistas, e incluso el propio candidato, centraban sus mensajes en los aspectos económicos, evitando desperdiciar esfuerzos en tratar otros temas que, de acuerdo con el criterio de los directores de la campaña (se atribuye a James Carville la autoría de la expresión), resultaban mucho menos relevantes para los electores. Desde entonces, se suele recurrir a este eslogan para poner de manifiesto la importancia de los elementos económicos en los análisis políticos.

es la productividad, estúpido

En España, asistimos frecuentemente a debates sobre el nivel de los salarios o la conveniencia de alargar o recortar la jornada laboral, que casi siempre vienen acompañados por argumentos que aluden a la necesidad de mejorar la distribución de la renta, asegurar un nivel de vida digno a los trabajadores, mejorar la competitividad o buscar un equilibrio más adecuado entre el tiempo dedicado al trabajo y al ocio. Sin embargo, en mi opinión, no se suele otorgar la relevancia que merece a la cuestión que es realmente importante: la productividad del trabajo, es decir, el valor de lo producido por hora de trabajo (o por persona ocupada, cuando no disponemos de información de las horas trabajadas). Esta variable, que depende de múltiples factores, como la disponibilidad de otros factores de producción, la tecnología empleada, la formación y la habilidad de los trabajadores, la capacidad de gestión de los empresarios, o el impulso de la innovación, es el principal determinante de los salarios. A largo plazo, alcanzar una productividad elevada tiende a ser una condición necesaria (aunque no suficiente) para que los salarios también puedan serlo, es fundamental para lograr ganancias de competitividad duraderas (se trata de producir más y mejor con los mismos recursos), y resulta esencial para abordar cualquier debate entre el tiempo de trabajo y de ocio: con una productividad reducida y salarios consecuentemente bajos, la única posibilidad de acceder a un mayor nivel de renta es trabajar más horas, y no menos (de la misma manera que trabajar más horas no te hace más competitivo si cada hora de trabajo no genera más valor).

A lo largo de la pasada década, la comparación entre la productividad de la economía española y la media de la UE arroja un saldo negativo para España: si en 2010 nuestra productividad era ligeramente superior a la media, acabamos el decenio un poco por debajo de la misma. Además, las diferencias se agrandan si comparamos los datos de España con los de Francia, Alemania, Italia, Suecia, Finlandia o Austria, cuyas productividades se sitúan por encima de la media de la UE (aunque algunos de estos países también han perdido posiciones respecto a dicha media).

En el gráfico adjunto a este texto mostramos la evolución de la productividad del trabajo en España, la Comunitat Valenciana y las tres provincias que la integran a lo largo de los últimos años (los datos se presentan en términos nominales, pero, dado que las diferencias de inflación entre los diferentes ámbitos geográficos han sido pequeñas durante el período representado, el gráfico apenas cambiaría si se utilizasen datos reales). En él apreciamos que la productividad de la economía valenciana, que ya en 2008 era un 10,5% más baja que la media de España, acaba el período un 12,1% por debajo de la misma, mientras que la productividad de la economía alicantina, aún más reducida que la media de la Comunitat, pasa de ser inferior a la media de España en un 16,7%, a situarse casi un 23% por debajo. Por tanto, en términos de productividad, Alicante no sólo ha perdido posiciones respecto al resto de la Comunitat, sino también respecto a la media de España (que, como hemos dicho, ha retrocedido respecto a la media de la UE).

¿Qué puede estar provocando que la productividad de la economía alicantina sea tan baja? Hay, por supuesto, un «efecto composición»: en nuestra provincia tienen más peso sectores de menor productividad, como el comercio, las manufacturas tradicionales o la hostelería. Estos sectores son, en general, intensivos en mano de obra poco cualificada, de modo que tienen la capacidad de generar mucho empleo (en relación con el volumen de producción), pero se trata de puestos de trabajo de reducida productividad y bajos salarios. La mayor presencia de empresas pequeñas, que son, en general, menos propensas a la adopción de novedades tecnológicas y a la inversión en I+D+i, también contribuye al déficit de productividad de la economía alicantina.

De ahí la necesidad, que ya he señalado en anteriores artículos, de abordar una transformación profunda de una buena parte de nuestra estructura productiva, que aún sigue anclada en los factores de competitividad que le proporcionaron un cierto éxito hace más de 30 años, pero que hoy ya no sirven para generar empleos generadores de alto valor añadido, bien retribuidos, efectuando una apuesta generalizada por la Economía del Conocimiento y por la innovación, tanto en los sectores más tradicionales como en los que no lo son tanto, buscando complementariedades y desplegando estrategias para aprovechar los «efectos derrame» (spillovers) que se generen entre ellas. Y todo ello ha de venir acompañado por la dotación de infraestructuras capaces de favorecer y amplificar esos efectos.

Esta transformación es clave para mejorar nuestro nivel de vida. Al fin y al cabo, la distancia entre la productividad de la economía alicantina y la media de España es prácticamente la misma que existe entre la renta por habitante de nuestra provincia y la media de España (como no puede ser de otra manera, cuando las tasas de ocupación son parecidas).

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