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Calabazas que pierden peso

Los cultivos de la foia de Castalla para cabello de ángel y fruta escarchada languidecen por la falta de relevo generacional y la limitada rentabilidad

Juan Ramón Gisbert sostiene una calabaza blanca en el almacén que regenta en Castalla | Juani Ruz

Fue a petición de los fabricantes de turrón de Xixona la forma en la que en la Foia de Castalla se implantó el cultivo, hace ya 70 años, de dos tipos de calabazas muy peculiares dedicadas a satisfacer la demanda de sus obradores. De una de ellas se obtiene el tan preciado cabello de ángel, mientras que la otra se transforma en la fruta escarchada que decora los roscones navideños. Los novedosos productos agrícolas se convirtieron en un medio de vida o, cuanto menos, un complemento económico notable para numerosas familias, hasta el punto de extenderse por las comarcas vecinas. La situación de antaño, sin embargo, ha cambiado de manera radical, toda vez que la actividad ha ido perdiendo peso por falta de relevo generacional y una rentabilidad bastante limitada. Por si eso no fuese suficiente, las altas temperaturas registradas en los últimos meses han reducido la cosecha esta campaña de manera notable, por lo que no se alcanzarán los cuatro millones de kilos habituales.

Calabazas listas para recolectar | Juani Ruz

La empresa Torres Gisbert, con plantaciones en Castalla e Ibi, es en estos momentos uno de los escasos productores que quedan en la zona. José Torres, junto a su socio Juan Ramón Gisbert, es el que regenta el negocio. Destaca que lleva toda la vida dedicado en cuerpo y alma a este cultivo. «Fueron nuestros padres y tíos -recuerda- los que empezaron con las calabazas, porque había mucha demanda por parte de los turroneros. Al principio eran muchos los que apostaron por este cultivo, alrededor de 40 en esta comarca, pero más si se contabilizan los que también se sumaron por la zona de Biar, Villena e incluso por el área de El Comtat. Trabajaban familias enteras en la época de recolección, aunque, eso sí, con plantaciones de reducido tamaño que, a la larga, dejaron de ser rentables».

Esa circunstancia propició una regresión paulatina de los cultivos, y que los que quedaran registrasen un importante proceso de concentración. Torres destaca que es la misma legislación la que favorece a los grandes propietarios. Según sus palabras, «nosotros no llegamos a serlo ni mucho menos, pero sí que tenemos más músculo para poder cumplir con cuestiones como las analíticas que tenemos que pasar en laboratorios externos o un sinfín de exigencias que cada vez complican más la actividad».

A todos estos inconvenientes se le unen la falta de relevo generacional y unos precios que tampoco son como para tirar cohetes. «Nosotros -enfatiza- lo tenemos mejor que muchos agricultores, porque podemos negociar directamente con nuestros compradores. Pero las cosas, con los incrementos de costes de la energía, los fertilizantes y los fitosanitarios, se están complicando cada vez más, por lo que es inevitable que este tipo de cultivos se estén encaminando hacia la desaparición. De hecho, no sé lo que duraremos».

Este negro presagio, de cumplirse, también supondría prácticamente el final para las plantaciones a nivel nacional. La calabaza blanca, es decir, la dedicada a la fruta escarchada, solo se produce en una pequeña zona de Extremadura, aparte de en la Foia de Castalla, mientras que para encontrar calabazas de cabello de ángel fuera de territorio alicantino hay que adentrarse en la meseta vallisoletana. Uno de los factores que ha propiciado que estos cultivos sean tan escasos es el del clima, dado que se precisa de unas condiciones muy particulares, sobre todo en lo que respecta a las temperaturas. Según el responsable de Torres Gisbert, «la floración es muy delicada y, si se superan los 36 grados, como está sucediendo en los últimos tiempos de manera bastante habitual, la planta se despoja de sus frutos».

José Torres muestra una calabaza ya troceada para su confitado Juani Ruz

Precisamente este ha sido el problema al que se han enfrentado este año los cultivos, hasta el punto de afectar de lleno a la producción. La calabaza blanca, que se encuentra en plena fase de recolección, ha visto reducida su cosecha en un 30%, lo que supone 240.000 kilos menos. «Hemos soportado durante muchas semanas temperaturas elevadas muy sostenidas, con puntas por encima de los 40 grados, lo que ha provocado, aparte de una merma en el número de calabazas, que las mismas pesen menos de lo que resultaría habitual», lamenta. En la actual campaña se mueven entre los 20 y los 10 kilos, cuando pueden a llegar prácticamente a 40.

También, y justo por los mismos motivos, la campaña de las calabazas de cabello de ángel, cuya recogida se lleva a cabo entre noviembre y diciembre, se encuentra en estos momentos en el aire. «A estas plantas -señala- les afecta mucho el calor, ya que las hojas son muy grandes y absorben con mayor facilitad las altas temperaturas. Eso, de entrada, ya ha afectado a la floración, y ahora estamos a la espera de ver si llueve, porque en caso contrario nos vamos a ver abocados al desastre».

Los productores venden a unos intermediarios que, a su vez, son los que se encargan de la distribución a confiterías y empresas de dulces de todo el país, aunque José Torres da por hecho que sus calabazas están presentes en las principales marcas. Todo en un contexto en el que también se han ido reduciendo los dulces que contienen cabello de ángel y fruta escarchada. «Antes se hacían barras de calabaza confitada y también estaban bastante de moda los turrones con este tipo de ingrediente. Ahora casi todo ha quedado reducido a los roscones de reyes y a algo de pastelería», lamenta.

Manipulación antes del envío a las pastelerías 

El trabajo de los productores de calabaza blanca no se queda solo en el cultivo y posterior recolección, sino que después se lleva a cabo un proceso previo de manipulación antes de su remisión a las confiterías y empresas de elaboración de dulces y turrones. Juan Ramón Gisbert, de la firma Torres Gisbert, destaca que este tipo de calabaza «no sabe a nada y es práticamente transparente. Por eso es muy apreciada por los pasteleros, porque pueden darle los sabores y colores que deseen a la hora de confitarla».  

Así que, justo después de su recogida en el campo, las calabazas son troceadas en grandes fragmentos, antes de su introducción en barriles para su conservación. Después, en el momento de recibir los encargos, se vuelven a cortar en trozos más pequeños, atendiendo a las indicaciones del cliente. El fruto, en ese momento, queda totalmente listo para el confitado y espera de nuevo en los barriles hasta el envío.

José Torres, por su parte, señala que al principio eran los propios clientes los que se encargaban de toda esta preparación. Después ya tuvieron que encargarse de pelar las calabazas y, al final, han terminado preparando totalmente el producto para que las pastelerías solo tengan que ocuparse de llevar a cabo el confitado. Ese es otro de los factores que han complicado la actividad y que han ido disminuyendo la extensión de los cultivos, puesto que, resalta, «se han incrementado de forma exponencial nuestras necesidades de mano de obra».


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