La escena se repetía durante el descanso en todas las cantinas del estadio Martínez Valero al pasar por caja los aficionados franjiverdes que hicieron frente a la mañana fría y, sobre todo, húmeda. «¿Bocadillo de lomo? Dos puntos». «¿Lata de cerveza? Dos puntos». «¿Bolsa de pipas? Dos puntos». Nadie entendía nada hasta que, al regresar a sus butacas, echaron un vistazo al marcador. Habían ido a la cantina con tres puntos en el bolsillo y volvieron sólo con uno. Allí se quedaron dos. Una auténtica pena.

Y como las desgracias nunca vienen solas, unos minutos después «Nuke» Mfulu estaba preparado para saltar al terreno de juego porque Gonzalo Villar se había lesionado. Su ausencia instaló duelo oficial en Elche, Valencia y Roma. El murciano está en ese momento de crecimiento en el que se atreve con todo, gran noticia para el club ilicitano. Lo mejor de un futbolista de sus características no es todo lo que hace bien (jerarquía traducida en romper líneas con conducciones y pases, ayer algo impreciso en este último apartado) sino que cuando comete un error no se esconde. La vuelve a pedir y trata de enmendarlo. Un jugador top.

La teoría del ketchup

La teoría del bote de ketchup se la escuché por primera vez a Fernando Morientes, notable goleador del fútbol español, pero posiblemente sea tan antigua como este deporte. Compara las rachas goleadoras con esos botes en los que, de repente no hay manera de que salga ketchup por mucho que apretemos y al poco sale una gran cantidad a borbotones.

Yacine, el «9» del Elche, está ahora en esa primera fase tan dura para todo goleador. Ante el Alcorcón todo fue al revés. Vimos a Dani Calvo, un central, ser el más rápido en área rival para marcar y luego dejar atrás rivales como si estuviera poseído por el espíritu de Lionel Messi (o de Mark Lenders, porque a alguno que otro le superó por derribo). Y vimos a Yacine Qasmi, un delantero, rematar un balón en el área pequeña como lo hubiese despejado un central. «Ha hecho la de Boria» bromeó algún aficionado en la grada. Que no falte ni el recuerdo a los clásicos ni el buen humor en momentos de suplicio.

Una grada que empezó fría, como la mañana, y acabó caliente gracias al de casi siempre: el colegiado. No hay elemento que una más en el fútbol. Nietos y abuelos no se cansaron de pedir amarillas al marcador de Iván Sánchez, «corneado» casi siempre cuando sacaba el capote para azuzar al lateral rival. Hombres y mujeres celebraron la mediación del VAR en la expulsión de Laure igual que antes rezaban para que, ya que San Edgar no había podido, la máquina evitara el 1-1, sin éxito. Al final, los cerca de 9.000 asistentes se marcharon orgullosos de su equipo, insatisfechos por el resultado. Y al pasar por la cantina no se quitaban de la cabeza que allí, en el BAR y no en el VAR esta vez, se habían quedado dos puntos.